Llega un correo: Siruela publica por fin su nuevo 'Madame Bovary', escrito en español por Mauro Armiño. Y lo primero que viene a la cabeza es que el mismo traductor (Premio Nacional en su oficio de 2010 por las memorias de Casanova) también tiene en su currículo un 'A la busca del tiempo perdido', que fue llegando como por goteo, de 2000 a 2005. Claro, es casi lógico: ¿qué se puede hacer después de traducir a Proust? Traducir a Flaubert, el gran hito de la novela francesa del siglo XIX. Cualquiera intuye una línea de causas y consecuencias que lleva de la depresión de Emma a las obsesiones de Marcel.
Armiño, sin embargo, no esá tan interesado en explicar a Emma Bovary a partir de sus descendientes, de Odette o de Albertine o de Gilbert, de las chicas de Proust, Armiño prefiere hablar de Miguel de Cervantes.
«Recuerdo haber leído en algún escritor francés que Flaubert sólo había escrito un libro: 'Don Quijote'», explica el traductor. «Antes de aprender a leer, se sabía de memoria un 'Quijote' infantil con estampas que su madre le leía y él coloreaba; lo confiesa él mismo. En el fondo, es el juego entre imaginación y realidad: Emma se ha calentado los cascos leyendo novelas románticas, como Don Quijote los libros de caballerías. Frédéric Moreau [el personaje de 'La educación sentimental'] es un Don Quijote inactivo, imagina pero es incapaz de dar un paso. Con diferencias inmensas: a Don Quijote el fracaso lo convierte en un personaje de referencia universal como el triunfo de la imaginación; Emma es el fracaso de una imaginación tonta, pobre, nada creadora».
¿Y Proust? ¿No escribió un ensayito sobre Flaubert? «Sí, A propósito del estilo de Flaubert. Lo que Proust descubre allí son las rarezas estilísticas, su apartamiento de la norma del lenguaje, desde el empleo nada gramatical de la conjunción y hasta su utilización de la puntuación y una sintaxis deformante», explica Armiño, que el pasado mes de diciembre vio llegar su versión de 'La educación sentimental' a las librerías (edición de Valdemar).
«Para mí, lo más interesante en esas dos novelas eran esas cuestiones estilísticas que permiten al texto respirar de una forma distinta al simple hecho de contar una historia. Y en el caso de 'La educación sentimental', aliviar las dificultades de la lectura, porque, en el personaje de Moreau, inscribe la crónica de toda una generación que ha perdido su esperanza en los ideales que la revolución de 1840 había traído. A partir de cierto momento, historia y vida personal de Moreau se mezclan, con el consiguiente reflejo de nombres y hechos históricos que ya ni siquiera el lector francés recuerda. Era obligatorio ofrecer unas referencias mínimas de ellos para que el lector sepa siempre dónde está y de qué y quién están hablando los personajes».
En realidad, Armiño le da más valor a 'La educación sentimental' que a 'Madame Bovary', pero sabe que la historia de Emma significa algo distinto, casi un monumento en nuestra manera de ver la vida, 160 años después: «Creo que de 'La educación sentimental' arranca la novela del siglo XX, por esa forma de enclavar la historia en los personajes. 'Madame Bovary' es un caso, un ejemplo que hay que leer como una burla flaubertiana de los ideales del romanticismo: Emma maneja libros, ansias, deseos e ilusiones viejos, románticos, pero 30 o más años después de que surgiera el romanticismo: todos los valores que este había proclamado, desde el obligado viaje de novios a Italia o los amores que surgen en su cabeza, ahora son tópicos manidos. Si 'La educación sentimental' es la tumba de las ilusiones políticas de una generación, 'Madame Bovary' es la sepultura de un romanticismo trasnochado, y en algunas notas he querido subrayar la sorna de Flaubert por debajo de sus descripciones realistas».
Eso, y la historia que envuelve a 'Madame Bovary'. El escándalo, el juicio, el jarrón chino de la viemoral que se rompió en mil pedazos.«Ultraje a la moral pública pública y religiosa y a las buenas costumbres», fue la acusación que cayó sobre Flaubert y sus editores cuando la 'Revue du Paris' publicó la novela por entregas entre octubre y diciembre de 1856. Antes, desde 1851, el novelista había escrito 4.500 folios que había cribado hasta dejar una versión final de 500. Maxime du Camp y Louis Bouilhet, sus editores, lo presionaron para que prescindiera de 30 páginas para evitar a la censura.
Flaubert aceptó, hizo los cortes, les tendió la mano... y los editores le cogieron el brazo y decidieron en la imprenta ja suprimir 70 escenas más. Tres de esos cortes se perdieron para siempre hasta que La Pleiade las recuperó en la última edición francesa (y, ahora, Siruela en español).
Tanta precaución para que, el 27 de diciembre, llegara la denuncia. La causa se vio durante los meses de enero y febrero y tuvo un villano sobresaliente, Ernest Pinard, el fiscal imperial, que, según Armiño, compuso un «brillante alegato». Flaubert y sus editores salieron absueltos con una amonestación oficial. Poco después, Pinard tuvo su desquite: en verano llevó al mismo tribunal a Charles Baudelaire por 'Las flores del mal' y con los mismos cargos. A Baudelaire le cayó una multa de 300 francos (después, hubo una gracia y se quedaron en 50 francos) y la orden de retirar seis poemas. No fue para tanto, en realidad. Peor le fue a la 'Revue du Paris', cerrada en 1858.
Y todo ese lío, por una novela sobre una mujer adúltera a la que nunca vimos retozar. La vida sexual de Emma Bovary se resumía en la escena del coche de caballos que daba vueltas por Yonville, vueltas y vueltas con la protagonista de la novela y su pretendiente dentro. ¿Se besaron, se acariciaron, se leyeron poemas? Nunca lo sabremos.
¿No será que lo verdaderamente indecente de Madame Bovary era su aburrimiento? ¿Lo mucho que le aburría Charles? ¿Lo mucho que le aburrían sus amantes, Rodolphe y Leon? ¿Lo mucho que se aburría a sí misma?
Madame Bovary, en realidad, retrata el mismo mundo hastiado que denunciaba, cuatro años antes de su publicación, 'El 18 de Brumario de Luis Bonaparte'. O sea, el ensayo en el que Karl Marx escribió aquello de «Hegel dice que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa». No es difícil pensar en la vida de Emma, que primero lleva camino de tragedia y luego tiende a broma pesada, con todos esos mercaderes idiotas a su alrededor.
Armiño, sin embargo, cree que hay algo que separa a Flaubert de Marx y que está en el núcleo duro de su obra. «Esa angustia de los personajes de Flaubert, el hundimiento de las ilusiones y esperanzas de toda una generación, era demasiado íntima para que Marx pudiera verla; pero lo que sí vio, y fue el primero en hacerlo, fue que Balzac, un escritor monárquico y conservador, describía, mejor que cualquier economista y mejor que cualquier escritor progresista, el mecanismo de los cambios sociales y económicos de las cuatro primeras décadas del siglo XIX desde la Revolución».
A Flaubert, por cierto, no le interesaba Balzac. Tampoco Marx simpatizaba con Flaubert, ya que el francés había desdeñado la Comuna de 1848. Pero su hija Eleonor Marx-Aveling, su preferida, su gran proyecto, fue la autora de la primera traducción de la novela de Flaubert al inglés, cuando aún era adolescente. Eleonor, por cierto, fue el negativo perfecto de Emma Bovary: precoz, luchadora, independiente... Todo, para terminar igual: se suicidó por desamor.
«Traduje 'Tres cuentos' hace más de 20 años», dice Armiño. «Pero estas novelas ['Madame Bovary' y 'La educación sentimental'] me han ayudado a ver mejor su talento para la construcción narrativa, para el acabado de los cuadros que describe, su fascinación por los personajes mediocres y la estupidez, que su época había convertido en diosas, y que culminará en la inconclusa 'Bouvard y Pécuchet'».
Diosas, no dioses. No es sencillo hablar de 'Madame Bovary' y no abordar la cuestión de la mujer. Hace un año y medio, apareció un ensayo llamado 'Las buenas chicas no leen novelas', de la italiana Francesca Serra (editado por Península) que hablaba de Emma Bovary como problema. Como una musa prerrafaelita, molde de miles de chicas soñadoras y contemplativas, a su manera atractivas pero que, en realidad, son unas bobas infelices.
¿Cómo sentirnos hacia Emma Bovary? ¿Hay que simpatizar con ella porque nos reconocemos en sus insatisfacciones? ¿O hay que odiarla un poco por no luchar? Es fácil comparar a la heroína de Flaubert con su hermana rusa, Anna Karenina que, por lo menos, ponía un poco de furia y apetito en su vida. «Son figuras completamente distintas», explica Mauro Armiño, «Emma encarna a una mujer débil que moldea su cabeza a través de las novelas románticas -ya viejas- y tiene sueños de color rosa cuando la realidad de los hombres de los que se enamora es otra, puramente material por parte de éstos». Al final, Anna también se suicidaba.
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