N.L.:
Querido
Bert,
¿cuál
fue
el
camino
que
te
llevó
a
la
terapia
sistémica?
H.:
Me
es
difícil
de
reconstruir,
puesto
que
hace
ya
tanto
tiempo
de
eso;
pero
sí
recuerdo
que
la
idea
clave
me
vino
cuando
estaba
practicando
el
análisis
conciliatorio
según
Eric
Berne.
El
partía
de
la
idea
de
que
toda
persona
vivía
siguiendo
un
patrón
determinado.
Es
posible
descubrir
este
patrón
a
través
de
historias
literarias,
como
por
ejemplo
cuentos,
novelas,
películas,
etc.,
por
los
que
la
persona
en
cuestión
se
muestra
especialmente
afectada.
Primeramente
se
le
pregunta
por
una
historia
que
le
impresionaba
en
su
primera
infancia
¾
ya
antes
de
los
cinco
años
¾,
y
después,
por
otra
que
le
cautiva
de
manera
especial
en
el
presente.
Al
comparar
estas
dos
historias,
las
similitudes
encontradas
permiten
desentrañar
el
plan
de
vida
secreto.
Eric
Berne
pensaba
que
este
guión
se
basaba
en
mensajes
que
los
padres
transmitían
a
los
hijos
a
una
edad
temprana.
Pero
en
un
momento
determinado
descubrí
que
eso
no
era
cierto.
N.L.:
¿Cómo
lo
descubriste?
H.:
Vi
que
algunos
de
los
llamados
guiones
¾
es
decir
de
los
planes
de
vida
a
los
que
las
personas
siguen
sin
darse
cuenta
¾
se
fundamentan
en
vivencias
anteriores,
independientes
de
lo
transmitido
por
los
padres.
Cuando,
por
ejemplo,
una
persona
aporta
la
historia
de
"Rumpelstilzchen",
se
ve
que
es
una
historia
en
la
que
un
padre
da
a
su
hija,
y
la
madre
falta.
Así
es
posible
seguir
a
este
indicio
preguntando
a
la
persona:
"¿Hubo
en
tu
familia
algún
niño
que
fue
dado,
o
te
dieron
a
ti
mismo
de
niño?"
En
un
caso
así,
quizás
salga
a
la
luz
que
la
persona
se
siente
como
un
niño
abandonado
y
que
se
ha
propuesto
sentir
y
comportarse
así.
N.L.:
Posteriormente,
¿cómo
se
desarrolló
tu
trabajo
con
guiones?
H.:
Al
cabo
de
un
cierto
tiempo
descubrí
que
muchas
de
estas
historias
no
se
referían
en
absoluto
a
la
persona
que
las
contaba,
sino
a
otro
miembro
de
su
familia.
Así,
una
vez
un
hombre
se
mostraba
muy
impresionado
por
la
historia
de
Otelo,
y
de
repente
me
di
cuenta
de
que
esa
historia
no
podía
referirse
a
él,
ya
que
la
experiencia
de
Otelo
no
puede
ser
la
de
un
niño.
Así,
pues,
le
pregunté
directamente:
¿Qué
hombre
de
tu
familia
mató
a
alguien
por
celos?
Me
dijo:
Mi
abuelo.
Su
mujer
le
fue
infiel
y
él
mató
al
amante.
Desde
entonces,
en
mi
trabajo
con
guiones
distinguía
muy
claramente
cuándo
una
historia
se
refería
a
una
vivencia
personal
y
cuándo
estaba
relacionada
con
la
vivencia
de
otra
persona.
Así
me
encontré
por
primera
vez
con
la
dimensión
sistémica
de
problemas
y
de
suertes
personales.
N.L.:
¿Todo
eso
resultó
de
la
observación?
H.:
No
exclusivamente.
Eric
Berne,
al
hablar
de
guiones,
ya
pensaba
también
en
una
dimensión
sistémica,
pero
aún
no
se
dio
cuenta
de
su
alcance.
Otros
terapeutas
de
análisis
transaccional
posteriores
a
él
volvieron
a
apartar
esa
idea.
Es
decir,
Eric
Berne
ya
me
dio
una
pista.
N.L.:
¿Aún
hubo
otras
pistas
más?
H.:
Sí,
aún
hubo
algo
más
que
me
llevó
a
una
visión
sistémica.
Durante
mucho
tiempo
estuve
trabajando
con
terapia
primaria.
En
un
caso
trabajé
con
una
cliente
que
expresaba
sentimientos
que
me
parecían
incomprensibles.
Esa
mujer
había
tratado
a
un
hombre
de
una
manera
imposible,
pero
a
nivel
emocional
no
lo
había
advertido
en
absoluto.
En
aquel
entonces
aún
no
sabía
cómo
tratar
un
caso
así,
por
lo
que
cometí
algunos
errores
que
más
tarde
lamenté
mucho.
N.L.:
Desde
tu
punto
de
vista
posterior,
¿qué
hiciste
mal
en
aquel
entonces?
H.:
Le
adjudiqué
esos
sentimientos
como
si
de
su
sentimientos
personales
se
tratara.
Sólo
más
tarde
me
di
cuenta
de
que
también
existía
algo
así
como
sentimientos
adoptados.
Antes
partía
de
la
idea
de
que
únicamente
había
dos
grupos
de
sentimientos:
los
sentimientos
primarios,
como
reacción
inmediata
a
determinados
sucesos
o
a
un
dolor
sufrido,
y
los
sentimientos
que
sustituyen
un
sentimiento
primario
o
sirven
de
defensa
contra
éste.
Por
ejemplo,
el
caso
de
una
persona
que
se
pone
triste
cuando
en
realidad
tendría
que
estar
furiosa;
o
enfadada,
cuando
tendría
que
dar
las
gracias.
N.L.:
Es
decir,
los
sentimientos
secundarios.
H.:
Sí.
Al
intentar
comprender
el
caso
antes
descrito,
me
di
cuenta
de
que
también
existían
los
sentimientos
adoptados,
es
decir
que
alguien,
sin
saberlo,
adopta
los
sentimientos
de
otra
persona,
transfiriéndolos,
al
mismo
tiempo,
a
una
tercera
persona
que
no
tiene
nada
que
ver
con
ellos.
Así,
también
desde
terapia
primaria
me
topé
con
la
dimensión
sistémica
de
sentimientos
y
de
suertes
trágicas.
Aún
pude
observar
otra
cosa
más.
Vi
que
a
veces
también
los
sueños
no
tenían
nada
que
ver
con
el
soñador,
sino
que
éste
soñaba
algo
que
pertenecía
a
otra
persona
de
su
familia.
Adjudicar
el
contenido
de
estos
sueños
al
soñador
puede
llevar
a
malentendidos
y
también
puede
resultar
injusto
con
la
persona
en
cuestión.
Es
decir,
también
los
sueños
a
veces
revelan
implicaciones
con
la
suerte
de
otras
personas;
también
ellos
encierran,
a
veces,
una
dimensión
sistémica.
Maestros
e
impulsores
N.L.:
Mencionaste
a
Eric
Berne
como
uno
de
tus
impulsores.
¿Qué
otros
maestros
a
los
que
debes
tu
desarrollo
como
terapeuta
habría
que
citar?
H.:
Son
muchos.
Mis
primeros
instructores
fueron
entrenadores
de
dinámica
de
grupo
en
Sudáfrica,
formados
en
Estados
Unidos.
En
su
mayoría,
esos
entrenamientos
en
dinámica
de
grupo
eran
organizados
por
miembros
del
clero
anglicano
para
colaboradores
de
la
Iglesia.
También
invitaban
a
miembros
de
otras
confesiones
y
de
diversas
razas.
Fue
una
vivencia
muy
profunda
para
mí
ver
cómo
las
diferencias
podían
disiparse
gracias
al
respeto
mutuo.
Además
pude
emplear
lo
aprendido
en
seguida,
ya
que
en
aquel
entonces
era
director
de
una
escuela
grande
para
africanos
negros
en
Natal.
Es
decir,
la
dinámica
de
grupo
fue
lo
primero.
En
aquel
entonces
no
pensaba,
ni
lo
más
remoto,
en
psicoterapia.
N.L.:
¿Y
cómo
llegaste
a
psicoterapia?
H.:
Al
volver
a
Alemania
en
1969,
comencé
yo
mismo
a
ofrecer
entrenamientos
de
dinámica
de
grupo,
pero
pronto
me
di
cuenta
de
que
aquello
no
me
era
suficiente.
Por
tanto,
me
sometí
a
una
formación
psicoanalista
en
Viena.
También
eso
me
aportó
mucho.
Aún
durante
esa
formación
y
a
través
de
mi
analista,
cayó
en
mis
manos
el
libro
de
Arthur
Janov,
The
Primal
Scream
(El
Grito
Primario).
En
aquel
entonces,
el
libro
aún
no
se
conocía
en
el
ámbito
germanohablante.
La
inmediatez
con
la
que
Janov
abordaba
los
sentimientos
centrales
me
impresionó
profundamente.
Secretamente
probé
sus
métodos
en
mis
cursos
de
dinámica
de
grupo,
percibiendo
inmediatamente
su
fuerza
explosiva.
En
consecuencia
decidí
someterme
también
a
una
terapia
primaria
una
vez
terminada
la
formación
psicoanalista.
