Ramon Andreu Anglada (Vic, 1937), casado y padre de tres hijos, se define como un "jubilado virtual". Dotado de un finísimo sentido del humor, el día se le hace corto y a los 75 años desarrolla una incesante actividad: atiende pacientes en una consulta privada, escribe libros y edita películas con imágenes registradas en súper 8 y vídeo de sus 43 años de matrimonio con Rosa Dolcet, una mujer leridana que de mayor estudió psicología.
También encuentra tiempo para escuchar música: "Yo había cantado en la Escola Cantorum y en la Coral Sant Jordi; con esta formación, a principios de los setenta, formé parte de las voces apoyo de un memorable concierto que Duke Ellington ofreció en Santa Maria del Mar", recuerda nostálgico. Otra afición es el cine. Le gusta Hitchcock y las primeras películas de Woody Allen y Almodóvar.
Hace dos semanas, Ramon Andreu presentó su primer libro, El GPS secreto de nuestra mente (Octaedro), acompañado del presidente de la Asociación Europea de Historia del Psicoanálisis, Roberto Goldsten, Montserrat Moreno, profesora de Psicología Evolutiva de la UB, y la cineasta Rosa Vergés, que tiene ganas -si hay presupuesto- de trasladar a la pantalla algunas de las historias que aparecen en el libro.
Antes de redactar las 285 páginas del volumen aprendió informática de la mano de Olinta, una estudiante ya graduada, que describe como "mi hada". Entonces se puso a teclear en el ordenador y no paró hasta que al cabo de tres años tuvo la obra terminada, después de hacer las oportunas correcciones sugeridas por sus familiares, que leyeron y releyeron el manuscrito muchas veces.
Eduard Andreu dice que el libro de su padre "es una historia de superación. Explica la vida de veinte pacientes de un psiquiatra que los vio curar. Veinte personas que decidieron afrontar sus problemas, y que con ayuda, años de esfuerzo y lucha personal, consiguieron al fin superarlos. También es un tratado de psiquiatría, con ideas y teorías surgidas de cuarenta años de ejercicio". El autor matiza que las historias que se explican son reales, pero que "los nombres y los datos están deformados para preservar la intimidad de los personajes".
La idea central del autor, psicoanalista de la escuela freudiana, es que "el inconsciente es el GPS de nuestra mente, la hoja de ruta que recibe señales de una constelación de satélites situados en los cuatro puntos cardinales. El norte es nuestro espejo, la relación con nosotros mismos y la autoestima; el sur representa la relación con la familia y con los demás; el este, la conexión con el dinero; y el oeste la relación con el tiempo. Si durante la vida, y especialmente en los primeros años, las señales que nos llegan al inconsciente no son las adecuadas, seguro que nos perdemos. Y es ahí donde intervenimos los psicoanalistas, unas personas que antes de dedicarnos a nuestro trabajo, primero nos hicimos analizar y después aprendimos a analizar a los demás, con la idea de ayudarles, tal como nos ayudaron a nosotros".
Para ilustrar su teoría, se ha valido de personajes como Míriam, una mujer que de niña sufrió malos tratos y abusos sexuales en un pueblo de la Galicia rural; o Sandra, a quien educaron como una niña tontita, pero que de mayor se doctoró y pasó a ser considerada la primera de Europa en su especialidad. Son pequeñas historias de pacientes que con mucha lucha personal han podido cerrar sus heridas.
Si la vida está arraigada en la infancia, el doctor Andreu describe y analiza las señales que informaron su GPS básico: "Yo tenía que haber nacido en Barcelona, pero por el miedo a los bombardeos de la guerra mis padres se instalaron un año en Vic, donde la familia de mi madre regentaba la mítica librería Anglada, que hoy continúa en la brecha. Tengo una hermana ocho años mayor que yo. Mi padre era empleado de banca, de aquellos que antes de la guerra iban con chaleco y llevaban el reloj atado con una cadenilla. Fueron unos años muy difíciles, con mucha miseria", precisa.
