domingo, 23 de septiembre de 2012

Javier Cercas


Cercas, un paseo por el lado salvaje

Texto de Sergio Vila-Sanjuan
Fotos de Roser Vilallonga
La próxima semana se pone a la venta Las leyes de la frontera, última novela de Javier Cercas, sobre los quinquis de los años 70. El autor explica las claves de su obra a lo largo de un recorrido por Girona, la ciudad donde está ambientada
El escritor, debajo del Pont de la Barca, donde es detenido en la novela el Zarco, el protagonista
Para documentarse durante la redacción de Las leyes de la frontera, “fui varias veces a la cárcel de Girona, donde está encerrado el Zarco. Una de las primeras cosas que vi fue a una chica de 19 años llorando. No sabía una palabra de español y estaba allí porque había robado un bolso. Pienso que una visita a las cárceles debería ser obligatoria en la enseñanza secundaria. También fui a las de Figueres y Quatre Camins, donde participé en unas charlas sobre literatura con los reclusos”.

Por lo que respecta a la policía, “tengo un asesor extraordinario, un hombre al que conocí casualmente porque había leído mis libros. Se llama Francisco Pamplona y me ayudó a reconstruir una atmósfera que había conocido al dedillo. Mi historia transcurre en Girona, aunque podía haber pasado en cualquier otra ciudad, ya que el fenómeno tuvo lugar en todas partes de España”.
En el capítulo de intenciones, Cercas cuenta que ha pretendido “una desmitificación del delincuente juvenil, de la supuesta búsqueda de la libertad que cantaban Los Chichos en su versión romántica. 
El Zarco se convierte en un mito de la democracia española debido al uso que hacen de su personaje los medios de comunicación. Un mito de cartón piedra que obedece a determinados intereses. La democracia necesita mitos, y este, en la segunda parte de la novela, se derrumba”.

En Las leyes de la frontera, esta orquestación de un tema judicial por parte de los medios de comunicación genera una visión acerba: “Me he dado cuenta de la potencia brutal que tienen. Implica una responsabilidad salvaje, y no todos están a la altura. Llama la atención que se critique tanto la telebasura y en cambio sobre medios más serios, con mayor capacidad de hacer daño, no se tenga sentido crítico”. Cabe preguntarse si en esa mirada amarga ha influido la desagradable experiencia que tuvo cuando una pitonisa televisiva, que aseguraba ser un personaje de Soldados de Salamina, le llevó a los tribunales (que no le dieron la razón), con el consiguiente eco mediático. Una experiencia que Cercas, aún hoy, prefiere, taxativamente, “no comentar”. “Yo leo lo menos posible lo que de mí se escribe en las redes –añade–. Internet es un invento fantástico, pero también es un basurero donde te pueden llamar de todo impunemente: es el precio de la libertad, y hay que pagarlo. El chico de la novela es un mediópata, necesita a los medios, que le crean una máscara de la que acaba siendo víctima. Es como el escritor que se cree lo que dicen de él, lo cual es un absurdo, porque tú eres el que eres. El Gafitas, por su parte, juega con la prensa, y en mi novela hay una reflexión sobre todos estos mecanismos”.

Las leyes de la frontera refleja con gran plasticidad el cambio de la ciudad de Girona. En la misma plaza del Café Royal, donde tiene lugar la conversación, se ven a menudo el Gafitas con Tere y con la mujer del Zarco.

Cercas va hoy vestido de blanco, con chaqueta de ante fino beige y gruesas sandalias negras, una indumentaria leve para enfrentarse al chaparrón que ha caído por sorpresa tras semanas de sequía. Sorteando los charcos, va hacia el antiguo barrio chino, uno de los principales escenarios del libro, por la calle Calderers. “Es increíble, ahora está lleno de turistas, mientras que en los años 70 era una zona muy oscura”. Pasa por delante de un centro de ictioterapia, de una central de reserva de apartamentos, de la tienda de vino y quesos El Cul de la Lleona. “Todas las ciudades españolas han cambiado mucho desde los 70, pero lo de Girona es brutal. Joaquim Nadal hizo un trabajo tremendo en su época de alcalde (1979-2002); había mucho por hacer, y él estuvo muchos años en el ayuntamiento”.
Javier Cercas, en el exterior de la cárcel de Girona, donde el quinqui de su obra pasa 
un tiempo
 Al llegar a la plaza de Sant Feliu señala: “Aquí empieza realmente el barrio”. Ubicado a la sombra de la catedral, era una zona de prostíbulos y bares oscuros. “Ahora es la parte más pija de Girona, realmente muy bonita”.