Dos
años
más
tarde
fui
a
Estados
Unidos,
donde
durante
nueve
meses
hice
terapia
primaria
con
Janov
y
su
primer
director
de
formación.
Allí
aprendí
mucho
de
cómo
enfrentar
sentimientos;
a
partir
de
entonces,
los
arranques
de
sentimientos
fuertes,
o
incluso
violentos,
ya
no
me
aturdían.
Sí
que
me
afectan
y
conmueven
determinados
sentimientos...
N.L.:
...
pero
no
te
dejas
atrapar
por
ellos.
H.:
Sé
poner
mis
límites.
Pero
muy
pronto
me
di
cuenta
de
que
la
terapia
primaria
también
tenía
sus
puntos
débiles.
N.L.:
¿Cuáles?
H.:
Que
algunos
clientes
y
terapeutas
ya
no
se
guían
más
que
por
sus
sentimientos.
Lo
comprendí
muy
pronto
y
procuré
protegerme
contra
ese
fallo.
Sin
embargo,
quise
conservar
lo
valioso,
sobre
todo
el
hecho
de
que
el
individuo
quedara
remitido
a
sí
mismo,
es
decir,
que
no
pudiera
escaparse
de
sus
propios
sentimientos
ocupándose
de
los
demás
y
desviando
la
atención
de
su
propia
persona.
Así,
por
ejemplo,
la
persona
no
recibe
de
los
demás
ninguna
respuesta
a
los
sentimientos
que
expresa.
N.L.:
¿Cómo
aprovechaste
tus
experiencias
de
terapia
primaria
más
adelante?
H.:
A
mi
vuelta
a
Alemania
estuve
trabajando
un
tiempo
muy
intensamente
con
terapia
primaria.
Con
el
tiempo,
sin
embargo,
noté
que
los
grandes
sentimientos
que
allí
surgían
casi
todos
encubrían
otro
sentimiento,
a
saber,
el
amor
primario
a
la
madre
y
al
padre.
Es
decir,
los
sentimientos
como
la
rabia
y
la
cólera,
o
el
dolor
y
la
desesperación,
muchas
veces
no
son
más
que
una
defensa
contra
el
dolor
causado
por
una
interrupción
de
un
movimiento
temprano
hacia
la
madre
o
el
padre.
N.L.:
¿Que
podemos
imaginarnos
concretamente
bajo
el
concepto
de
"movimiento
interrumpido"?
H.:
El
hecho
de
que
el
niño
pequeño
quería
estar
con
la
madre
o
el
padre,
pero
no
podía
llegar
a
ellos,
por
ejemplo,
estando
ingresado
en
un
hospital,
o
de
recién
nacido
en
la
incubadora,
o
porque
el
padre
o
la
madre
murieron
pronto.
En
todos
estos
casos
el
amor
se
convierte
en
dolor.
Este
dolor
es
la
otra
cara
del
amor,
pero
en
el
fondo
es
exactamente
lo
mismo.
El
dolor
es
tan
grande
que
más
tarde
el
niño
no
quiere
volver
a
tocarlo
nunca
más.
En
vez
de
acercarse
a
la
madre,
o
a
otras
personas,
prefiere
mantenerse
alejado
de
ellos,
sintiendo
rabia
o
desesperación
o
tristeza
en
vez
del
amor.
Sabiendo
eso,
es
posible
dejar
de
lado
esos
sentimientos
de
un
primer
plano
y
abordar
directamente
el
amor.
Se
lleva
al
cliente
al
punto
en
el
que
el
movimiento
hacia
uno
de
los
padres
se
interrumpió,
para
reanudarlo
allí
mismo,
o
bien
a
través
de
terapia
primaria,
o
en
el
marco
de
una
constelación
familiar.
Así,
el
amor
interrumpido
alcanza
su
meta
y
llega
una
profunda
paz.
Muchos
resultados
de
heridas
sufridas
en
temprana
edad,
es
decir,
miedos,
comportamientos
compulsivos,
fobias,
susceptibilidades
y
demás
comportamientos
neuróticos,
terminan
allí.
N.L.:
¿Cuál
es
la
tarea
del
terapeuta
en
todo
este
proceso?
H.:
Yo
represento
a
la
madre
o
al
padre
para
el
cliente,
y
sólo
siendo
consciente
de
esta
representación,
puedo
acompañar
y
dirigir
el
movimiento
del
cliente
hacia
sus
padres.
Lo
llevo
con
su
madre
o
su
padre
y,
una
vez
llegado
allí,
hago
sitio
para
ellos
y
desaparezco.
N.L.:
¿Qué
haces
para
que
el
cliente,
en
un
trabajo
tan
propenso
a
crear
vinculaciones,
no
transfiera
demasiado
a
ti?
H.:
Una
vez
llevado
a
término
su
movimiento
interrumpido,
el
cliente
se
olvida
de
mí.
Lo
entrego
a
sus
padres,
a
las
mejores
manos
para
él,
y
yo
puedo
retirarme
tranquilamente.
Por
eso,
el
peligro
de
transferencias
es
ínfimo.
N.L.:
¿Aún
habría
que
mencionar
otros
métodos
terapéuticos
que
fueron
importantes
para
ti,
por
ejemplo
terapia
familiar?
H.:
Durante
muchos
años,
entre
1974
y
1988,
combinaba
análisis
conciliatorio
y
terapia
primaria.
Después
me
dediqué
intensamente
a
terapia
familiar.
Esta
era
la
nueva
corriente
durante
los
años
70.
Por
tanto,
me
fui
a
Estados
Unidos
para
participar,
durante
cuatro
semanas,
en
un
gran
seminario
de
terapia
familiar
con
Ruth
McClendon
y
Les
Kadis
que
me
permitió
aprender
mucho.
Hicieron
constelaciones
familiares
impresionantes,
encontrando
buenas
soluciones
intuitivamente,
o
a
través
de
experimentos,
pero
yo
no
podía
captarlo
en
todo
su
sentido.
Tampoco
ellos
podían
explicarlo,
ya
que
no
eran
conscientes
de
los
patrones
básicos.
N.L.:
Para
tener
un
punto
de
referencia,
¿en
qué
año
fue
eso?
H.:
En
1979.
Más
tarde,
Ruth
McClendon
y
Les
Kadis
vinieron
a
Alemania
para
dar
dos
cursos
de
terapia
multifamiliar,
es
decir,
durante
cinco
días
trabajaban
simultáneamente
con
cinco
familias,
padres
e
hijos.
Entonces
pensé
que
quizás
me
dedicaría
exclusivamente
a
terapia
familiar,
que
aquello
era
lo
único
verdadero.
Pero
después
miré
a
mi
trabajo
realizado
hasta
entonces
y
decidí
aún
seguir
en
esa
línea,
ya
que
había
ayudado
a
muchas
personas.
Pero
la
terapia
familiar
me
había
cautivado
por
completo,
y
dado
que
veía
cada
vez
con
más
claridad
las
dimensiones
sistémicas
de
problemas
y
destinos,
en
cuestión
de
un
año
mi
trabajo
cambió
tanto
que
acabó
transformándose
en
terapia
familiar,
pero
de
una
manera
que
englobaba
mis
experiencias
anteriores.
N.L.:
Después,
tú
mismo
hiciste
terapia
familiar.
H.:
Sí.
Pero
antes
aún
participé
en
dos
cursos
de
constelaciones
familiares
con
Thea
Schönfelder.
Ella
trabajaba
de
una
manera
muy
clara,
y
yo
ya
lo
comprendía
algo
mejor,
pero
aún
no
del
todo.
Después,
mientras
preparaba
una
conferencia
sobre
culpa
e
inocencia
en
sistemas,
me
quedó
claro
que
existía
un
orden
de
origen,
es
decir
que
lo
anterior
en
un
sistema
tenía
prioridad
sobre
lo
posterior.
N.L.:
Junto
con
los
"sentimientos
adoptados"
y
el
"movimiento
interrumpido",
éste
es
otro
enfoque
originalmente
tuyo.
H.:
¿Qué
quiere
decir
"originalmente"?
Comprendí
una
realidad
oculta
de
la
misma
manera
que
hubiera
podido
comprenderla
otro.
Por
tanto,
tampoco
reclamo
ningún
derecho.
Pero
de
esta
manera
tenía
el
patrón
fundamental
que
me
permitía
reconocer
y
solucionar
trastornos
en
relaciones
familiares.
Sólo
entonces
pude
comenzar
a
trabajar
yo
mismo
con
constelaciones
familiares.
Con
el
tiempo
aún
encontré
otros
patrones,
por
ejemplo
la
representación
de
personas
excluidas
por
otras,
nacidas
posteriormente,
y
la
importancia
del
equilibrio
entre
dar
y
tomar,
tanto
en
la
familia
como
en
la
red
familiar.
Constelaciones
Familiares
N.L.:
Antes
mencionaste
que
muchos
otros
trabajaron
con
constelaciones
familiares
antes
que
tú.
¿Qué
distingue
tu
manera
de
hacer
constelaciones?
H.:
Yo
confío
plenamente
en
que
el
individuo,
al
configurar
su
familia,
está
en
contacto
con
algo
que
lo
supera.
Por
tanto,
me
abstengo
de
dar
indicaciones
previas.
