domingo, 12 de junio de 2011

Antonio Rivero Taravillo. Luis Cernuda. Años de exilio (1938-1963) Tusquets. Barcelona, 2011.

Antonio Rivero Taravillo.
Luis Cernuda.
Años de exilio (1938-1963)
Tusquets. Barcelona, 2011.


A comienzos de 1964, poco después de la muerte de Luis Cernuda, José Emilio Pacheco escribía este párrafo en la Revista Mexicana de Literatura:

En guerra contra el mundo, sin otros poderes que los de la poesía, Cernuda demostró algo que jamás aprenderemos: una de las formas de grandeza alcanzables por el escritor es quedar mal con todos, hacer las cosas para que no le gusten a nadie. De este modo, Cernuda vivió en una arisca soledad, cercada de rencor por todas partes: legítima defensa de un ser vulnerable en extremo, de un caído en el infierno que acepta el mal y, al expresarlo, lo conjura.

Esas palabras, que trazaban el retrato elocuente de un poeta que hizo de la arisca soledad su manera de habitar el mundo y de habitarse a sí mismo, se ponen al frente de Luis Cernuda. Años de exilio (1938-1963), el segundo tomo de la biografía de Cernuda que ha escrito Antonio Rivero Taravillo y que publica Tusquets en su colección Tiempo de memoria.

Pero tan significativo como ese párrafo palabras del poeta mexicano es un episodio que evoca el biógrafo. Ocurrió cuando Cernuda estaba ya en Estados Unidos, y daba clases en Mount Holyoke, Nueva Inglaterra: una antigua alumna había visitado el cuarto que tenía en el campus y allí vio sobre la mesilla de noche un marco dorado que no enmarcaba ninguna fotografía. Era una metáfora del vacío y la soledad en que transcurrió gran parte de la vida de Cernuda, que alguna vez previsiblemente pondría allí una foto, por ejemplo la de aquel Salvador de los contemplativos Poemas para un cuerpo.

Esa imagen reveladora, que evoca en el lector los versos de Remordimiento en traje de noche y el cuerpo vacío que los recorre, contiene en cifra la vida y la obra de Luis Cernuda. Es uno de esos momentos en los que se tiene la impresión de haber llegado al centro más hondo de un personaje tan contradictorio y problemático como ese poeta decisivo.

La segunda parte de esta biografía que está llamada a ser la definitiva de Luis Cernuda se abre cuando el poeta llega a París en febrero de 1938 para iniciar un peregrinaje, un viaje a la desolación que le llevaría a Inglaterra, a Estados Unidos y a México, su segunda patria. De esta experiencia traumática e intensa, de sus contradicciones y sus tensiones, de su zozobra y sus privaciones, de su soledad y su aspereza, saldría lo mejor de la obra de uno de los poetas fundamentales de la literatura española contemporánea, que hizo del exilio – de España y de sí mismo- su manera de estar en el mundo.

Una mitad de luz Otra de sombra /No separadas: confundidas, escribió de él Octavio Paz.

Contradictorio y difícil, Luis Cernuda plantea a quien se acerca a su figura las mismas dificultades que planteaba su trato personal. Combinaba de manera desconcertante fragilidad y desprecio, altivez y carencias, delicadeza y exabrupto, exquisitez y grosería, retraimiento y exhibicionismo. No deja de ser sorprendente que quien hizo un programa de vida de la insociabilidad - a veces turbulenta, a veces huidiza- se preocupase de manera tan extremada por su aspecto físico y su indumentaria.

Y con esa dificultad se habrá enfrentado también Rivero Taravillo a la hora de abordar el recorrido minucioso por la vida y por los poemas de Luis Cernuda, el día a día circunstancial de la peripecia personal que se vuelca siempre en su literatura y del que surgieron versos y libros como Vivir sin estar viviendo, Con las horas contadas o Poemas para un cuerpo.

Sólo podemos conocer la poesía a partir del hombre, había escrito Luis Cernuda en un artículo sobre Eluard. Y por eso, tras el primer volumen -Luis Cernuda. Años españoles (1902-1938)–, los años que aborda Rivero Taravillo en la segunda entrega de la biografía de Cernuda fueron decisivos en el giro que dio la obra del poeta, que encontró su tono de voz más auténtico en la poesía inglesa, tan frecuentada en sus diez años de exilio en Inglaterra, y que no abandonó cuando se trasladó a Estados Unidos para acabar instalándose en México.

En pocos poetas del 27 se unen tan intensamente obra y biografía, de manera que La realidad y el deseo, Ocnos o Variaciones sobre tema mexicano contienen la autobiografía del poeta más que el Historial de un libro o que su voluminosa y dispar correspondencia.

Porque frente a la hipocresía de la pareja Salinas – Guillén (¿Qué tenemos nosotros que ver con este marica? No me es antipático, me repugna), Cernuda era incapaz de simulaciones en su vida y en su obra. Y esa actitud, que en sí misma no le añade valores literarios al texto, permite leer su poesía en clave autobiográfica, y además la mantiene viva, porque sigue circulando por ella la sangre de lo verdadero y su voz nunca parece la de un impostor.

Y, sobre todo, esa verdad radical y esa severa falta de autocomplacencia que recorre su obra justifica una biografía como esta, que se puede leer también como una espléndida antología del mejor Cernuda, uno de los poetas más poderosos y decisivos del siglo XX en España y América.

Porque, más allá de su dolorosa historia personal, libros como Las nubes o Desolación de la quimera acabarían marcando el rumbo de la poesía en español a ambos lados del Atlántico.

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