En su adolescencia jugó al fútbol en el paseo de Sant Joan con una pelota hecha con trapos y cordeles. Estudió en los Escolapios, donde hizo primaria, bachillerato y el curso preuniversitario, gracias a una beca que le concedieron por intercesión de una marquesa. Pero por aquel entonces, su auténtica vocación era la de periodista; tanto es así que con un grupo de amigos de la escalera editó un diario, La Voz del Vecindario, con una cabecera imitando la tipografía de La Vanguardia, que escribían a mano y después repartían diez copias -también manuscritas- entre la vecindad. Pero como tenía "un primo que todo el mundo consideraba una eminencia en medicina interna, mis padres decidieron que yo tenía que continuar la saga familiar. Y eso me perturbó bastante. La obligación de ser una eminencia era mucha obligación". En 1962 se licenció y se especializó en medicina interna.
Diez años después, su historia personal le encaminó al psicoanálisis: "por problemas personales y por las ganas de entenderme a mí mismo. Me di cuenta de que la respuesta no estaba en los libros, sino en mi interior. Yo arrastraba muchos complejos de la época en que mi madre, que era muy depresiva, me veía como un pobre chico. Los mensajes contradictorios que entonces recibí me desbarataron y generaron muchos miedos, conflictos internos y sentimientos de culpa. Desde el punto de vista psicológico crecí mal".
Ejerció de neuropsiquiatra en la medicina pública, hasta que a los 60 años se prejubiló: "Trabajaba en un ambulatorio de Badalona, en un ambiente de mucha tensión, con pacientes muy difíciles y policías en la puerta. Tenía que hacer quince o veinte visitas en dos horas, una burrada. Y opté por prejubilarme y abrir una consulta privada en Vallcarca. Ahora complemento una esmirriada pensión de 626 euros con el ejercicio de la psiquiatría privada. Soy mutualista, cotizo como un autónomo y pago el 21% del IRPF". En la consulta atiende pacientes con neurosis y trastornos psicosomáticos: "vienen personas psicológicamente sanas, pero con fobias, complejos, problemas de relación familiar..."
Hablando de la muerte, opina que "sin el consuelo del más allá, los no creyentes lo tienen más difícil que los creyentes". Sin embargo, también se puede encontrar consuelo en la satisfacción de perpetuarse a través de los hijos o de la obra hecha: "Eso es lo que me motivó a escribir. Es el colofón de mi vida profesional. Me gustaría estar en activo hasta un mes antes de morir, como Freud". Además de las librerías, el libro está en edición digital en Octaedro.com. Mientras, Ramon Andreu redacta el segundo volumen de una trilogía definitiva. Las señales de su legado público.
Leer más: http://www.lavanguardia.com/vida/20130401/54370822845/ramon-andreu-anglada-75-anos-inconsciente-gps.html#ixzz37tLTK0Fq
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También encuentra tiempo para escuchar música: "Yo había cantado en la Escola Cantorum y en la Coral Sant Jordi; con esta formación, a principios de los setenta, formé parte de las voces apoyo de un memorable concierto que Duke Ellington ofreció en Santa Maria del Mar", recuerda nostálgico. Otra afición es el cine. Le gusta Hitchcock y las primeras películas de Woody Allen y Almodóvar.
Hace dos semanas, Ramon Andreu presentó su primer libro, El GPS secreto de nuestra mente (Octaedro), acompañado del presidente de la Asociación Europea de Historia del Psicoanálisis, Roberto Goldsten, Montserrat Moreno, profesora de Psicología Evolutiva de la UB, y la cineasta Rosa Vergés, que tiene ganas -si hay presupuesto- de trasladar a la pantalla algunas de las historias que aparecen en el libro.
Antes de redactar las 285 páginas del volumen aprendió informática de la mano de Olinta, una estudiante ya graduada, que describe como "mi hada". Entonces se puso a teclear en el ordenador y no paró hasta que al cabo de tres años tuvo la obra terminada, después de hacer las oportunas correcciones sugeridas por sus familiares, que leyeron y releyeron el manuscrito muchas veces.
Eduard Andreu dice que el libro de su padre "es una historia de superación. Explica la vida de veinte pacientes de un psiquiatra que los vio curar. Veinte personas que decidieron afrontar sus problemas, y que con ayuda, años de esfuerzo y lucha personal, consiguieron al fin superarlos. También es un tratado de psiquiatría, con ideas y teorías surgidas de cuarenta años de ejercicio". El autor matiza que las historias que se explican son reales, pero que "los nombres y los datos están deformados para preservar la intimidad de los personajes".
