Nunca se ha caracterizado por morderse la lengua y no va empezar ahora que, devoto taurino como es, contempla desde la barrera cómo la prohibición de las corridas de toros se cierne sobre Cataluña. Así, a seis días de la que La Monumental baje la persiana definitivamente, Albert Boadella (Barcelona, 1943), director de Els Joglars y director artístico de los Teatros del Canal, sigue sacándole punta a la abolición y abjurando de lo que considera un capítulo más en el «empobrecimiento de Cataluña».
—Ahora sí que sí, la prohibición de los toros es inminente y, según parece, inevitable. ¿Cómo se le queda el cuerpo?
—Para mí era algo previsto. Solo hay que recordar lo que está pasando desde hace años en Cataluña y fijarse en la política que se ha ido instaurando desde hace décadas. Es triste, porque en cierta manera fueron los toros y mi infancia en la plaza lo que me indujo al mundo del teatro, pero no me sorprende.
—¿Realmente se imaginaba que algún día estaría hablando de la prohibición de las corridas de toros en Cataluña?
—Siendo realista, sí. Si todas las corridas hubiesen estado llenas quizá hubiesen tenido un poco más de sensibilidad, pero se ha favorecido la desaparición del público con un ambiente en el que toda una comunidad estaba contra algo que simbolizaba España.
—De hecho, en más de una ocasión ha asegurado que en la abolición había mucho de ajuste de cuentas de Cataluña con España.
—Cataluña se ha guiado siempre por la vía del complejo, de no querer parecerse en nada y este no es más que otro intento de quitarse de encima siglos de historia. Pero lo cierto es que Cataluña va a menos en cultura, en economía y también en libertad.
—Aún hay mucha gente que no entiende que se prohíban las corridas de toros y al mismo tiempo se blinden los «correbous».
—Es que el trasfondo nada tiene que ver con la defensa de los animales. Y en caso de tener algo de esto, sería en el sentido de demostrar la inferioridad de unos españoles a los que representa un espectáculo tan brutal.
—El PP catalán ha hecho un último intento condicionando su apoyo a los presupuestos a un aplazamiento de la prohibición, pero ni así.
—¡Es que no hay nada qué hacer: prohibir los toros es una bandera, una batalla ganada a España! Pero me parece bien que alguien intente defender un ritual que está entre los más antiguos del mundo occidental.
—¿Se siente identificado con el torero Serafín Marín? En cierto modo, ambos tienen algo de proscritos.
—Es el mismo caso. Es como si de repente cerrasen todos los teatros. Dicho esto, Serafín me parece una persona de una enorme dignidad. Cuesta encontrar gente como él. Es un ejemplo de dignidad.
—Ahora que parece inevitable el cierre de la Monumental, ¿qué recuerdos conserva de la plaza?
—Tengo un recuerdo muy cegado por el paso del tiempo, en el que estoy con mi tío viendo a Manolete. Fue la última vez que hizo una corrida en Barcelona, ya que poco después vendría la cogida. Tendría unos cinco años. Luego sí que recuerdo con más claridad a Carlos Arruza, a Chamaco... Y también el ambiente. Un ambiente formidable que sufrió un poco con la llegada del turismo.
—¿Y le veremos el próximo domingo despidiéndose de la plaza?
—No. Yo en Cataluña no hago ningún acto ni público ni privado. Es un funeral al que no quiero asistir, no quiero darles este placer. Pero creo que un día se darán cuenta del error que han cometido.
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