Algunos
terapeutas
les
dicen
a
los
participantes
qué
posturas
deben
tomar,
por
ejemplo
que
se
inclinen
hacia
adelante
o
que
miren
en
una
dirección
determinada.
Es
lo
que
llaman
una
escultura
familiar.
Yo
no
permito
nada
de
eso.
En
cuanto
alguien
se
entrega
al
proceso
de
una
manera
centrada,
esta
persona
hace
todo
eso
por
su
propio
impulso,
siempre
que
sea
necesario.
Así
el
trabajo
cobra
otra
fuerza
convincente
que
si
yo
antes
les
digo
qué
hacer.
También,
cuando
una
persona
configura
su
familia
de
una
manera
preconcebida,
nunca
es
acertado.
La
imagen
de
cómo
la
familia
es
va
surgiendo
paso
a
paso
durante
la
constelación,
sorprendiendo
incluso
a
la
persona
que
la
configura.
N.L.:
¿Cómo
te
explicas
el
hecho
de
que
en
las
constelaciones
familiares
realmente
aparezca
la
verdad
sistémica?
H.:
No
puedo
explicarlo.
Pero
es
posible
ver
cómo,
en
cuanto
los
participantes
de
una
constelación
son
situados
en
relación
unos
con
otros,
ya
no
actúan
y
sienten
como
ellos
mismos,
sino
como
los
miembros
de
aquella
familia
que
representan.
Incluso
desarrollan
los
síntomas
físicos
de
aquellas
personas.
Hace
poco,
en
un
curso
para
enfermos,
participó
un
hombre
que
sufría
de
epilepsia.
Quería
configurar
su
sistema
familiar,
pero
no
era
capaz
de
hacerlo
porque
psíquicamente
ya
no
estaba
del
todo
presente.
Así
le
pedí
a
su
mujer
que
configurara
la
familia
de
origen
de
su
marido;
ella
sí
podía
hacerlo.
Cuando
ese
cliente
tenía
diez
años,
su
padre
perdió
la
vista
en
un
accidente
con
explosivos.
Desde
entonces
ya
no
se
atrevía
a
acercarse
a
su
padre
por
miedo
de
quedarse
también
ciego.
En
la
constelación
le
dije
a
su
representante
que
se
arrodillara
ante
el
padre,
bajara
la
cabeza
hasta
el
suelo
y
le
dijera:
"Te
doy
la
honra."
Así
lo
hizo:
se
arrodilló,
bajó
la
cabeza
hasta
el
suelo
y,
al
decir
esas
palabras,
se
mostró
muy
emocionado.
De
repente,
empezó
a
convulsionarse
como
si
tuviera
un
ataque
epiléptico;
no
podía
resistirlo.
Es
decir,
se
percibe
que
existe
un
saber
y
un
sentir
inmediatos
que
sobrepasan
en
mucho
aquello
que
nos
es
comunicado
exteriormente.
N.L.:
¿Sería
una
especie
de
inconsciente
colectivo
que
actúa
aquí?
H.:
No
lo
sé.
También
me
guardo
mucho
de
encontrar
un
nombre
para
este
fenómeno.
Simplemente
veo
que
existe.
Por
tanto,
también
es
posible
ver
en
seguida
cuándo
una
persona
realmente
se
entrega
y
se
abre
en
una
constelación
familiar,
y
cuándo
no.
Algunos
se
resisten,
o
se
encuentran
en
un
embrollo
personal;
en
un
caso
así,
los
saco
en
seguida
de
la
constelación.
La
percepción
N.L.:
Muchas
veces
dices
que
esto
o
lo
otro
"se
ve
en
seguida".
¿Qué
proceso
es
este
ver
para
ti?
H.:
Es
un
mirar
que
va
más
allá
del
fenómeno,
es
decir
de
aquello
que
resulta
apreciable
en
ese
momento.
N.L.:
Por
tanto,
¿no
es
un
mero
observar?
H.:
No,
es
algo
totalmente
diferente.
Al
observar,
la
mirada
se
concentra
en
un
foco.
El
mirar
abarca
la
amplitud;
se
dirige
al
todo,
sobrepasando
lo
individual
y
aquello
que
se
encuentra
en
un
primer
plano.
Es
decir,
veo
a
una
persona
junto
con
su
familia.
Por
tanto,
cuando
alguien
configura
a
su
familia,
puedo
ver
inmediatamente
si
falta
una
persona
o
no,
ya
que
mi
mirada
va
más
allá
de
la
imagen.
A
continuación,
al
comprobarlo
en
el
grupo,
preguntando:
"¿Cuál
es
la
imagen
que
tenéis
vosotros?
¿Falta
alguien
aquí,
o
no?",
muchos
me
confirman
lo
mismo.
Es
decir,
no
se
trata
de
un
conocimiento
exclusivamente
mío.
Tan
sólo
requiere
un
poco
de
práctica
para
que
uno
pueda
fiarse
de
esta
percepción
y
sepa
"mirar".
Resistirse
a
mirar
Sin
embargo,
hay
un
hecho
muy
importante
a
tener
en
cuenta.
Cuando
una
persona
mira
de
esta
manera
y,
al
mismo
tiempo,
interiormente
hace
una
pregunta
o
formula
una
objeción,
ya
no
puede
ver
así.
Cuando
dice,
por
ejemplo:
"Eso
no
es
posible",
o:
"Ahora,
quizás,
me
muevo
en
mi
imaginación",
cuando
empieza
a
dudar
o
a
tener
miedo.
Cuando
de
repente
es
consciente
de
lo
que
realmente
ve
¾
por
ejemplo
que
una
persona
está
cerca
de
la
muerte
¾
y
empieza
a
sentir
miedo
de
mantener
esta
percepción
y
de
decirla,
entonces
ya
no
puede
ver.
N.L.:
¿Cómo
se
ve
algo
así,
es
decir,
si
una
persona
está
cerca
de
la
muerte?
¿Cuáles
son
los
indicios
que
permiten
determinarlo?
H.:
Esto
ya
sería
...
N.L.:
...¿una
objeción?
H.:
Esto
sería
una
objeción.
Pero
en
vez
de
hacer
una
objeción,
se
comprueba
por
el
efecto
si
lo
que
se
acaba
de
ver
es
cierto.
También
el
cliente
lo
comprueba
por
el
efecto.
Cuando
le
comunico
mi
percepción,
diciendo:
"Veo
que
tu
vida
está
llegando
a
su
final",
es
posible
que
reaccione
de
manera
espontánea,
por
ejemplo
afirmando
mis
palabras
y
mostrándose
profundamente
afectado.
Así
veo
que
acabo
de
percibir
algo
que
él
mismo
también
sabía,
pero
que
aún
no
se
atrevía
a
admitir.
De
la
misma
manera
también
es
posible
ver
otras
cosas,
por
ejemplo
que
una
relación
está
terminada.
Eso
se
puede
ver.
Cuando
se
les
dice
a
las
personas
en
cuestión,
respiran
aliviados
porque
por
fin
ha
salido
a
la
luz.
Estas
reacciones
permiten
tanto
comprobar
lo
visto
como
ejercitar
la
mirada,
y
la
valentía
de
comunicar
abiertamente
lo
percibido
aumenta.
Hipnoterapia
según
Milton
Erickson
N.L.:
¿Aún
hay
otros
impulsores
o
terapeutas
que
influyeron
en
tu
trabajo?
H.:
Sí,
en
gran
parte,
los
discípulos
de
Milton
Erickson.
N.L.:
¿Podrías
describir
más
concretamente
los
elementos
que
consideras
importantes
de
Milton
Erickson
y
de
sus
discípulos?
H.:
Lo
primero
sería
que
Milton
Erickson
reconoce
a
la
persona
de
la
manera
que
es
y
que
reconoce
las
señales
de
la
manera
que
son,
guiándose
directamente
por
estas
señales
del
cliente.
Este
proceso
se
desarrolla
a
varios
niveles:
en
un
primer
plano,
por
ejemplo,
escuchando
lo
que
una
persona
dice;
y
en
un
segundo
plano,
por
ejemplo,
percibiendo
los
movimientos
casi
imperceptibles
que
la
persona
realiza.
A
este
nivel
se
emiten
señales
que
muchas
veces
difieren
totalmente
de
lo
que
se
expresa
verbalmente.
El
terapeuta
ve
y
diferencia
estos
niveles.
Es
esto
lo
que
muchas
veces
asombra
a
los
clientes,
y
me
preguntan:
"¿Cómo
lo
ves?
¡Si
yo
dije
otra
cosa
totalmente
diferente!"
Pero
yo
vi
sus
reacciones.
N.L.:
¿Cuáles
fueron
los
discípulos
de
Erickson
con
los
que
estudiaste
primordialmente?
H.:
Jeff
Zeig
y
Stephen
Lankton
fueron
mis
principales
maestros.
Antes
ya
había
participado
en
dos
seminarios
con
Barbara
Steen
y
Beverly
Stoy.
Ellos
me
introdujeron
a
los
métodos
de
Milton
Erickson,
así
como
a
Programación
Neurolinguística
(PNL)
y
al
trabajo
con
historias.
