Si quisiéramos ser efectistas, podríamos decir que esos logros son como una lista de cosas éticas que hay que hacer antes de morir, las experiencias que deberíamos tener en el camino hacia la mejor vida interior. A continuación encontrarán algunos elementos de la lista:
1.-ACTITUD MODESTA: Vivimos en la cultura del Gran Yo. La meritocracia quiere que seamos promotores de nosotros mismos. Los medios sociales quieren que transmitamos un video con los highlights de nuestra vida, mientras que padres y maestros se la pasan diciendo que éramos maravillosos.
Pero la gente que he admirado es honesta sobre sus debilidades; han identificado su mayor defecto, ya sea egoísmo, una desesperada necesidad de aprobación, cobardía, insensibilidad o cualquier otro, y han analizado cómo su mayor defecto hace que se comporten de una forma que los avergüenza. Han logrado una profunda modestia, que ha sido mejor definida como una gran conciencia de sí mismos desde una postura de altruismo.
2.-AUTODERROTA: El éxito hacia el exterior se logra a través de la competencia, pero el carácter se forma durante la confrontación con nuestras propias debilidades. Dwight Eisenhower, por ejemplo, se dio cuenta desde muy joven de que su principal defecto era el mal genio; por eso cultivó un exterior moderado y alegre para proyectar el optimismo y la confianza de un líder. Para dominar su ira hizo tonterías como escribir los nombres de las personas a las que odiaba en pedazos de papel, hacerlos trizas y tirarlos a la basura. A lo largo de una vida de autoconfrontación desarrolló un temperamento maduro que le ayudó a ser más fuerte que sus debilidades.
3.-EL BRINCO DE LA DEPENDENCIA: El libro “¡Oh, cuán lejos llegarás!” (“Oh, the Places You’ll Go!”) suele ser un regalo de graduación para muchos. Este volumen sugiere que la vida es un viaje autónomo. Dominamos ciertas habilidades y experimentamos aventuras y desafíos en nuestro camino hacia el éxito personal. Esta visión individualista sugiere que el carácter es una pequeña figura de hierro que representa nuestra fuerza de voluntad interna, pero la gente que está en el camino hacia el desarrollo del carácter entiende que ninguna persona puede lograr el autodominio por sí solo.
La voluntad, la razón y la compasión personal no son lo suficientemente fuertes para derrotar al egoísmo, orgullo y autoengaño. Todos necesitamos a los demás para redimirnos. La gente que está en este camino ve la vida como un proceso para hacer compromisos.
El carácter se define por cómo tiene uno los pies sobre la tierra. ¿Qué tan entrañables son las conexiones que nos mantienen en pie en los momentos difíciles y qué nos empuja hacia el bien? En el ámbito del intelecto la persona de carácter desarrolla una filosofía sobre las cuestiones esenciales. En el campo de la emoción, esta gente está embebida en una red de amores incondicionales y, en el de la acción, está comprometida a realizar tareas que no podrían terminarse en el transcurso de una vida.
4.-AMOR QUE LLENA DE ENERGÍA: En su juventud, la vida de Dorothy Day fue un caos: bebía, se iba de juerga, tuvo un par de intentos de suicidio, se dejaba llevar por sus deseos y parecía incapaz de darle una dirección a su existencia. Pero el nacimiento de su hija la cambió: “Si hubiese escrito el libro más grandioso, compuesto la mejor sinfonía, pintado el lienzo más hermoso o tallado la figura más exquisita no me habría sentido tan emocionada como cuando pude cargar a mi hija entre los brazos”, escribió al respecto.
Este tipo de amor elimina el egoísmo del ser. Nos recuerda que nuestras verdaderas riquezas están en el otro. Ese amor electriza, nos pone en un estado de necesidad y hace que resulte placentero servir a quienes amamos. El amor que sentía Day por su hija se derramaba hacia el exterior e iba en aumento. Por eso escribió que “ninguna criatura humana podría recibir, ni contener un afluente de amor y felicidad tan vasto, como el que sentí después del nacimiento de mi hija; me trajo la necesidad de alabar, de adorar”.
Day hizo compromisos sólidos en todos los sentidos; se volvió católica, fundó un periódico radical, abrió hogares para los pobres y vivió entre ellos, aceptó con los brazos abiertos a la pobreza como una forma de construir comunidad, no sólo para hacer el bien, sino para ser buena. Este regalo de amor vence, algunas veces, el egoísmo natural que todos sentimos.
5.-EL LLAMADO DENTRO DEL LLAMADO. Todos acabamos en una profesión por diversas razones: dinero, estatus o seguridad. Pero algunas personas tienen experiencias que convierten a su profesión en un llamado. Estas vivencias tranquilizan al ser; lo que importa es vivir a la altura de las normas de excelencia del oficio.