En una esquina abre el itinerario la blanquísima tienda La Lletera. Camina por la calle de la Barca, donde un bar lleva el nombre de La Vedette, el mismo que tenía “el burdel más famoso del barrio y la madame de más éxito de la época”. Se han restaurado las hermosas edificaciones antiguas, con arcos y ventanales de piedra en la fachada. Las casas nuevas, en un estilo arquitectónico neutro y discreto, no desentonan. Y se han abierto espacios y plazas donde antes el visitante topaba con un denso tejido urbano. Con establecimientos elegantes como el hotel Llegendes de Girona. Con un centro de arte contemporáneo. “Todo esto eran callejoncitos”, recalca. En algunos casos, la marca de las casas derribadas ha quedado registrada en las baldosas del suelo.

“Los puticlubs se repartían sobre todo por la calle Portal de la Barca. Una vez vine con mis amigos, de 14 o 15 años, a recorrer los bares de la zona, para ver cómo eran. Una mujer del oficio nos gritó: ‘¿Qué pasa, chavales?’, y salimos corriendo”. El autor llega a la zona amurallada que circunda el casco viejo. Los chicos de la novela iban a fumar porros al puente de Galligans, que ya forma parte de la Girona monumental, cerca de las murallas. Muy próximo, subiendo por el paseo Arqueològic, estaba otro escenario, el bar Enderrok. Cruza el parque de la Devesa, con sus grandes árboles, hermosos y relucientes bajo la lluvia, para llegar al Pont de la Barca, donde los policías detienen al Zarco tras una persecución espectacular.

Por unas escaleras, desciende hasta la orilla del Ter, y sigue entre la vegetación el camino que llevaba a los antiguos albergues. Se mueve con cautela por el húmedo y resbaladizo sendero. Pasa por debajo del puente metálico, hoy lleno de grafitis. Cercas posa para la fotógrafa y hace equilibrios en un estrecho y resbaladizo paso sobre el río. “En aquella época, el agua estaba asquerosa por culpa de los vertidos industriales”.

Donde estaban los albergues para emigrantes se levantan hoy unas viviendas nuevas y un apacible parque con bancos y una zona de juego infantil. “Esto ya era puro campo. Aquí había unos barracones de ladrillo, y desde este ángulo se ve mi casa”, comenta el escritor señalando un edificio alto, al otro lado del río y por encima de los árboles. 

De otro de los escenarios de la novela, la Font de la Pòlvora, que Cercas visitará con la fotógrafa al día siguiente de este encuentro, recuerda que “era y es un gueto que no ha habido manera de convertir en otra cosa. El Ayuntamiento no ha podido reconvertirlo. Parte de la gente de los albergues acabó en la Font de la Pòlvora, y ahí permanece”.

En un descanso del tour por la Girona de Cercas en el restaurante Massana, el autor, que come con buen apetito un peu de porc sense feina (pie de cerdo sin trabajo), desarrolla sintéticamente su visión del arte de la novela. “Me interesa la ambigüedad, todos mis libros la utilizan. Me gustaría escribir un ensayo que se llamara El punto ciego. La novela es un género en donde se dice sin decir, todas las novelas tienen un punto ciego a partir del cual se iluminan. Al principio hay una pregunta y al final no hay respuesta, sino que el propio libro la brinda. La forma de saber de la narrativa es ambigua, por tanto totalmente diferente a la del juez o el periodista que buscan la verdad. La clave de la novela es la ironía, por lo que puede tener dos respuestas a la vez. Como ocurre con Don Quijote, que es muy loco y muy sensato al mismo tiempo. Kundera dice que las novelas han de ser fáciles de leer y difíciles de entender, y estoy de acuerdo”. 

“Para mí –añade–, lo mejor de todo es haber vuelto a la ficción después de haber escrito un libro de no ficción en el que me vi atado a la realidad de pies y manos. En la novela no es que puedas hacer todo lo que te dé la gana, pero sí tienes un margen de movimiento muy amplio. Me interesa mucho la mezcla de géneros”. En Las leyes de la frontera, la trama fluye a través de cuatro largas entrevistas: dos con el Gafitas y otras dos con un policía y un director de cárcel, “y me ha llamado la atención que a ninguna de las personas que han leído el libro esta estructura le haya parecido extraña”.

 “En mis novelas trabajo mucho –concluye Javier Cercas, atacando el postre de chocolate– para que el lector no note todo lo que he trabajado”

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