Así,
por
ejemplo,
a
cada
uno
en
el
grupo
le
contaron
una
historia
que
daba
en
el
blanco;
es
decir,
a
través
de
la
mera
percepción
inmediata
captaban
algo
importante,
transmitiéndolo
después
mediante
una
historia.
Al
conocer
este
tipo
de
trabajo,
me
hubiera
gustado
emplearlo
también,
pero
no
me
salía.
Dos
años
más
tarde,
sin
embargo,
se
me
ocurrió
por
primera
vez
una
historia
terapéutica
en
un
grupo:
"Los
dos
Orfeos",
que
más
tarde
se
convirtió
en
"Las
dos
Caras
de
la
Felicidad."
Historias
N.L.:
¿Cuándo
empleas
las
historias?
¿Existen
reglas
determinadas
al
caso?
H.:
Cuando
me
quedo
bloqueado
en
el
trabajo
con
alguien,
a
veces
se
me
ocurre
una
historia
para
esa
persona.
Muchas
de
mis
historias
nacieron
de
esta
manera
y
siempre
tienen
un
efecto
sorprendente.
N.L.:
¿A
qué
efectos
te
refieres?
H.:
Lo
primero
es
que
la
persona
ya
no
tiene
que
tratar
conmigo
directamente.
Cuando
le
digo
algo
directamente,
por
ejemplo
que
podría
o
debería
hacer
esto
o
lo
otro,
él
se
convierte
en
interlocutor
y,
aunque
sea
acertado
lo
que
le
digo,
también
tiene
que
poner
sus
límites
frente
a
mí.
Así
se
lo
exige
su
dignidad.
Contándole
una
historia,
sin
embargo,
ya
no
tiene
que
tratar
conmigo,
sino
con
las
personas
de
la
historia.
Muchas
veces
no
le
cuento
la
historia
a
él,
sino
a
otra
persona,
de
manera
que
el
primero
ni
siquiera
sabe
que
la
historia
está
pensada
para
él.
N.L.:
A
veces,
sin
embargo,
por
ejemplo
en
terapia
individual,
también
te
diriges
directamente
a
una
persona.
¿Cuál
es
la
diferencia?
¿Tienes
que
tener
más
cuidado,
o
empleas
otro
tipo
de
historias?
H.:
Hay
pequeños
trucos.
Por
ejemplo,
se
puede
decir:
"Una
vez
conocí
a
un
hombre
que
le
contó
a
alguien
..."
N.L.:
Es
decir,
creas
una
historia
marco.
H.:
Sí.
Entonces
se
trata
de
una
historia
que
otra
persona
contó
a
un
tercero,
de
manera
que
la
atención
de
mi
interlocutor
se
desvía
de
mí.
El
marco
crea
un
grupo
ficticio
en
el
que
se
cuenta
la
historia.
N.L.:
A
veces,
aparte
de
su
función
aclaratoria,
tus
historias
también
parecen
servir
de
distracción.
¿Tienes
un
plan
determinado
según
el
cual
empleas
las
historias
en
el
curso
de
un
seminario?
H.:
No,
a
este
respecto
no
planeo
nada.
A
veces,
después
de
un
trabajo
muy
duro,
veo
que
hace
falta
algo
relajante,
así
que
miro
a
ver
si
se
me
ocurre
alguna
historia
que
pudiera
contar.
Es
como
un
volver
a
la
tranquilidad
y
un
prepararse
para
lo
siguiente.
También
los
ejemplos
que
aporto
para
explicar
determinados
aspectos
de
mi
trabajo
son
tales
historias;
también
en
este
caso
se
trata
de
un
descanso.
Es
decir,
procuro
que
un
curso
se
desarrolle
como
un
drama:
primero
hay
acción,
después
una
cierta
reflexión;
o,
a
veces,
después
de
un
caso
muy
serio,
hace
falta
una
broma
u
otra
cosa
divertida.
N.L.:
Es
decir,
se
crea
un
cierto
equilibrio.
H.:
Son
momentos
de
equilibrio
y,
curiosamente,
también
de
profundidad,
ya
que
también
entra
en
juego
el
elemento
contrario.
Es
decir,
no
solamente
serio,
ni
únicamente
divertido,
y
no
sólo
teoría,
ni
sólo
trabajo,
sino
todo
a
la
vez:
la
vida
plena.
Experiencia
de
vida
N.L.:
Cuando
miras
a
tu
vida,
¿qué
experiencias
personales,
aparte
de
las
experiencias
que
ganaste
a
través
de
tus
maestros,
desempeñaron
un
papel
importante
en
el
desarrollo
de
tu
enfoque
terapéutico?
H.:
Naturalmente,
una
experiencia
muy
importante
para
mí
fueron
los
muchos
años
de
estancia
con
los
zulúes
en
Sudáfrica.
Allí
conocí
otro
tipo
de
trato
humano;
por
ejemplo,
mucha
paciencia,
pero
también
mucho
respeto
mutuo.
Allí
se
sobreentiende
que
no
hay
que
dejar
en
ridículo
a
otra
persona,
de
manera
que
pueda
guardar
la
faz
y
conservar
su
dignidad.
También
la
manera
en
que
los
zulúes
tratan
a
sus
hijos
y
cómo
los
padres
hacen
valer
su
autoridad
con
toda
naturalidad
me
impresionó
mucho.
Y
cómo
los
hijos,
con
toda
naturalidad,
respetan
a
sus
padres.
Así,
por
ejemplo,
no
oí
nunca
que
nadie
hablara
con
desprecio
de
sus
padres.
Sería
impensable
entre
ellos.
N.L.:
En
aquel
entonces
trabajabas
en
una
orden
de
misioneros
católicos.
¿Hasta
qué
punto
te
marcó
ese
entorno
concreto?
H.:
Fue
para
mí
una
experiencia
de
mucha
disciplina
y
de
trabajo
intenso
que
me
exigía
a
todos
los
niveles;
es
algo
que
aún
ahora
me
marca.
En
Sudáfrica,
durante
mucho
tiempo
dirigía
escuelas
superiores
dando
también
clases
de
diversas
asignaturas,
especialmente
de
inglés.
Asimismo,
durante
muchos
años
administraba
toda
la
enseñanza
de
una
diócesis
que
comprendía
unas
150
escuelas.
Las
experiencias
pedagógicas
de
aquel
entonces
aún
hoy
me
resultan
provechosas
para
mis
cursos.
N.L.:
Cuando
a
principios
de
los
años
70
abandonaste
la
orden
y
cambiaste
de
profesión,
¿también
hubo
resistencias?
H.:
Cuando
me
fui,
no
hubo
ninguna
resistencia,
ni
por
parte
de
la
orden,
ni
por
la
mía.
Fue
como
un
crecimiento
ulterior.
Por
tanto,
tampoco
lo
viví
como
una
ruptura,
sino
como
un
desarrollo.
N.L.:
Es
decir,
¿tu
despedida
fue
realmente
pacífica?
H.:
Sí.
Puedo
acordarme
con
buenos
sentimientos,
y
también
conservo
el
contacto
con
mis
amigos
de
allá.
Puedo
valorar
lo
que
allí
recibí,
y
también
puedo
valorar
el
trabajo
que
se
realizó.
Insights
N.L.:
¿Podrías
resumir
los
aspectos
nuevos
que
aportas
a
la
psicoterapia
sistémica?
El
amor
H.:
Lo
más
importante
fue
reconocer
que
detrás
de
todo
comportamiento,
por
muy
extraño
que
nos
parezca,
actúa
el
amor.
Y
que
también
detrás
de
los
síntomas
que
una
persona
presenta
siempre
actúa
el
amor.
Por
tanto,
lo
decisivo
en
terapia
es
encontrar
el
punto
donde
este
amor
se
concentra.
Esta
es
la
raíz,
y
desde
allí
siempre
se
encuentra
el
camino
a
la
solución,
ya
que
también
la
solución
siempre
pasa
por
el
amor.
En
un
primer
lugar
experimenté
esto
en
terapia
primaria,
pero
más
tarde
también
en
análisis
transaccional
y
en
terapia
familiar.
Noté
que
gran
parte
del
trabajo
con
sentimientos
¾
tan
fomentado
en
muchas
ocasiones,
por
ejemplo
diciéndole
al
cliente:
“¡Saca
toda
tu
rabia!
„
¾
pasa
por
alto
lo
más
esencial.
También
he
podido
ver
que
la
persona
que
en
una
terapia
es
animada
a
expresar
ante
sus
padres
que
está
furiosa
con
ellos
o
que
incluso
quisiera
matarlos,
más
tarde
se
castiga
duramente
a
sí
misma.
El
alma
del
hijo
no
tolera
el
menosprecio
de
los
padres.
Sólo
al
ver
todo
eso,
me
di
cuenta
del
pleno
alcance
del
amor.
Por
tanto,
siempre
busco
primero
al
amor,
resistiéndome
a
todo
lo
que
pueda
ponerlo
en
peligro.
El
equilibrio
Otro
descubrimiento
muy
importante
fue
que
la
necesidad
de
llegar
a
un
equilibrio
entre
dar
y
tomar,
entre
ganancia
y
pérdida,
es
tan
fuerte
que
nunca
podrá
ser
sobrestimada.
A
un
nivel
inconsciente,
esta
necesidad
actúa
como
una
tendencia
a
la
compensación
en
la
fatalidad.
