Para nosotros era el cielo (Ediciones San Juan de Dios) nos traslada la experiencia de Patience Darton, una enfermera británica que decidió un día de la década de los treinta irse de su cómoda Inglaterra y trabajar con las brigadas internacionales en plena guerra civil española. Allí cuidaría de los soldados heridos en primera línea, descubriría el amor –Robert, un joven alemán comprometido con el Partido Comunista que morirá en el frente– pero también la desdicha. El dolor anímico de los refugiados, las amputaciones sin anestesia, las plagas de piojos, el hambre. Expulsada al disolverse las brigadas, llegados los años cincuenta sus ideales la llevan a trabajar en la China de Mao y, décadas más tarde, a morir en tierra española. Prologado por el historiador Paul Preston, el libro ha sido escrito por Angela Jackson, doctora en Historia y autora de Las mujeres británicas y La Guerra Civil española, que vive en Catalunya desde el año 2001. Además de encargarse de recopilar correspondencia, material biográfico y fotográfico de Patience Darton, Jackson grabó múltiples horas de entrevista con esta mujer a la que le unió también la amistad. Su testimonio constituye una contribución importante a la historia de las brigadas y los servicios médicos republicanos.
Patience llegó a trabajar –siempre los elogió– con los equipos de cirujanos catalanes como Moisès Broggi (que recientemente recordó su amistad), doctor Massons o Josep Trueta, "que idearon en el frente métodos pioneros de transfusiones y métodos con resultados excelentes", escribió la enfermera que un día conocería a Ernest Hemingway y a George Orwell.
"En 1911 el mundo en que nací era rico y satisfecho de sí mismo", dice. Fue una mujer moderna en sus convicciones, que transgredió y quebró todo lo que en su hogar, de rigurosa moral anglicana, esperaban de ella. Su familia llevaba una vida de privilegios en Orpington, así que sus padres nunca entendieron que ella se fuera a luchar por un ideal. "Murieron pensando que lo peor que le podía pasar a uno era ser socialista".
Formada en el Hospital Universitario, conoció en la iglesia de Saint George al hombre que le marcaría su primer destino: el padre Robert, párroco tan poco convencional que llegó a apoyar la campaña de sufragistas y a considerar la idea de ordenar mujeres.
"Cuando conocí a Patience Edney era una octogenaria que llamaba la atención por su majestuoso porte y la tendencia a dar órdenes imperiosas sobre cuestiones prácticas, rasgo éste frecuente en las enfermeras". Así despega la semblanza de Angela Jackson.
Llega en marzo de 1937 a España y se queda hasta octubre de 1938. Durante las primeras semanas de la contienda, las españolas habían tomado las armas pero cuando se intensificaron los combates las mujeres fueron apartadas del frente y derivadas a intendencia. "Sólo se tiene constancia de una británica en el combate. Felicia Browne, escultora afincada en Barcelona. Murió poco después intentando rescatar a un compañero".
Como la mayoría de voluntarias, Patience fue destinada a las unidades médicas de la República. Primero a un hospital de enfermedades infecciosas, más tarde al de Poleñino, en el frente de Aragón y vinculado al PSUC, y finalmente la Casa de reposo en Valls. Allí conocería a Robert Aaquist, un joven paciente brigadista. Llegan a casarse (esos matrimonios fueron anulados cuando Franco toma el poder), pero su historia se ve truncada con la muerte del joven, el 27 de julio de 1938, al pisar una mina.
"En España el 90% de la población es analfabeta pero sus gentes son maravillosas, generosas", escribe Patience. "Tenemos la Quinta Sinfonía de Beethoven, un movimiento de la Inconclusa de Schubert y uno de Haydn. Los oímos una y otra vez. Nos ponemos también jerséis extra para irnos a la cama porque le hemos dado nuestras mantas a los pacientes".
Tras la muerte de Robert se dirige a Barcelona, "empezamos a organizar la partida de médicos a China. Queríamos seguir luchando". Patience va con ellos. No volverá a pisar España durante casi sesenta años. En China permanecerá varios años, se casará con Eric Edney –un matrimonio que dura 18 años y se rompe por la bisexualidad de él, que la deja por otro compañero– y tendrá a su único hijo a los 44 años: Bobby.
Al final de su vida volvió a España, en 1996, invitada a formar parte de un homenaje a los brigadistas. "La hicieron subir al escenario, la aplaudieron, fue hermosísimo", rezan las crónicas. Aquella noche Patience se fue a dormir para no recobrar la consciencia nunca más. Quien retuvo su mano entre las suyas esa noche fue Angela Jackson, autora hoy de este libro testimonio. Devolvieron su cuerpo a Inglaterra pero, finalmente, retornó a España después de que sus familiares respetaran su última voluntad: que a su muerte envolvieran su cuerpo con el abrigo ensangrentado de Robert, su joven amor brigadista. Tenía 85 años. La incineraron y esparcieron sus cenizas cerca del de la cueva hospital donde prestó sus servicios durante la batalla del Ebro.
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