Javier Barraycoa es doctor en Filosofía y la formación aristotélica se le nota. Por eso arranca este estudio afirmando que "el hombre está capacitado para conocer su mundo y actuar en función de ese conocimiento": es la base de la metafísica realista.
Pero una cosa es que el hombre esté capacitado para conocer y otra muy distinta que realmente conozca. Y ése es el quid de este libro: llamar la atención sobre una serie de ideas asumidas que se dan por válidas con demasiada facilidad pese a que deforman nuestra visión de las cosas, conduciéndonos a juicios equivocados. Esas ideas las denomina "mitos actuales", porque como tal funcionan: puntos de referencia emotiva, carentes de un sólido fundamento racional, que condicionan una especie de ortodoxia pública (la corrección política) de la cual no está bien visto salirse.
Barraycoa, profesor de Sociología en la Universidad de Barcelona y actualmente vicedecano de Ciencias Políticas en la Universidad Abat Oliba de la Ciudad Condal, ha centrado buena parte de sus producción ensayística de los últimos años en argumentar contra ese discurso, convirtiéndose en uno de los más sólidos críticos españoles de la posmodernidad, corriente que en Francia o Italia ha suscitado un intenso debate.
En Los mitos actuales al descubierto, recién aparecido, se centra en seis áreas: la desinformación y la manipulación semántica en los medios de comunicación; la conciencia moral fabricada, casi como principios obligatorios y únicos, en torno al ecologismo -que encarna Greenpeace- y la solidaridad -que encarnan las ONG-; los fraudes científicos como pretexto para campañas de propaganda; el arte contemporáneo como instrumento de difusión nihilista; el sexo convertido en nueva mística de la liberación; y la globalización como instrumento de dominio y apoteosis del consumo.
Como es su intención declarada, Barraycoa ha escrito estas páginas para "animar al público a leer de otra forma los periódicos, a ver de otra forma los telediarios... a buscar nuevas perspectivas a la hora de interpretar la realidad", porque sólo así, sin una pantalla entre la realidad y la razón, recuperaremos "la verdadera participación social y política".
Y es que vivimos rodeados de tamices que nos traducen los hechos a un lenguaje que nos complace porque previamente esas ideas asumidas, esos mitos actuales, se nos han impuesto como filtros. La propaganda ecologista ha logrado, por ejemplo, que Greenpeace sea considerada una autoridad en la materia independiente y no interesada, pese a que, como recoge el autor, dicho grupo o el World Wildlife Found (WWF) han sido acusadas de actuar como meras entidades de recaudación en campañas de dudosos objetivos. Sin embargo sirven a la creación de una moral pública que pasaría a ser la única exigible -el respeto el medio ambiente-, aderezada por gotas de solidaridad que llevan a la práctica organizaciones no gubernamentales cuantiosamente subvencionadas pese a estar "bajo sospecha de haber desviado fondos de apadrinamientos para otros fines más lucrativos". Recuerda Barraycoa los casos de denuncias contra Anesvad o Intervida.
Estamos, pues, ante la fabricación de una ética colectiva que no admite discusión (no se puede ser no-ecologista o no-solidario, ni está bien visto censurar a quienes la encarnan), y que sirve para mover emocionalmente a las masas a una determinada interpretación del mundo.
Y como a cada ética corresponde una estética, vivimos los tiempos de la deconstrucción en el arte ("lo cutre y lo macabro", subraya Barraycoa, han pasado a ser respetables formas de expresión) y del reinado de la performance, la cual, a diferencia de como se ha construido durante siglos la cultura occidental, ya no busca su perpetuación: "Se agota en sí misma y se extingue al terminar la escenificación".
A través de esos mitos actuales se está fabricando, pues, una civilización profundamente mentirosa. Oculta su verdadera naturaleza bajo capas de propaganda que asumimos con una "complacencia intelectual" inducida. Estas páginas sirven de revulsivo, pero no para caer en el escepticismo ante la información que nos llega, sino para saber separar el grano de la paja y "reencontrarnos con la realidad".