Es
decir,
si
yo
hice
algún
mal
a
otra
persona,
también
me
hago
sufrir
a
mí
mismo;
o
si
vivo
algo
bueno,
lo
pago
con
algo
malo.
N.L.:
¿Cómo
se
desarrolla
esta
manera
de
actuar
paradójica?
H.:
Simplemente
por
el
deseo
de
escaparse
de
la
presión.
La
presión
por
alcanzar
un
equilibrio
es
inmensa.
De
repente
me
di
cuenta
de
que
muchísimos
problemas
se
deben
a
esta
necesidad
instintiva
de
llegar
a
un
equilibrio,
necesidad
que
no
conduce
a
ninguna
solución,
a
no
ser
que
se
encuentre
otro
tipo
de
compensación
a
otro
nivel:
la
compensación
a
través
del
bien,
del
respeto
y
del
amor.
N.L.:
¿También
recibiste
impulsos
exteriores
para
tu
modelo
terapéutico?
H.:
Boszormenyi-Nagy
escribió
un
libro
titulado
"Lealtades
Invisibles";
sus
ideas
me
indicaron
un
rumbo.
Pero
pronto
dejé
de
lado
el
libro
para
mirar
y
ver
yo
mismo
cómo
actuaba
la
necesidad
de
compensación
en
las
familias.
Además,
me
di
cuenta
de
que
Boszormenyi-Nagy
tan
sólo
describía
la
compensación
instintiva,
que
tenía
consecuencias
nefastas;
la
compensación
que
conduce
a
la
solución,
sin
embargo,
se
encuentra
o
otro
nivel
más
elevado.
El
mismo
derecho
a
la
pertenencia
N.L.:
¿Aún
existen
otras
ideas
básicas,
y
en
qué
se
centra
primordialmente
tu
esfuerzo
terapéutico?
H.:
Sintonizo
con
un
movimiento
que
vuelve
a
unir
lo
separado;
pero
de
modo
que
primero
se
encuentre
lo
que
separa
y
también
lo
que
une.
Lo
más
importante
que
descubrí
de
lo
que
separa
y
lo
que
une
fue
que,
tanto
en
la
familia
como
en
la
red
familiar,
cada
miembro
tiene
el
mismo
derecho
a
la
pertenencia
¾
independientemente
de
si
aún
vive
o
ya
está
muerto.
Es
decir,
el
alma
misma,
a
través
de
sus
reacciones
ante
la
negación
o
el
reconocimiento
de
este
derecho,
demuestra
que
se
trata
de
un
derecho
fundamental,
reconocido
por
todos
en
la
profundidad
del
alma.
Por
tanto,
siempre
que
un
miembro
de
la
familia
o
de
la
red
familiar
es
excluido,
apartado
u
olvidado,
la
familia
o
la
red
familiar
reacciona
como
si
se
tratara
de
una
injusticia
grave
que
reclama
la
expiación.
Así
ocurre,
por
ejemplo,
en
el
caso
de
una
persona
que
por
razones
morales
es
considerada
indigna
de
pertenecer
a
la
familia;
o
cuando
alguien
ocupa
el
lugar
de
un
miembro
de
la
familia
como
si
pudiera
desplazarlo;
o
cuando
ya
no
se
quiere
saber
nada
de
un
miembro
de
la
red
familiar
porque
su
suerte
causa
temor;
o
aún
cuando
tan
sólo
se
le
olvida,
por
ejemplo
en
el
caso
de
un
hijo
que
murió
al
nacer.
El
alma
no
tolera
que
nadie
sea
considerado
más
grande
o
más
pequeño,
o
mejor
o
peor.
Únicamente
los
asesinos
pueden
y
deben
ser
excluidos,
es
decir,
los
demás
miembros
de
la
familia
los
despiden
de
sus
corazones
con
amor.
La
injusticia
de
la
exclusión
se
expía
en
la
familia
nuclear
y
en
la
red
familiar,
llevando
a
que
otro
miembro
del
sistema,
muchas
veces
sin
darse
cuenta
personalmente,
represente
a
la
persona
excluida
u
olvidada
reavivando
sus
sentimientos
y
su
suerte.
Esta
es
la
causa
más
importante
de
implicaciones
sistémicas
y
de
los
problemas
resultantes
tanto
para
el
implicado
como
para
su
familia.
El
derecho
fundamental
a
la
pertenencia,
por
tanto,
no
es
una
exigencia
impuesta
desde
fuera,
sino
que
en
lo
profundo
de
nuestra
alma
actuamos
como
si
de
una
ley
predeterminada
se
tratara,
por
mucho
que
en
la
superficie
pensemos
o
hagamos
para
justificarnos.
En
las
familias
rige
la
ley
de
la
igualdad
de
todos
sus
miembros.
Cada
uno,
para
así
decirlo,
está
al
servicio
de
la
familia,
y
ninguno
es
prescindible
o
puede
ser
olvidado.
Los
problemas
más
graves
que
como
terapeuta
me
encuentro
tienen
su
origen
en
el
desacato
de
la
igualdad.
Por
tanto,
como
terapeuta
procuro
que
la
persona
excluida
aparezca
nuevamente
ante
los
ojos
de
los
demás,
y,
una
vez
reconocido
e
integrado
este
miembro
del
sistema,
vuelve
la
paz,
y
los
implicados
se
encuentran
libres.
En
este
reconocimiento
mutuo
de
la
igualdad
vuelven
a
encontrarse
aquellas
personas
que
antes
quizás
estaban
separadas:
marido
y
mujer,
padres
e
hijos,
sanos
y
enfermos,
los
que
vinieron
y
los
que
se
marcharon,
los
vivos
y
los
muertos.
Como
terapeuta
me
encuentro
profundamente
comprometido
al
servicio
de
la
reconciliación.
Enfermedad
y
sanación
en
el
seno
de
la
familia
N.L.:
Desde
hace
algún
tiempo,
también
trabajas
con
personas
gravemente
enfermas.
¿También
en
este
ámbito
ha
mostrado
ser
válido
tu
enfoque
terapéutico?
H.:
Sí,
sobre
todo
en
caso
de
tratarse
de
problemas
o
afecciones
causados
por
implicaciones
sistémicas.
N.L.:
¿Y
cuáles
son
los
síntomas
que
mejor
responden
a
una
psicoterapia
sistémica?
H.:
Podemos
apreciar
que
determinadas
enfermedades
graves,
como
por
ejemplo
cáncer,
tienen
también
causas
sistémicas.
El
contexto
sistémico
se
muestra
en
la
dinámica
de
„Te
sigo“;
es
decir,
la
persona
pretende
seguir
a
otro
miembro
de
la
red
familiar,
enfermo
o
muerto,
cayendo
enfermo
o
buscando
la
muerte
también
él.
O
el
caso
de
un
hijo
que
ve
que
alguien
en
su
familia
tiene
la
tendencia
de
seguir
a
otra
persona
de
esta
manera,
por
lo
que
pretende
retenerlo
diciendo:
"Mejor
que
vaya
yo
que
tú."
A
todo
esto
aún
se
añade
el
deseo
de
expiar
y
compensar
una
fatalidad,
buscando
a
su
vez
la
fatalidad.
Conociendo
estas
dinámicas
fundamentales,
es
posible
despojarlas
de
su
poder
y
mitigar
mucho
sufrimiento
y
dolor.
Otros
síntomas
están
relacionados
con
el
movimiento
interrumpido
hacia
uno
de
los
padres.
Así,
por
ejemplo,
los
dolores
cardíacos
o
de
cabeza
frecuentemente
expresan
un
amor
retenido,
y
los
dolores
de
espalda
muchas
veces
se
desarrollan
cuando
la
persona
se
niega
a
realizar
una
inclinación
profunda
ante
la
madre
o
el
padre.
Procedimientos
importantes
N.L.:
¿Cuáles
son
tus
procedimientos
terapéuticos
más
importantes
en
el
trabajo
con
constelaciones
familiares?
¿Cómo
los
resumirías
en
unos
cuantos
puntos
principales?
Tomar
la
dirección
H.:
Una
vez
configurada
la
constelación,
no
dejo
la
solución
únicamente
en
manos
del
cliente.
Así,
por
ejemplo,
no
dejo
que
busque
sólo
el
lugar
en
el
que
se
encuentra
bien.
Cuando
alguien
configura
la
constelación
de
su
familia,
de
mi
percepción
y
de
mi
experiencia
me
viene
una
imagen
de
la
manera
en
que
el
orden
está
perturbado
y
cómo
debería
ser
corregido.
Esta
es
la
imagen
que
me
guía
para
buscar
la
solución.
Es
decir,
yo
mismo
configuro
las
imágenes
intermedias
y
de
solución,
pero
siempre
contando
con
la
colaboración
del
cliente.
Así
compruebo
la
imagen
por
su
efecto,
viendo
si
éste
afirma
la
imagen
o
si
aún
se
requieren
otros
pasos
más.
N.L.:
Es
decir,
¿también
compruebas
tu
imagen
interior?
H.:
Sí,
siempre,
en
cada
caso.
Por
tanto,
nadie
tiene
que
creer
simplemente
lo
que
digo
o
hago.
Sin
embargo,
no
le
dejo
la
iniciativa
al
cliente,
ya
que
no
encontraría
la
solución
por
sí
sólo.