A inicios del siglo XX Frances Perkins era una joven activista, amable y un poco refinada, que abogaba por las causas progresistas. Pero un día se topó con el incendio de la fábrica Triangle Shirtwaist y fue testigo de cómo docenas de trabajadores de la industria textil se arrojaban a la muerte para evitar quemarse vivos. Esa experiencia avergonzó su sentido ético y purificó su ambición. Ése fue su llamado dentro del llamado.
Después de ese incidente se convirtió en un instrumento de la causa de los derechos de los trabajadores; estaba dispuesta a trabajar y comprometerse con quien fuera y abrirse paso ante la duda, incluso cambió su apariencia para poder ser un instrumento más efectivo para el movimiento. En el gobierno de Franklin D. Roosevelt se convirtió en la primera mujer en el gabinete de Estados Unidos, y se erigió como una de las más grandes figuras cívicas del siglo XX.
6.-EL SALTO DE LA CONCIENCIA: En muchas ocasiones hay un momento donde las personas se despojan de todos los símbolos de marca y estatus, de todo el prestigio derivado de haber ido a una escuela en particular o de haber nacido en el seno de una determinada familia. Estas personas se salen de la lógica utilitaria y rompen las barreras de sus miedos.
La novelista George Eliot (su nombre real era Mary Ann Evans) fue un desastre en su juventud; era emocionalmente inestable y se enamoraba de cualquier hombre que conocía. Finalmente, en sus treinta, conoció a George Lewes, quien se había separado de su esposa pero seguía casado legalmente. Si Eliot se iba con Lewes, la sociedad le pondría la etiqueta de adúltera; perdería a sus amistades y sería rechazada por su familia. Le tomó una semana decidirse pero, finalmente, se fue con Lewes. “Los frágiles lazos que se rompen fácilmente son los que no deseo, en la teoría, ni los que quiero vivir en la práctica. Las mujeres que están satisfechas con esos vínculos no actúan como lo he hecho yo”, escribió.
Eligió bien; su carácter se estabilizó y aumentó su capacidad de ser empática. Vivía en un estado de amor constante y devoto por Lewes, el tipo de segundo amor que llega cuando una persona crece y, aunque esté marcada por algunas heridas, se siente plena en medio de sus responsabilidades. Lewes la ayudó a convertirse en una de las más grandes novelistas de todos los tiempos y juntos transformaron la necesidad en constancia.
Los oradores principales de las ceremonias de graduación siempre dicen que la gente debe seguir su pasión; ser fiel a sí misma. Ésta es una visión de vida que comienza en uno mismo y termina en uno mismo, pero la gente que está en el camino hacia la luz interior no encuentra su vocación preguntándose ¿qué quiero de la vida? Se pregunta ¿qué quiere la vida de mí? ¿Cómo puedo hacer que mi talento ayude a aliviar las profundas necesidades del mundo?
Con frecuencia sus existencias siguen un patrón de derrota, reconocimiento y redención. Experimentan momentos de dolor y sufrimiento, pero llevan su autocomprensión al límite, a mantenerse en el camino o hacer arte. Como lo describió Paul Tillich: “el sufrimiento nos confronta con nosotros mismos y nos recuerda que no somos la persona que creíamos ser”.
Para la gente que recorre este camino, los momentos de sufrimiento son piezas de una historia mucho más grande; no viven para ser felices, conforme a la definición tradicional de la palabra. Para ellos la vida es un drama ético y sólo se sienten satisfechos cuando están inmersos en la lucha por algún ideal.
Esta es la filosofía de los que se tambalean, esos que andan por la vida arrastrando los pies, un poco fuera de balance. Pero son los que se enfrentan a su naturaleza imperfecta con una honestidad brutal, con lo opuesto a la aprensión. Al reconocer sus limitantes, los que se tambalean tienen un serio oponente al que deben vencer y trascender; andan por ahí con los brazos abiertos, listos para recibir y brindar su ayuda. A su lado están los amigos para mantener conversaciones profundas, confortarse y aconsejarse.
Nunca satisfacen sus ambiciones porque siempre hay algo más que lograr, pero quienes se tambalean experimentan muchos momentos de gozo. Sienten alegría al elegir con libertad la obediencia a las organizaciones, las ideas y la gente; también cuando se tambalean en compañía. Viven un gozo estético al contemplar una acción éticamente buena; cuando se encuentran con alguien que es callado, modesto y positivo; cuando ven que sin importar la edad que tengan, saben que aún hay mucho por hacer.
Los que se tambalean no construyen su vida en torno a ser mejores que los demás, sino en ser mejores de lo que eran antes. Inesperadamente les sobrevienen trascendentes momentos de profunda tranquilidad y, durante la mayor parte de sus vidas, sus ambiciones externas e internas son fuertes y están en equilibrio.
Con el tiempo, en momentos de una rara felicidad, las ambiciones profesionales hacen una pausa, el ego se toma un descanso y observan un día de campo o una cena y se sienten sobrecogidos por un sentimiento de gratitud ilimitada. Ellos aceptan el hecho de que la vida los ha tratado mucho mejor de lo que merecían.
Esas son las personas que queremos ser.
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