1- «Contra toda esperanza», Nadiezhda Mandelstam (Acantilado).
Las memorias de Nadiezhda Mandelstam (1899-1980), esposa del poeta Ósip Mandelstam, constituyen un testimonio conmovedor sobre la magnitud del infierno estalinista. Publicado por primera vez en inglés en 1970 por el sello estadounidense Atheneum Publishers, Acantilado nos brinda la espléndida traducción del ruso de Lydia Kúper. Autor de un poema contra Stalin –«aletea la risa bajo sus bigotes de cucaracha»-, Ósip Mandelstam fue detenido en 1933: comenzaba un calvario de deportaciones que acabó con su vida en 1938, en tránsito hacia Kolyma, la última estación concentracionaria de Siberia. Nadiezhda relatará con una prosa tan sencilla como sobrecogedora la crónica de la ingeniería social totalitaria: «No hay nada más terrible que una muerte lenta» escribe sobre la muerte de su marido. Como apunta Joseph Brodsky en el prólogo, la autora de «Contra toda esperanza» se convertía la portavoz de toda una generación –Mandelstam, Ajmátova, Bábel, Bulgakov, Tsvietáieva- aniquilada por la barbarie bolchevique: «A sus espaldas quedaban décadas de viudedad, profundas privaciones, la Gran Guerra (que sobrepasaba cualquier pérdida personal) y el temor diario a ser arrestada por los agentes de la Seguridad del estado por ser la esposa de un enemigo del pueblo. Salvo la muerte, cualquier cosa que le aconteciera sólo podría ser un suspiro».
2- «Malaparte. Vidas y leyendas», Maurizio Serra (Tusquets).
Hablar de Curzio Malaparte en los años de posguerra era tenérselas con un ambiguo superviviente de las tragedias del siglo. Fascista de primera hora, autor de un libro de culto como «Técnica del golpe de estado», Kart Erich Suckert adoptó el pseudónimo de Malaparte «porque Bonaparte ya hubo uno». El italiano Maurizio Serra compone una biografía que tamiza las luces y sombras del seductor y camaleónico autor de bestsellers como «La piel» y «Kaputt». Injustamente olvidado, había recorrido como corresponsal los campos de batalla de Grecia, Finlandia, Polonia, Rumania y Ucrania. Fallecido en 1957 a causa de un cáncer, cultivó hasta el último minuto el narcisismo de quien ha protagonizado vidas legendarias: «Para juzgar a un hombre, hay que examinar atentamente sus retratos», dejó escrito. El secreto de su arte -y de su vigencia como cronista-, concluye Serra, es su «modo» de contar: «Nos pinta un mundo sacudido en sus cimientos, en el que es imposible discernir lo verdadero de lo falso. Y ese mundo es fundamentalmente el mismo en que seguimos viviendo, sesenta años después, en la época de Bosnia, Ruanda y Oriente Próximo».
3- ««Continente salvaje», Keith Lowe (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores).
Teórica y oficialmente la II Guerra Mundial había acabado dejando tras de sí cerca de sesenta millones de muertos. Pero el maremoto de odio no había amainado. Lowe viaja a la terrible Europa arrasada y desolada entre los dantescos años que van de 1944 a 1949 y se encuentra una espiral de venganza que no cesa. No hay estados, apenas hay gobiernos, no hay comercio, no existe prácticamente el dinero, hombres armados pasean por las calles, cientos de miles de mujeres son violadas, escarmentadas en público, la limpieza étnica se extiende en los lugares más ignotos, continúan las luchas fratricidas, el este de Europa es aplastado por la bota estalinista, el caos y el terror se adueñan de un continente en ruinas, hasta el punto de que altos oficiales del Ejército norteamericano piensan que ha comenzado una guerra civil en todo el Viejo Continente. Keith Lowe suscribe uno de los libros más aterradores del año, uno de los momentos más espeluznantes de la Historia de la Humanidad. Parece insólito que después de aquello luego llegaran la unidad, el desarrollo y el progreso para los europeos. Un documento insólito contra la amnesia histórica. Imprescindible.
4- «Guardianas nazis. El lado femenino del mal», Mónica González Álvarez (EDAF).