Si
supiera
hacerlo,
no
necesitaría
acudir
a
mí.
Una
vez
encontrada
la
imagen
de
solución,
le
pido
al
cliente
que
ocupe
su
lugar
en
la
constelación
tomando
la
posición
que
su
representante
tenía.
De
esta
manera
tiene
la
posibilidad
de
comprobar
por
sus
propias
reacciones
si
la
solución
es
la
correcta
para
él.
Ir
hasta
el
límite
N.L.:
Muchas
veces,
partiendo
de
la
imagen
de
solución,
le
haces
ver
al
cliente
consecuencias
aparentemente
muy
duras.
H.:
Enfrento
a
la
persona
con
las
máximas
consecuencias
de
aquello
que
en
su
familia
ocurre;
por
ejemplo,
que
morirá
un
hijo
si
él
abandona
a
la
familia.
Y
también
lo
enfrento
con
los
pasos
necesarios
para
llegar
a
una
solución,
por
ejemplo
que
debe
inclinarse
profundamente
ante
su
padre
y
darle
la
honra.
O,
quizás,
que
tiene
que
salir
de
la
familia;
también
eso
puede
ser
una
consecuencia
en
algunos
casos.
N.L.:
¿Qué
significa
eso
en
concreto?
H.:
Que
la
persona
en
cuestión
renuncie
a
sus
exigencias.
Una
madre,
por
ejemplo,
que
dio
a
su
hijo
ya
no
tiene
ningún
derecho
sobre
él.
En
un
caso
así,
tiene
que
marcharse
y
dejar
al
hijo
con
el
padre.
Estas
son
intervenciones
terapéuticas
de
gran
trascendencia
y
pide
mucho
valor
hacerse
responsable
de
un
paso
así.
Pero
sólo
confrontando
a
la
persona
con
todas
las
consecuencias
de
su
comportamiento
y
con
las
condiciones
para
una
solución,
la
decisión
se
hace
inevitable
y
posible.
En
este
contexto
me
acuerdo
de
otro
de
mis
maestros:
este
ir
hasta
el
límite
fue
algo
que
Frank
Farrely
presentó
de
manera
muy
patente
en
su
"terapia
provocativa".
El
me
indicó
un
camino,
y
me
acuerdo
de
él
con
gratitud.
Quedarse
con
la
realidad
aunque
sea
chocante
N.L.:
En
tus
grupos
terapéuticos,
sin
embargo,
¿una
y
otra
vez
habrá
participantes
que
se
mostrarán
chocados
de
la
manera
tan
directa
en
que
los
confrontas?
H.:
Tan
sólo
confronto
al
participante
con
una
realidad
visible.
N.L.:
¡Que
tú
ves!
H.:
Y
que
el
otro,
por
supuesto,
conoce.
Únicamente
es
chocante
para
aquellos
que
no
quieren
ver
lo
que
es.
Así,
por
ejemplo,
en
un
curso
hubo
una
mujer
con
una
enfermedad
mortal
incurable;
es
decir,
ya
no
le
quedaba
mucho
tiempo
de
vida.
Ella
quería
configurar
su
familia,
pero
yo
le
dije:
Cogeré
únicamente
a
dos
personas:
tú
y
la
muerte.
Elige
a
alguien
para
ti
y
elige
a
alguien
para
la
muerte.
Eso
es
chocante
para
alguien
de
fuera.
Para
esa
mujer,
sin
embargo,
no
fue
así,
ya
que
sabía
que
iba
a
morir.
Eligió
a
una
mujer
más
baja
como
representante
de
ella
misma,
y
una
mujer
más
alta
para
la
muerte.
Colocó
a
las
dos
mujeres
una
en
frente
de
la
otra,
muy
cerca,
pecho
a
pecho.
La
mujer
más
baja,
que
representaba
a
la
cliente,
levantó
la
vista,
se
quedó
mirando
a
la
muerte
y
dijo:
Tengo
una
sensación
cálida
y
siento
el
aliento
suave
de
la
muerte
en
mi
cara.
También
la
muerte
tenía
una
sensación
de
calidez
frente
a
esa
mujer.
Le
dije
a
la
mujer
que
representaba
a
la
cliente
que
le
dijera
a
la
muerte:
"Te
doy
la
honra."
Así
lo
hizo,
y
la
muerte
y
la
mujer
se
cogieron
de
las
manos
muy
suavemente,
de
ambas
manos,
mirándose
con
gran
cariño.
Esta
es
la
realidad
que
sale
a
la
luz,
la
realidad
que
actúa
precisamente
porque
pudo
salir
a
la
luz.
Pensando,
sin
embargo,
que
la
muerte
es
algo
horrible,
se
tiene
miedo
de
sacar
a
la
luz
esta
verdad.
Cuando
yo
saco
a
la
luz
un
asunto
de
esta
índole,
siempre
se
trata
de
una
realidad
que
se
presenta
de
la
manera
que
es,
con
toda
seriedad.
Es
algo
que
no
se
contradice,
es
decir,
el
cliente
no
lo
contradice.
Quizás,
a
otros
les
infunda
miedo
esta
realidad,
por
lo
que
intentan
resistirse
diciendo
que
la
enfermedad
no
será
tan
grave
y
que
aún
debería
haber
algo
más
que
enfrentarse
con
el
final.
Es
este
tipo
de
comentarios
que
yo
no
permito,
aunque
parezca
duro
en
ese
momento.
N.L.:
¿Qué
consecuencias
tendrían
estas
objeciones
si
las
permitieras?
H.:
En
un
caso
así,
la
realidad
se
encontraría
transferida
a
un
nivel
de
opiniones
y
de
arbitrariedades,
lo
cual
es
inadmisible.
Es
aquí
donde
mi
trabajo
se
hace
directo
y
denso:
no
tolero
que
la
realidad
se
minimice.
N.L.:
¿Cuáles
serían
los
efectos
para
el
cliente
si
toleraras
la
arbitrariedad?
H.:
Le
debilita.
La
realidad,
en
cambio,
por
muy
dura
que
parezca,
le
hace
fuerte
y
libre
en
cuanto
la
mira
abiertamente
y
la
reconoce.
Una
vez,
por
ejemplo,
después
de
configurar
la
constelación
familiar
de
una
cliente,
le
dije
que
su
matrimonio
ya
no
tenía
salvación,
que
los
hijos
tenían
que
ir
con
el
marido
y
que
ella
debía
quedarse
sola.
Otros
participantes
querían
hacer
objeciones
y
presentarle
soluciones
más
cómodas,
pero
yo
los
corté.
Lo
que
le
había
dicho
no
era
un
producto
de
mi
imaginación,
sino
que
había
quedado
claro
en
el
curso
de
la
constelación,
tanto
para
ella
como
para
mí.
Más
tarde,
uno
de
los
participantes
me
contó
que
durante
la
noche
siguiente
se
pasó
tres
horas
altercando
conmigo
porque
pensaba
que
había
sido
demasiado
duro
con
ella.
La
mañana
siguiente,
sin
embargo,
aquella
mujer
vino
al
grupo
radiante
y
el
otro
participante
se
dio
cuenta
de
que
su
preocupación
por
ella
y
su
lucha
interior
conmigo
habían
sido
innecesarias.
N.L.:
¿Cómo
te
ves
a
ti
mismo
en
una
intervención
de
tanta
responsabilidad?
H.:
En
primer
lugar
me
considero
una
persona
que
saca
a
la
luz
determinadas
realidades,
siendo
éstas
realidades
las
que
ayudan
y
curan,
no
yo.
Sea
cual
fuere
la
decisión
que
se
toma
después,
no
tiene
nada
que
ver
conmigo.
N.L.:
¿Qué
ocurre
en
el
interior
del
cliente
cuando
encara
la
realidad
de
esta
manera?
H.:
Ya
no
se
hace
ilusiones.
De
esta
manera,
su
visión
y
sus
actos
cobran
otra
seriedad
y
otra
fuerza.
Así,
aún
actuando
en
contra
de
su
conocimiento,
sabe
lo
que
hace,
ya
no
actúa
por
un
mero
impulso.
Dejar
de
lado
el
problema
referido
N.L.:
¿Por
qué
no
dejas
que
tus
clientes
refieran
más
que
descripciones
breves
de
sus
problemas?
Es
algo
que
desconcierta
a
muchas
personas.
H.:
El
problema
que
una
persona
relata,
tal
como
lo
relata,
en
realidad
no
es
su
problema.
Ya
que
si
realmente
lo
hubiera
captado,
...
N.L.:
...
ya
no
existiría.
H.:
Exacto.
Por
tanto,
aquí
parto
de
la
idea
de
que
casi
todo
lo
que
una
persona
refiere
de
su
situación
no
corresponde
realmente
a
ella.
Si
lo
escuchara,
no
haría
más
que
darle
la
oportunidad
de
justificar
y
reforzar
una
vez
más
su
problema
a
través
de
su
descripción.
Por
tanto,
no
le
permito
que
me
cuente
su
problema
de
la
manera
que
él
quisiera
hacerlo,
sino
que
le
digo
que
únicamente
me
interesan
los
sucesos,
por
ejemplo
si
alguien
de
los
padres
estuvo
casado
anteriormente,
cuántos
hermanos
tiene,
si
uno
de
sus
hermanos
murió,
o
si
hubo
otros
acontecimientos
incisivos
en
su
infancia
y
en
su
familia.