La idea central del autor, psicoanalista de la escuela freudiana, es que "el inconsciente es el GPS de nuestra mente, la hoja de ruta que recibe señales de una constelación de satélites situados en los cuatro puntos cardinales. El norte es nuestro espejo, la relación con nosotros mismos y la autoestima; el sur representa la relación con la familia y con los demás; el este, la conexión con el dinero; y el oeste la relación con el tiempo. Si durante la vida, y especialmente en los primeros años, las señales que nos llegan al inconsciente no son las adecuadas, seguro que nos perdemos. Y es ahí donde intervenimos los psicoanalistas, unas personas que antes de dedicarnos a nuestro trabajo, primero nos hicimos analizar y después aprendimos a analizar a los demás, con la idea de ayudarles, tal como nos ayudaron a nosotros".
Para ilustrar su teoría, se ha valido de personajes como Míriam, una mujer que de niña sufrió malos tratos y abusos sexuales en un pueblo de la Galicia rural; o Sandra, a quien educaron como una niña tontita, pero que de mayor se doctoró y pasó a ser considerada la primera de Europa en su especialidad. Son pequeñas historias de pacientes que con mucha lucha personal han podido cerrar sus heridas.
Si la vida está arraigada en la infancia, el doctor Andreu describe y analiza las señales que informaron su GPS básico: "Yo tenía que haber nacido en Barcelona, pero por el miedo a los bombardeos de la guerra mis padres se instalaron un año en Vic, donde la familia de mi madre regentaba la mítica librería Anglada, que hoy continúa en la brecha. Tengo una hermana ocho años mayor que yo. Mi padre era empleado de banca, de aquellos que antes de la guerra iban con chaleco y llevaban el reloj atado con una cadenilla. Fueron unos años muy difíciles, con mucha miseria", precisa.
En su adolescencia jugó al fútbol en el paseo de Sant Joan con una pelota hecha con trapos y cordeles. Estudió en los Escolapios, donde hizo primaria, bachillerato y el curso preuniversitario, gracias a una beca que le concedieron por intercesión de una marquesa. Pero por aquel entonces, su auténtica vocación era la de periodista; tanto es así que con un grupo de amigos de la escalera editó un diario, La Voz del Vecindario, con una cabecera imitando la tipografía de La Vanguardia, que escribían a mano y después repartían diez copias -también manuscritas- entre la vecindad. Pero como tenía "un primo que todo el mundo consideraba una eminencia en medicina interna, mis padres decidieron que yo tenía que continuar la saga familiar. Y eso me perturbó bastante. La obligación de ser una eminencia era mucha obligación". En 1962 se licenció y se especializó en medicina interna.
Diez años después, su historia personal le encaminó al psicoanálisis: "por problemas personales y por las ganas de entenderme a mí mismo. Me di cuenta de que la respuesta no estaba en los libros, sino en mi interior. Yo arrastraba muchos complejos de la época en que mi madre, que era muy depresiva, me veía como un pobre chico. Los mensajes contradictorios que entonces recibí me desbarataron y generaron muchos miedos, conflictos internos y sentimientos de culpa. Desde el punto de vista psicológico crecí mal".
Ejerció de neuropsiquiatra en la medicina pública, hasta que a los 60 años se prejubiló: "Trabajaba en un ambulatorio de Badalona, en un ambiente de mucha tensión, con pacientes muy difíciles y policías en la puerta. Tenía que hacer quince o veinte visitas en dos horas, una burrada. Y opté por prejubilarme y abrir una consulta privada en Vallcarca. Ahora complemento una esmirriada pensión de 626 euros con el ejercicio de la psiquiatría privada. Soy mutualista, cotizo como un autónomo y pago el 21% del IRPF". En la consulta atiende pacientes con neurosis y trastornos psicosomáticos: "vienen personas psicológicamente sanas, pero con fobias, complejos, problemas de relación familiar..."
Hablando de la muerte, opina que "sin el consuelo del más allá, los no creyentes lo tienen más difícil que los creyentes". Sin embargo, también se puede encontrar consuelo en la satisfacción de perpetuarse a través de los hijos o de la obra hecha: "Eso es lo que me motivó a escribir. Es el colofón de mi vida profesional. Me gustaría estar en activo hasta un mes antes de morir, como Freud". Además de las librerías, el libro está en edición digital en Octaedro.com. Mientras, Ramon Andreu redacta el segundo volumen de una trilogía definitiva. Las señales de su legado público.
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