Los jóvenes historiadores españoles empiezan a incorporar el sesgo de sus maestros y colegas anglosajones y trazan sus libros con la exhaustiva documentación e investigación necesarias, pero con ese toque de cercanía, de proximidad tan habitual entre los británicos. Ese es uno de estos y más recientes casos. Aquí hay nombres, aquí hay apellidos, y las historias están contadas a pie de calle, haciendo que el lector se estremezca con las emociones y las sensaciones más allá de los datos siempre inexorables. Mónica González traza el siniestro perfil de diecinueve mujeres que fueron eje de la represión y la tortura en los campos de exterminio nazis. Un libro que nos mete de lleno en la vida y espantos que estas mujeres, arcángeles y apóstoles del mal, infligieron a miles de seres humanos. El dedo de la historiadora nos señala el camino del infierno. El lector necesitará algo más del valor que siempre se le supone.
5- «Noches azules», Joan Didion (Mondadori).
Como ya hiciera en «El año del pensamiento mágico» (Global Rhythm Press), Joan Didion vuelve a explorar la parte más amarga del sufrimiento en «Noches azules». Si en el primero abordó el proceso de duelo por la repentina muerte de su marido, en este libro la autora estadounidense disecciona con una prosa desgarradora, lúcida y serena la relación que mantenía con su hija Quintana, fallecida en 205 tras una larga y dolorosa enfermedad. Didion decidió titular la novela así porque en la época en que empezó a escribirla sorprendió a su mente «volviéndose cada vez más hacia la enfermedad, hacia la muerte de las promesas». Y es que «Noches azules» es la metáfora de esas semanas, al acercarse el solsticio de verano, «en que los crepúsculos se vuelven largos y azules» y «uno piensa que el día no se va a acabar nunca». Pero los días terminan y llega la muerte de la luz... la muerte. Y, como se pregunta la autora, «¿puede haber para un mortal un dolor mayor que ver a sus hijos muertos?». Didion reflexiona sobre sus recuerdos, la maternidad, la mortalidad y, en definitiva, «la negativa a afrontar las certidumbres del envejecimiento, la enfermedad y la muerte». Un emocionado «Blues funerario» que recupera, para suerte de los lectores españoles, la figura de Joan Didion.
6- «Algún día este dolor te será útil», Peter Cameron (Libros del Asteroide).
Peter Cameron publicó «Algún día este dolor te será útil» en Estados Unidos en 2007, seis años después del 11-S, trasfondo de la novela. El atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York ha ha aparecido, de forma velada o evidente, en un constante goteo de obras culturales, en un intento por cicatrizar una herida que aún sigue supurando en el corazón del mundo occidental. Cameron no busca hacer terapia colectiva ni exorcizar demonios políticos en esta novela, que Libros del Asteroide recuperó con acierto para el mercado español este año. Su protagonista, James Sveck, es un adolescente tan precoz como brillante que vive en un constante estado de insatisfacción (y, de paso, asiste a poca distancia a la caída del World Trade Center). Como un Holden Caulfield moderno, pero menos dramático que el personaje creado por J. D. Salinger, James se desliza por la novela a través de la incisiva prosa de Cameron, brillante en su concepción y desarrollo. Sin tiempo para apiadarnos de los protagonistas, salvo cierto atisbo de complicidad hacia la abuela materna de James, «Algún día este dolor te será útil» es una acertada aproximación al gravitar de la actual sociedad, con familias disfuncionales, psiquiatras de visita diaria y confusa.sexualidad.
7- «El diablo a todas horas», Donald Ray Pollock (Libros del Silencio).
Si Nelson Algren levantase la cabeza y empezase a aporrear el teclado de un ordenador, seguramente el resultado sería algo parecido a “El diablo a todas horas”. O, mejor dicho, sería exactamente “El diablo a todas horas”, primera novela del estadounidense Donald Ray Pollock y segundo libro que publica tras aquella escalofriante y sensacional colección de relatos que, bajo el título de “Knockemstiff”, retrataba con extrema crudeza las penurias y miserias de un pueblo perdido en medio de Ohio. Un paisaje abrupto y desolado que se repite en esta novela y en el que Pollock desparrama a sus personajes para abrirlos en canal y buscar entre vísceras y miserias un atisbo de humanidad. Durísimo relato sobre la redención y el perdón, sobre la soledad y venganza, “El diablo a todas horas” chapotea en esa ciénaga que es la América desamparada y dejada a su suerte a partir de los tropezones y encontronazos de unos personajes tan excéntricos como memorables. Así, en el “El diablo a todas horas" encontramos a predicadores embaucadores, ex soldados traumatizados, jóvenes atrapados en medio de la nada, asesinos en serie sobre ruedas, sherrifs putrefactos y, en fin, todo tipo de gente abollada, tratando de sobrevivir y exhibiendo ingentes cantidades de violencia en el intento. Una novela descomunal ideal para leer junto a “El cantante de Gospel” (1968), estreno literario de ese otro coloso llamado Harry Crews que Acuarela Libros y A. Machado Libros han tenido a bien recuperar. Realismo sucio y manoseado para relatar el pozo sin fondo del Fracaso Americano.
8- «La cápsula del tiempo», Miqui Otero (Blackie Books).
No es una novela al uso, quizá porque, como no cansan de repetirnos nuestros insignes representantes políticos, momentos excepcionales requieren actos excepcionales. Y “La cápsula del tiempo” es un libro excepcional que le da las riendas al lector justo ahora que la crisis parece anular cualquier capacidad de decisión. Inspirado en aquellas lecturas juveniles de Elige tu propia aventura, el periodista y escritor barcelonés Miqui Otero plantea una accidentada travesía por las calles de Barcelona en una velada cargada de simbolismo: la Noche de Reyes de 2013. Unas pocas horas de acción en las que el lector deberá ir escogiendo caminos, tropezándose con personajes excéntricos y adentrándose en historias memorables a partir de decisiones tan aparentemente intrascendentes como a quien darle una moneda en el metro o tomarse o no una última copa en un bar. A partir de ahí –y con la ayuda de un mapa que detalla el recorrido hacia los 37 finales posibles que ofrece el libro-, “La cápsula del tiempo” se erige como atrevida reivindicación de la anécdota y de las decisiones aparentemente intrascendentes, algo que brilla especialmente en ese capítulo de consulta que, bajo el título de “Ante de la duda”, condensa 13 sonadas meteduras de pata histórica en una suerte de reverso irónico del “Momentos estelares de la humanidad de Stefan Zweig. Momentos como la resaca de elefante que le impidió a Julio César ver acercarse la muerte o el error de cálculo estilístico que acabó con los nazis en Rusia que se acaban fundiendo con esas otras historias que, desde la del viajero del tiempo a la de la novela retrofuturista olvidada pasando por la de la familia rumana que planea un golpe sonado contra la familia Billet, configuran tan disfrutable elogio de la duda y de la literatura como espacio recreativo.
9- «¿Por qué nos gustan las guapas?», Todo Rafael Azcona en La Codorniz (Pepitas de calabaza).
Porque nos gusta el inolvidable maestro Rafael Azcona, un genio que llegó a Madrid desde su Logroño natal con un cargamento de talento en esos ojos que se le enternecían con la sonrisa y sin una perra gorda en el bolsillo. Quería ser poeta a sus quince o dieciséis años, tal vez porque era muy tímido, y en vez de vivir las experiencias típicas de aquella edad pasaba el tiempo, incluso las noches, leyendo. Y dibujando sobre el velador de los cafés literarios utilizando como pincel una servilleta de papel enrollada, empapada en los restos de la taza, y compartiendo café con letras con su entrañable Antonio Mingote, cuando lo raro era vivir en aquel Madrid de chantillí y nati, como diría Manuel Alcántara. La editorial Pepitas de Calabaza y Fulgencio Pimentel reúnen en tres volúmenes todas las colaboraciones, gráficas y literarias, algunas completamente «desconocidas y perdidas», que Rafael Azcona publicó en la revista La Codorniz -a donde le llevó Antonio Mingote- entre 1952 y 1958. El primer libro -¿Por qué nos gustan las guapas?- recoge los textos azconianos; el segundo volumen -¿Son de alguna utilidad los cuñados?- continuará desde 1956 a 1958; y el último, Repelencias, dará cuenta de todos los dibujos, viñetas y collages que Azcona publicó en su querido pájaro de papel de 1953 a 1956. Se recupera así la obra «perdida» de quien sería el gran guionista de nuestro cine, extraordinario novelista y un creador que no guardaba nada, y todo lo entregó al nada fatuo fuego de la imprenta. Cuando pasaba por la Redacción de «La Codorniz», en la Plaza del Callao, el también inolvidable Enrique Herreros, que había dejado en la puerta del Palacio de la Prensa la moto que tripulaba en aquel Madrid circa 1950, solía cargar a Rafael Azcona como contrapeso en su sidecar; "en el adoquinado se abrían entonces, sin avisar –por generación espontánea– unos tremendos socavones en los que el contrapeso corría el riesgo de acabar de mala manera, pero la urbana aventura tenía sus compensaciones: Enrique amenizaba el peligro contando cosas que no contaba nadie", rememoría Azcona. Azcona lucha contra la ranciedad desde la ironía. La Codorniz resultó para Azcona una cantera de talento: la composición, el tema, el sonido, la acritud, el dramatis personae de, por ejemplo, obras aboslutamente maestras como «Los muertos no se tocan, nene»; «El pisito», «Los ilusos» o «Pobre, paralítico y muerto», gestadas entre 1956 y 1958, Autodidacta «por fuerza» de la escuela del guión y de la vida, no pasó por el Bachillerato, y su regla de oro se cifraba en 21 palabras: «Procurar no escribir lo primero que se te ocurre, porque es muy posible que ya se le haya ocurrido a otro». ¿Entienden por qué nos apasiona Azcona?
10- «Me hallará la muerte», Juan Manuel de Prada (Destino).
Del amor a la sangre, de las vidas robadas a las perdidas, de un Madrid canalla y burgués a una cuidad de trapalandranes y antihéroes, Juan Manuel de Prada, cinco años después de su (pen)última novela, vuelve por la puerta grande de la Literatura con una narración en todo su esplendor: «Me hallará la muerte» (Destino). Prada nos introduce en una historia de carne y sangre, un fabuloso, sobrecogedor, descarnado retrato de la España de los años 40/50, que gravita sobre el amor, el egoísmo, la pasión, la traición o el dolor. Ahí se dan cita antihéroes que anidan en un Madrid burgués y canalla, trapalandranes, que se alistaban en la División Azul [el contingente español que intenta ayudar a la Alemania nazi a derribar el muro de la Rusia de Stalin] para matar el hambre o huir del desahucio de su alma. Retrato deslumbrante de situaciones y personajes, Prada profundiza en los recodos y rescoldos más escondidos del alma humana para alumbrar la complejidad en la turbamulta. "Me hallará la muerte" se sumerge en el Madrid de Pasapoga, que congregaba a terratenientes en noches de farra, actores de bigotillo perfilado y talle juncal, jerifaltes del Régimen con el bálano embravecido, y coristas estrepitosas de lentejuelas y muslamen. El Madrid de Antoñete y Rafael Gil, y Pablito Calvo y Amparo Rivelles o Aurora Bautista. Y de Ava Gardner, que una noche entró con gran alboroto general, «con ganas de empalmar la resaca del año que fenecía con la borrachera del año entrante...», talla el escritor. El Madrid castizo y solanesco del pintor Gutiérrez Solana, un Madrid homologado a las grandes capitales europeas. “Me hallará la muerte” son tres novelas en una. La primera parte sería una novela picaresca, la segunda -la División Azul y el cautiverio de los españoles en Rusia- sería una novela de supervivencia, de aventuras extremas; y la tercera -el Madrid de los años 50- una novela negra, de intriga criminal. En esa primera parte -novela picaresca- se cuenta la Historia de dos truhanes, simpáticos, que pueden provocar en el lector cierta identificación, que tratan de sobrevivir en un momento especialmente duro, en un Madrid recién salido de la Guerra Civil, aún con las heridas abiertas. De ahí se pasa al episodio del frente ruso y el regreso a España. Antonio, el protagonista, al intentar escapar de la justicia en España -tras asesinar- se dio de bruces con el infierno. Huye de la justicia, y se encuentra con una guerra atroz: la guerra en el frente ruso ha sido la guerra más cruenta que ha habido en la Historia de la Humanidad, no solamente por el número de víctimas, que es impresionante en ambos bandos -tanto en el Ejército invasor como en el soviético-, sino por el armamento que se empleó, verdaderamente brutal: la artillería pesada a manta. Y de ahí el eterno retorno a España. "Me hallará la muerte" es una gran novela sobre la identidad, que el autor emplea como metáfora sobre la dificultad que todo hombre tiene para mostrarse tal y como es. Y sobre la necesidad que todo hombre tiene para mostrarse tal y como es. Y sobre la necesidad que todo hombre tiene de ocultarse o de simular en sociedad. Hallen una lectura prodigiosa en "Me hallará la muerte".