N.L.:
Es
decir,
únicamente
quieres
oír
los
hechos.
H.:
Únicamente
los
hechos,
sin
ninguna
interpretación.
De
los
hechos
puedo
saber
lo
que
ocurre
en
su
alma
y
cuál
es
la
raíz
de
sus
problemas
o
de
las
dinámicas
en
las
que
se
ve
implicado.
Así
tengo
las
informaciones
que
necesito.
Centrarse
en
la
energía
N.L.:
Algunas
personas,
sin
embargo,
podrían
aportar
un
sinfín
de
hechos.
¿Cuándo
consideras
suficiente
la
información
recibida
para
poder
formarte
una
imagen
clara?
¿Cuáles
son
los
hechos
importantes?
H.:
Los
acontecimientos
y
hechos
están
cargados
de
energía.
Cuando
una
persona
habla
de
un
acontecimiento,
puede
percibirse
inmediatamente
la
energía
que
éste
encierra
y
el
alcance
de
sus
consecuencias.
Cuando
alguien
relata
que
un
hermano
suyo
murió
de
pequeño,
siempre
se
trata
de
un
hecho
de
gran
impacto.
O
también
el
caso
de
una
madre
que
murió
de
parto:
un
hecho
así
actúa
con
una
fuerza
inmensa
a
través
de
generaciones.
Sucesos
de
este
tipo
deben
ser
abordados
y
reconocidos,
puesto
que
se
trata
de
hechos
que
infunden
miedo
y,
en
consecuencia,
suelen
ser
ocultados.
Pero
es
justamente
este
secreto
el
que
les
confiere
su
poder.
Cuando
se
nombra
un
acontecimiento
de
este
tipo,
noto
en
seguida
si
está
cargado
de
energía
o
no.
Muchas
veces,
cuando
alguien
nombra
a
una
persona
determinada,
sé
inmediatamente
que
esta
persona
forzosamente
tiene
que
ser
representada
e
imitada
por
otro
miembro
del
sistema.
N.L.:
¿Cómo
puedes
estar
tan
seguro?
H.:
Lo
noto
por
la
energía,
por
la
fuerza
que
de
allí
emana.
Después
compruebo
lo
percibido
a
través
de
la
constelación.
Muchas
veces
aún
se
añaden
otros
factores.
Pero
una
vez
nombrada
una
persona
importante,
comienzo
a
trabajar
en
seguida.
Todas
las
demás
informaciones
surgen
a
través
de
la
constelación.
Reducir
el
trabajo
a
un
mínimo
N.L.:
¿Aún
existen
otros
procedimientos
terapéuticos
que
considerarías
característicos
para
ti?
H.:
En
las
constelaciones
familiares
he
podido
comprobar
la
efectividad
de
un
trabajo
reducido
a
lo
mínimo,
es
decir,
de
no
hacer
más
de
lo
estrictamente
necesario,
renunciando
a
abarcar
la
totalidad
de
un
caso.
De
lo
contrario,
la
energía
se
encauza
hacia
la
curiosidad
y
el
querer
saber,
desviándose
del
actuar.
Corto
inmediatamente
en
cuanto
se
percibe
la
solución.
Corto
en
el
punto
culminante,
cuando
hay
un
máximo
de
energía.
De
esta
manera
impido
que
la
energía
se
escape
hacia
los
debates,
conservándola
concentrada
para
el
actuar.
Por
esta
misma
razón,
tampoco
tolero
las
discusiones
detalladas
una
vez
finalizado
el
trabajo.
N.L.:
¿Cuáles
serían
los
efectos
de
tales
discusiones?
H.:
Debilitarían
a
la
persona
en
cuestión
y,
al
mismo
tiempo,
darían
a
otros
participantes
la
oportunidad
de
dirigir
la
energía
hacia
ellos
mismos
y
hacia
sus
problemas.
N.L.:
Es
decir,
¿inmediatamente
sigues
trabajando
con
otro
participante
o
cambias
de
tema?
H.:
Sí,
inmediatamente
paso
a
lo
siguiente.
Interrumpir
el
trabajo
N.L.:
¿Qué
haces
cuando
no
encuentras
ninguna
solución
en
una
constelación?
H.:
Cuando
no
encuentro
ninguna
solución,
interrumpo
en
seguida,
y
también
en
este
caso
no
admito
ninguna
discusión.
De
esta
manera,
la
interrupción
es
efectiva.
Se
trata
de
una
intervención
dura,
pero
frecuentemente,
al
cabo
de
unos
días,
el
participante
encuentra
lo
que
aún
le
faltaba
para
la
solución.
Sin
la
interrupción
y
sin
las
fuerzas
movilizadas
por
ella
quizás
no
lo
hubiera
conseguido.
N.L.:
Por
tanto,
¿también
la
interrupción
de
una
constelación
tiene
un
efecto
terapéutico?
H.:
Sí,
también
está
al
servicio
del
cliente.
Lo
mismo
ocurre
cuando
hay
que
admitir
un
fracaso.
Así,
por
ejemplo,
hay
veces
en
las
que
digo:
No
puedo
hacer
nada
ahora,
y
lo
dejo
allí.
Aunque
veo
que
la
situación
es
dura
para
el
cliente,
no
me
preocupo,
ya
que
dejando
las
cosas
como
están,
quizás
a
otro
participante
del
grupo
se
le
ocurre
algo
al
respecto,
aportando
así
la
palabra
clave
que
nos
permite
avanzar.
Por
tanto,
no
pretendo
tener
siempre
un
control
absoluto
de
todo,
sino
que
me
muevo
con
la
corriente.
La
misma
corriente
también
lleva
a
los
demás,
dándose
así
un
intercambio
entre
todos
que
sirve
al
desenlace
bueno.
Guardarse
de
la
curiosidad
N.L.:
Es
una
imagen
muy
buena.
Varias
veces
he
podido
observar
como
te
resistes
a
determinadas
preguntas
mediante
una
respuesta
ambigua
o
un
comentario
irónico,
¿cuál
es
la
razón
de
fondo?
H.:
Si
alguien
hace
una
pregunta
seria
que
le
es
importante,
siempre
la
respondo;
así
me
lo
exige
el
respeto.
Pero
si
el
único
interés
de
una
pregunta
es
el
de
ponerme
a
prueba,
me
retiro
a
través
de
la
ambigüedad
o
de
una
broma,
pero
también
mediante
el
enfrentamiento.
N.L.:
Muchas
veces
también
se
trata
de
una
cierta
curiosidad.
H.:
La
curiosidad
es
una
falta
de
respeto
ante
la
otra
persona;
y
de
la
misma
manera
que
yo
no
hago
preguntas
curiosas,
tampoco
permito
que
me
las
hagan
a
mí.
El
éxito
no
se
controla
N.L.:
A
veces
da
la
impresión
de
que
no
necesitas
ni
tampoco
quieres
ninguna
información
de
los
efectos
posteriores
de
tu
trabajo.
¿Por
qué?
H.:
Sí
que
necesito
el
feedback.
La
respuesta
principal,
sin
embargo,
se
me
da
durante
el
trabajo
mismo,
cuando
veo
el
impacto
inmediato
sobre
los
sentimientos
del
cliente,
y
los
cambios
que
se
producen.
Pero
nunca
limito
el
trabajo
a
los
síntomas,
de
modo
que
tenga
que
investigar
para
saber
si
han
desaparecido
o
no.
Mi
meta
no
consiste
en
eliminar
un
síntoma,
sino
en
hacer
que
una
persona
recobre
la
unión
con
su
familia,
de
manera
que
pueda
estar
en
contacto
con
todas
las
fuerzas
buenas
que
ésta
alberga.
Este
hecho
le
da
al
cliente
muchas
energías
nuevas
y
siempre
es
un
éxito.
Hasta
qué
punto
este
trabajo
influye
también
en
los
síntomas,
es
otro
asunto
que,
en
primer
lugar,
atañe
a
los
médicos
y
psiquiatras.
Por
tanto,
a
clientes
con
síntomas
graves
siempre
les
aconsejo
que
consulten
también
a
un
médico
o
a
un
psiquiatra
si
veo
que
eso
sería
lo
más
indicado
en
el
caso
concreto.
N.L.:
El
no
preguntar
por
el
éxito,
¿tiene
un
significado
terapéutico?
H.:
Esta
es
una
pregunta
interesante
que
considero
muy
importante.
Naturalmente
me
alegro
cuando,
al
cabo
de
un
tiempo
y
a
través
de
terceros,
me
entero
de
que
alguien
se
encuentra
bien.
Pero
nunca
lo
preguntaría
directamente,
por
la
simple
razón
de
que
no
quiero
ponerme
entre
él
y
su
alma,
ni
tampoco
entre
él
y
su
destino,
ni
entre
él
y
el
"Gran
Alma"
¾
para
llamarlo
de
alguna
manera
¾
que
le
guía.
Cuando
trabajo
con
él,
me
siento
en
sintonía
con
su
destino
y
en
sintonía
con
su
alma
y
en
sintonía
con
el
"Gran
Alma".
Así,
una
vez
terminado
mi
trabajo,
puedo
retirarme
sin
seguir
investigando.
Si
sintiera
curiosidad
o
pretendiera
investigar,
ya
no
confiaría
en
estas
fuerzas,
lo
cual
tendría
consecuencias
muy
graves
tanto
para
mí
como
para
el
cliente,
ya
que
dichas
fuerzas
me
abandonarían
a
mí
y
le
abandonarían
a
él.
N.L.:
Por
tanto,
cuando
un
cliente
te
comunica,
todo
contento,
que
la
terapia
fue
un
éxito,
¿te
parece
bien
o
te
frena?
H.:
Me
distancio
de
ello
viéndolo
como
una
tentación
al
poder.
N.L.:
¿También
podría
ser
una
tentación
de
querer
encontrar
reglas
y
de
fiarse
más
de
las
reglas
que
del
momento
y
de
lo
que
éste
muestra?
H.:
Eso
es
lo
mismo.
También
sería
una
tentación
al
poder.
En
cuanto
me
dejo
llevar
por
una
reacción
eufórica,
pierdo
el
terreno
firme
y
también
mi
claridad.
Y
pierdo
fuerza.
En
ese
momento
ya
no
estoy
libre.
Cuanto
menos
sepa,
más
centrado
en
mí
mismo
y
recogido
puedo
estar.
Por
este
mismo
motivo
tampoco
quiero
saber
nada
de
lo
que
el
cliente,
ya
anteriormente,
hizo
para
solucionar
sus
problemas.
Así
puedo
trabajar
con
él
con
toda
libertad.
El
momento
actual
es
lo
que
cuenta
N.L.:
Muchas
veces,
las
personas
que
llegan
a
conocer
tu
enfoque
psicoterapéutico
preguntan:
"De
dónde
saca
Hellinger
todo
esto?
¿Cómo
llegó
a
esta
visión
de
las
cosas?"
H.:
He
aprendido
de
muchas
personas.
N.L.:
De
eso
ya
hablamos.
H.:
Lo
más
importante
lo
percibo
en
el
momento.
Es
decir,
cuando
el
trabajo
me
exige,
me
expongo
enteramente
a
la
situación
y
a
las
personas
en
cuestión,
sobre
todo
a
los
excluidos.
Cuando
los
tengo
presentes
a
todos,
cuando
los
miro
con
respeto
y
con
cariño,
de
repente
me
viene
la
solución,
y
es
ésta
la
que
digo.
Al
cabo
de
un
cierto
tiempo
también
descubro
determinados
patrones
básicos.
N.L.:
Esta
sería
la
parte
de
experiencia.
H.:
Sí,
de
la
experiencia
reconozco
patrones
repetitivos,
como
por
ejemplo
el
hecho
de
que
parejas
anteriores
de
los
padres
siempre
son
representados
en
la
familia
por
uno
de
sus
hijos.
N.L.:
Si
se
casan
otra
vez
...
H.:
...
o
si
anteriormente
hubo
una
novia
u
otra
relación
importante;
también
ésta,
más
tarde,
es
representada
por
un
hijo
o
una
hija.
Este
es
uno
de
los
patrones
que
descubrí.
También
existen
patrones
insólitos
de
los
que
ya
no
recuerdo
cómo
llegué
a
conocerlos;
por
ejemplo,
que
alguien
que
siente
una
preferencia
por
el
cuento
de
Juan
en
la
Felicidad,
tiene
en
su
familia
alguien
que
perdió
su
fortuna,
en
la
mayoría
de
los
casos,
uno
de
los
abuelos.
De
repente
lo
veo,
y
me
puedo
fiar
de
esta
percepción.
N.L.:
¿Aún
encontraste
otros
patrones
más?
H.:
A
veces
llego
a
comprender
realidades
que
en
un
principio
no
quisiera
admitir,
como
por
ejemplo
la
frase:
"La
mujer
tiene
que
seguir
al
hombre"
y
aquella
otra
frase:
"El
hombre
tiene
que
servir
a
la
mujer
y
a
los
hijos".
Cuando
me
vinieron
estas
frases,
primeramente
me
resistía
a
esta
comprensión,
pero
finalmente
no
podía
seguir
ignorándolo.
Cuando
llego
a
comprender
una
realidad
de
esta
manera,
lo
expreso
ante
el
cliente,
o
ante
el
grupo,
y
espero
el
efecto.
Pero
no
intervengo
en
lo
que
una
persona
hace
de
estas
frases.
No
presento
esta
comprensión
como
una
tesis
mía
que
tendría
que
defender.
Tan
sólo
se
trata
de
algo
que
me
llegó,
y
como
tal
lo
transmito.
Que
posteriormente
se
reconozca
o
no,
no
tiene
ninguna
importancia
para
mí.
N.L.:
Esto
nos
lleva
directamente
a
otra
pregunta
que
también
oigo
muchas
veces:
„¿De
dónde
saca
Hellinger
esta
seguridad
para
presentar
sus
afirmaciones
como
verdades
apodícticas?“
H.:
Siempre
presento
las
"verdades"
como
algo
que
en
un
momento
determinado
veo
y
que
cualquier
otra
persona
puede
ver
si
se
centra
en
el
momento
concreto.
Para
mí,
la
verdad
es
algo
que
el
momento
me
muestra,
indicándome
la
dirección
para
el
próximo
paso
a
dar.
Cuando
veo
algo
de
esta
manera,
lo
digo
con
toda
seguridad,
comprobándolo
por
sus
efectos.
Si
en
otra
situación
vuelvo
a
encontrarme
con
lo
mismo,
no
me
apoyo
en
la
comprensión
anterior
¾
precisamente
porque
no
es
ninguna
verdad
inamovible
la
que
proclamo
¾,
sino
que
una
y
otra
vez
intento
ver
de
nuevo
lo
que
el
momento
me
muestra.
Quizás,
esta
vez
me
presente
algo
diferente,
y
lo
digo
tal
como
lo
veo
en
este
momento.
Aunque
difiera
de
lo
anterior,
o
quizás
incluso
lo
contradiga,
lo
expreso
con
la
misma
seguridad
porque
el
momento
no
me
permite
otra
cosa.
N.L.:
Es
decir,
¿no
te
haces
reglas
fijas?
H.:
No,
en
absoluto.
Por
tanto,
cuando
alguien
me
dice:
"Pero
antes
de
ayer
dijiste
esto
y
lo
otro",
me
siento
mal
interpretado
porque
me
reprochan
que
no
me
centro
en
el
momento.
En
cada
momento
me
fijo
de
nuevo,
ya
que
la
verdad
de
un
momento
sustituye
la
verdad
de
otro
momento.
Por
eso,
únicamente
considero
válidas
mis
palabras
para
el
momento
presente.
Es
este
guiarme
por
la
verdad
del
momento
al
que
me
refiero
cuando
defino
mi
proceder
como
"psicoterapia
fenomenológica".
N.L.:
Pero
eso
se
contradice
con
lo
que
antes
dijiste
de
los
patrones
repetitivos.
H.:
Exacto.
(se
ríe)
Afronto
la
contradicción
cuando
ésta
se
presenta,
sopesando
lo
uno
y
lo
otro.
N.L.:
¿Fue
también
esta
visión
de
las
cosas
un
motivo
por
el
que
no
publicaste
nada
escrito
durante
tanto
tiempo?
H.:
Hacia
tiempo
que
también
quería
transmitir
algo
por
escrito.
Pero
mucho
de
lo
que
veía
aún
estaba
incompleto,
por
ejemplo,
mi
comprensión
de
la
conciencia.
Al
cabo
de
un
tiempo,
sin
embargo,
me
di
cuenta
de
que
era
suficiente
ver
tan
sólo
determinados
aspectos
y
comunicarlos;
también
de
esta
manera
surtían
su
efecto.
Por
eso,
la
manera
en
que
está
concebido
el
presente
libro
"Ordenes
del
Amor"
(TITULO
EN
ALEMÁN,
publicado
en
castellano
con
el
titulo
"LA
FELICIDAD
DUAL")
corresponde
mucho
más
a
mi
proceder
y
a
mi
percepción
que
si
pretendiera
ofrecer
algo
completo.
N.L.:
¿Aún
hay
otro
elemento
decisivo
en
este
tipo
de
percepción?
H.:
En
su
primer
libro,
"Las
Enseñanzas
de
Don
Juan",
Carlos
Castaneda
presenta
un
breve
tratado
sobre
los
enemigos
del
saber.
Como
primer
enemigo
cita
al
miedo.
Sólo
quien
vence
el
miedo
puede
ver
claramente
la
realidad.
N.L.:
¿Y
cuál
es
la
mejor
manera
de
vencerlo?
H.:
Asintiendo
al
mundo
tal
como
es,
con
todo
tal
como
es.
Este
es
el
gran
paso.
Quien
es
capaz
de
asentir
a
la
muerte,
de
asentir
a
la
enfermedad,
a
su
propia
suerte
y
a
la
de
los
demás,
de
asentir
al
final,
al
carácter
efímero
de
este
mundo,
éste
ha
superado
el
miedo
y
gana
claridad.
N.L.:
Gracias
por
esta
conversación.
H.:
Gracias
también
a
ti.
Ha
sido
un
intercambio
intenso
que
ha
servido
para
formular
aún
más
claramente
muchos
conceptos.
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