LUIS Cernuda y la campana sumergida
Fernando Cañamares Leandro
La existencia de unas raíces cristianas en la cultura europea y, por tanto, en la española es una evidencia difícil de negar, al margen de las creencias o simpatías que pueda tener cada uno. No es menos cierto que, incluso entre los católicos, el conocimiento de estas raíces es muy escaso, y a menudo queda asociado a épocas pasadas: Berceo, Santa Teresa, San Juan de la Cruz... serían las referencias poéticas más conocidas. Urge por tanto un esfuerzo para divulgar la presencia activa del Cristianismo también en la literatura contemporánea, incluso en autores cuya posición ideológica y trayectoria vital harían esperar lo contrario.
La obra poética de Luis Cernuda, a quien dedicamos este artículo, constituye un claro ejemplo. La mayor parte de los manuales no presta ninguna atención a la temática cristiana dentro de su obra1, por más que el propio poeta reconoce en ella la importancia de lo religioso como una clave de lectura. Así lo expresa en “Historial de un libro”, la autobiografía poética que acompaña en 1958 a la edición de La realidad y el deseo:
Prefiero soslayar el tema, aunque, por la relación que tiene con algunos versos míos debo, al menos, indicar esto: mis creencias, como las campanas en la leyenda de la ciudad sumergida, sonando en ocasiones, me han dado pruebas a veces, con su intermitencia, de que acaso eran también legendarias y fantasmales; pero acaso también de que subsistían ocultas. Así, tras largos periodos inoperantes, en periodos de “Sturm und Drang”, después de la guerra civil, por ejemplo, o durante la peripecia amorosa que refieren los “Poemas para un Cuerpo”, surgían a su manera, según mi necesidad. Por eso mismo, ¿no parecerán sino reflejo egoísta de esa necesidad mía de ellas, sin que merezcan propiamente el nombre de creencias? 2
Hacemos caso a Cernuda y nos centramos en la época inmediatamente posterior a la Guerra Civil, lo cual nos lleva a su libro Las nubes (1937-1940). En él constatamos la presencia de una intensa inquietud religiosa expresa en poemas como “Atardecer en la catedral”, “Cordura”, “Lázaro”, “La adoración de los magos” o “La visita de Dios”. Este último nos muestra un paisaje devastado por la guerra, en el que los ojos del poeta se dirigen al Señor:
En el poema no está ausente la imprecación a un Dios que parece sordo a la queja del hombre, nada rara en toda la poesía desarraigada de posguerra y en la propia obra de Cernuda; pero esta vez es muy suave, y la responsabilidad recae principalmente sobre los hombres, que entierran los dones de Dios bajo esas simbólicas piedras funerarias. Al mismo tiempo, la divinidad aparece como única fuente posible de regeneración, de esperanza.
Sólo son algunos ejemplos de ese tañido de campanadas sumergidas que, siguiendo la imagen del propio poeta, hace vibrar muy a menudo los versos de Cernuda.
No siempre se trata de una espiritualidad tan ortodoxa y serena como en los poemas escogidos para este artículo; también encontramos la queja ante el silencio de Dios, la crítica feroz a la hipocresía religiosa, la duda desesperanzada... Unas veces, la idea de Dios se rechaza como un sueño engendrado por el hombre para su consuelo; otras, la religión entra en conflicto con el deseo de lo efímero o de lo carnal. Frente a esos momentos,
encontramos también las ocasiones en las que la fe resulta ser el último refugio del poeta. En definitiva, un estudio exhaustivo de todos los matices que presenta la inquietud espiritual en La realidad y el deseo precisaría de un espacio mucho más amplio, tal vez un libro entero. En pocas palabras, podríamos decir que cabalga entre la negación, la blasfemia, incluso, y el arrepentimiento. Lo que resulta indudable es que, como el mismo poeta reconoce, la visión de esta gran arquitectura poética del siglo XX que es la obra de Cernuda nunca podrá ser completa sin tomar en consideración la huella profunda del Cristianismo.
El lenguaje religioso que adopta Cernuda en su visión de la guerra queda subrayado por la imagen de la bíblica serpiente que, bajo un edénico árbol, incita siempre a los hombres a la guerra:
La revolución siempre renace, como un fénix llameante en el pecho de los desdichados. Esto lo sabe el charlatán bajo los árboles de las plazas, y su baba argentina, su cascabel sonoro, silbando entre las hojas, encanta al pueblo robusto y engañado con maligna elocuencia, y canciones de sangre acunan su miseria
Las nubes albergan, a su vez, una de las composiciones favoritas del poeta. Se trata de “Lázaro”, donde quiere expresar cómo “tras la tormenta de la guerra civil”, se siente “como si, tras morir, volviese a la vida”3. Cernuda asume la voz del amigo de Jesús en el momento de ser resucitado por el Maestro:
Sentí de nuevo el sueño, la locura y el error de estar vivo, siendo carne doliente día a día. Pero él me había llamado y en mí no estaba ya sino seguirle (...) Encontré el pan amargo, sin sabor las frutas, el agua sin frescor, los cuerpos sin deseo; la palabra hermandad sonaba falsa, y de la imagen del amor quedaban sólo recuerdos vagos bajo el viento.
En efecto, la resurrección es para Lázaro-Cernuda un reencuentro con la realidad dolorosa de la vida. Lázaro, íntimo conocedor de la muerte, ha cobrado muy hondo sentido de la vanidad del mundo, y su reencuentro con la vida se ha revelado muy duro, insoportable; es entonces cuando se vuelve a Jesús, no para reprocharle que haya interrumpido su descanso, sino para encontrar en Él la vitalidad que le falta:
Sentado a su derecha me veía como aquel que festejan al retorno. La mano suya descansaba cerca y recliné la frente sobre ella con asco de mi cuerpo y de mi alma. Así, pedí en silencio, como se pide a Dios, porque su nombre, más vasto que los templos, los mares, las estrellas, cabe en el desconsuelo de un hombre que está solo, fuerza para llevar la vida nuevamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario