Mediados de los años 50. A pesar de ser un escritor y periodista reconocido en toda España, Josep Pla está deprimido. Quizá más de lo que cree. Tiene 59 años pero se sabe muy cansado. “Siento que me he hecho viejo –que cada día soy más viejo. ¿Qué viviré? ¿Tres años? ¿Seis años?” No tendré tiempo de nada”, anota el 12 de junio de 1956 en una de sus infinitas noches de insomnio casi perenne. Le vence una dictadura que abortaba una tímida liberalización, y que mantenía a sus gentes en una miseria moral notable; una censura inmisericorde (“hace casi 40 años, en todos los regímenes, que he trabajado con este pie forzado”) que de rebote le lleva a dudar sobre su escritura (que practica a destajo) y unos demonios internos (sentimentales-eróticos, en buena parte) que retroalimentan un alcoholismo notable…
Esos son los hilos conductores de tres diarios de Pla (de 1956, 1957 y 1964), inéditos hasta ahora y que bajo el título La vida lenta. Notes per a tres diaris, editados por el estudioso Xavier Pla, publica ahora Destino en catalán y castellano.
En agendas-calendario (todas extranjeras) no muy grandes, a pluma (tinta azul o negra), con letra minúscula y sin tachar nada, casi ininteligible de tanto apurar los márgenes, el autor de El quadern grisy uno de los grandes memorialistas de las letras españolas va desgranado desde la cama en esas noches-madrugada de vigilia y en un certero estilo telegráfico (más generoso en 1956, con voluntad de estilo a partir de sus triunviratos de adjetivos) lo que ha hecho, comido o sentido la jornada anterior. Un Pla más íntimo, imposible.
La barricada de la cama. Pla, en esos años, suele irse a la cama entre las 2 y las 4 de la madrugada y levantarse a partir de las cuatro de la tarde o las seis. “Tengo la vida totalmente invertida. Del día hago noche y de la noche, día” (6 septiembre 1956). Le lleva ahí, buen parte del año, un frío infernal en su masía, en la que vive desde 1944 tras la muerte de su padre y donde en la gran sala apenas se alcanzan los cuatro grados (peor en la cocina: menos uno). Pero le gusta vivir ahí (“esta casa me ha salvado la vida”) porque cuando no recibe visitas (pueden llegar a ser siete distintas, como se deduce el 12 de septiembre 1964), hay una “calma medieval”, un “aislamiento divino”, un silencio “para soñar la vida”: un caparazón contra el mundo hostil. En “la soledad de la cama encantada”, Pla hace de todo menos dormir: se hace llevar una comida frugal si acaso (tortilla de espárragos, o vaso de leche y una tostada, o un par de huevos fritos) y, sobre todo, lee. “Leer es lo único que me apasiona, que me hace vivir” (8 junio 1956). Pueden ser seis horas seguidas para una biografía de Bismarck o 390 páginas diversas (15 febrero 1957): “No hay manera de conservar un equilibrio. Paso del alcohol a la lectura ávida, que me produce el mismo daño”. Lee de todo: libros, prensa extranjera (Journal de Genève, The New Yorker, Le Monde...), revistas de toda condición (Serra d’Or, Razón y fe, de los jesuitas...), diccionarios (de Joan Coromines)… A los 67 años, romperá algún hábito: a la cama irá a las seis o a las 8 de la tarde y el día de Navidad, entero en ella: ahí comerá los tradicionales canelones y el pollo rustido --“Decido no levantarme (…) Silencio total. Delicioso (…) Pasado muy buen día”.
Un cuerpo macerado. Un “estofado magnífico” de su madre o el artículo para el número 1.000 de la revista Destino acentúan su “sensación de envejecimiento, de asco general y de depresión extrema” (28 diciembre 1956). Razones sociopolíticas aparte, se siente castigado por el insomnio “total”, intolerable, “escandaloso”, que a veces va acompañado de taquicardia. Él lo atribuye, según la época, al vicio de la lectura, “un contragolpe del alcohol”, o a una combinación de éste con sus pulsiones eróticas (“insomnio persistente con la obsesión sensual –del alcohol”). “Hoy cumplo 67 años… Terrible noticia” (8 marzo 1964). El dolor “insoportable” de muelas que arrastrará años a pesar de una dentadura nueva no será nada frente el pavor ante un par de ataques de un hígado macerado por la bebida. Pla roza el alcoholismo con un punto, además, de fatalismo. “He vuelto a casa con dificultad –quizá en un taxi, no recuerdo exactamente (…) Aún reincidiré unas veces más”. Se duele por su ritmo de vida, a menudo “saturado de alcohol”. “¿No ha llegado la hora de reaccionar? Es una vergüenza. No me comprendo a mí mismo. Sensación de que voy para atrás”. Ni a sus 67 año cambia: “Coñac. No tengo remedio”.
El oscuro deseo. Allí donde va, Pla se fija siempre en las mujeres: azafatas, esposas de visitas o comensales… Han de ser “jóvenes y de cuerpo bonito”, como el tipo de chica con el que, escribe, debería casarse “con urgencia”. En el diario de 1957, pero, sobre todo en el de 1964, las mujeres se concentran en Aurora Perea, con la que vivió entre 1943 y 1948. Aurora o A., para el lector, es una auténtica obsesión para el escritor, a caballo entre lo puramente físico y lo sentimental, yendo de la “obsesión erótica” a afirmar: “Esta mujer es importante. Podría ser un paraíso para el final de la vida” (…) “Es lo único que me interesa”. Le llegará a enviar dinero y a ir a verla a Argentina, donde emigró. Ni las visitas “con intenciones más o menos eróticas” a Figueres (1957) se la quitarán de la cabeza. La conclusión es dura: “Esta chica tiene razón. Me lo he perdido todo –he sido un animal. Mi tendencia a la ternura me lleva, para huir del ridículo, a la dureza y al desenfreno”.
La prisión de escribir. “Lo tengo todo empantanado, dejado, lo que escribo me da horror” (19 diciembre 1956). “He retomado el Madrid, con miedo, con un asco receloso” (13 febrero 1957). La crisis de escritura que sufre Pla es más exógena que endógena. Viene motivada, en buena parte, por el periodismo, que le exije ir a destajo, un “suicidio lento”, que le hace vivir “como un presidiario”, un ejercicio “insoportable” que “vuelve mediocre el espíritu y lo vulgariza todo”. Se queja de que no hace nada por tanta relación social pero en verdad trabaja como un forzado: escribe semanalmente en Destino (que le enviará a lo largo de estos diarios a cinco viajes por el mundo), El Correo Catalán, la Revista de S’Agaró y ya tiene en marcha la edición de sus obras completas en Selecta, que después pasarán a la editorial Destino, con mayor ritmo de producción. Y a partir de 1964, la cúspide: la reescritura de El quadern gris, dietario de juventud que si bien “aún aguanta”, ampliará o reescribirá, aunque a veces “no hi ha buf (falta aire)”.
“Asco” político. “Siento que me invade una gran depresión, que cada día es más fuerte: la sensación de que no hay nada a hacer. El asco físico que me provoca Franco me deprime” (15 mayo 1956); a la enésima vez que se queda sin luz en la masía: “Sé perfectamente que vamos al desastre pero no tengo ni la fuerza ni la juventud para decirlo e ir a prisión” (17 enero 1957). “25 años de paz –es decir, de miseria, de policía y de indignidad”. Sí, Pla está asqueado también en política. El historiador Jaume Vicens Vives, al que él hace un poco de cicerone vital, le pone al día de la trastienda política. Cuando se vincule a los sectores catalanistas que quieren remozar El Correo Catalán (los Armand Carabén, Manuel Ortínez, Manuel Ibáñez Escofet y que le llevarán a gente de la nueva banca como Joan Sardà), en un contexto de creciente oposición del catalanismo cultural, se animará un poco. Hasta el extremo de reencontrarse con amigos de antes de la guerra como Jaume Miravitlles y Eugeni Xammar, a pesar de que escogieron bandos opuestos… La raíz del malestar político está en la censura que sufren sus textos, que le lleva a plantearse lo peor: “Está insoportable. Me hallo en un momento de depresión irreparable. Quizá sería hora de tomar una decisión y marchar. Este país es asfixiante. ¿De qué se puede hablar? No hay nada que hacer” (30 octubre 1956). Por suerte, vio llegar nuevos años desde su masía. El de 1965, por ejemplo. A las cuatro de la mañana. Lo consigna porque, claro, tenía insomnio y le pilló escribiendo… en cama.
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