Pero una cosa es que el hombre esté capacitado para conocer y otra muy distinta que realmente conozca. Y ése es el quid de este libro: llamar la atención sobre una serie de ideas asumidas que se dan por válidas con demasiada facilidad pese a que deforman nuestra visión de las cosas, conduciéndonos a juicios equivocados. Esas ideas las denomina "mitos actuales", porque como tal funcionan: puntos de referencia emotiva, carentes de un sólido fundamento racional, que condicionan una especie de ortodoxia pública (la corrección política) de la cual no está bien visto salirse.
Barraycoa, profesor de Sociología en la Universidad de Barcelona y actualmente vicedecano de Ciencias Políticas en la Universidad Abat Oliba de la Ciudad Condal, ha centrado buena parte de sus producción ensayística de los últimos años en argumentar contra ese discurso, convirtiéndose en uno de los más sólidos críticos españoles de la posmodernidad, corriente que en Francia o Italia ha suscitado un intenso debate.
En Los mitos actuales al descubierto, recién aparecido, se centra en seis áreas: la desinformación y la manipulación semántica en los medios de comunicación; la conciencia moral fabricada, casi como principios obligatorios y únicos, en torno al ecologismo -que encarna Greenpeace- y la solidaridad -que encarnan las ONG-; los fraudes científicos como pretexto para campañas de propaganda; el arte contemporáneo como instrumento de difusión nihilista; el sexo convertido en nueva mística de la liberación; y la globalización como instrumento de dominio y apoteosis del consumo.
Como es su intención declarada, Barraycoa ha escrito estas páginas para "animar al público a leer de otra forma los periódicos, a ver de otra forma los telediarios... a buscar nuevas perspectivas a la hora de interpretar la realidad", porque sólo así, sin una pantalla entre la realidad y la razón, recuperaremos "la verdadera participación social y política".
Y es que vivimos rodeados de tamices que nos traducen los hechos a un lenguaje que nos complace porque previamente esas ideas asumidas, esos mitos actuales, se nos han impuesto como filtros. La propaganda ecologista ha logrado, por ejemplo, que Greenpeace sea considerada una autoridad en la materia independiente y no interesada, pese a que, como recoge el autor, dicho grupo o el World Wildlife Found (WWF) han sido acusadas de actuar como meras entidades de recaudación en campañas de dudosos objetivos. Sin embargo sirven a la creación de una moral pública que pasaría a ser la única exigible -el respeto el medio ambiente-, aderezada por gotas de solidaridad que llevan a la práctica organizaciones no gubernamentales cuantiosamente subvencionadas pese a estar "bajo sospecha de haber desviado fondos de apadrinamientos para otros fines más lucrativos". Recuerda Barraycoa los casos de denuncias contra Anesvad o Intervida.
Estamos, pues, ante la fabricación de una ética colectiva que no admite discusión (no se puede ser no-ecologista o no-solidario, ni está bien visto censurar a quienes la encarnan), y que sirve para mover emocionalmente a las masas a una determinada interpretación del mundo.
Y como a cada ética corresponde una estética, vivimos los tiempos de la deconstrucción en el arte ("lo cutre y lo macabro", subraya Barraycoa, han pasado a ser respetables formas de expresión) y del reinado de la performance, la cual, a diferencia de como se ha construido durante siglos la cultura occidental, ya no busca su perpetuación: "Se agota en sí misma y se extingue al terminar la escenificación".
A través de esos mitos actuales se está fabricando, pues, una civilización profundamente mentirosa. Oculta su verdadera naturaleza bajo capas de propaganda que asumimos con una "complacencia intelectual" inducida. Estas páginas sirven de revulsivo, pero no para caer en el escepticismo ante la información que nos llega, sino para saber separar el grano de la paja y "reencontrarnos con la realidad".
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