domingo, 20 de abril de 2014

El Lunar de Gabriel García Marquez

Gabriel García Márquez fue el mejor escritor de América Latina y uno de los grandes de la lengua castellana. Y lo fue gracias a Cien años de Soledad, su obra maestra, una pieza prodigiosa, casi insuperable. Pero si fue grande en lo literario, no lo fue tanto en lo político y lo moral. Su apoyo ciego a la dictadura cubana y su alineamiento con la represión del pensamiento libre y la libertad creativa en Cuba manchan su prestigio y le devalúan como persona. 
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Verdades dolorosas sobre Gabriel García Márquez
La casa de García Márquez en La Habana está situada en una paradisíaca zona residencial, donde está prohibido transitar a los ciudadanos comunes. Es una urbanización de élite para los altos cargos del régimen y algunos amigos de la revolución, celosamente guardada por postas militares. 

¿Es ese uno de los regalos de Fidal Castro a su amigo Gabo por el apoyo irrestricto que le ha prestado el premio Nobel a la Revolución Cubana, incluso en los peores momentos? La respuesta es "SÍ". 

García Márquez declaró en varias oportunidades que admiraba a Fidel Castro y que hablaba con él de literatura. No le importaba que los cubanos tuvieran prohibido el acceso a las obras de los autores que no resultaban del agrado del dictador, cuyos libros no estaban a la venta ni se podían consultar en las bibliotecas. Gabo conversaba de literatura con un hombre que encarcelaba a todo cubano al que se le encontrara un libro de cualquier autor prohibido, por ejemplo de Guillermo Cabrera Infante. 

Fidel Castro, campeón, como Stalin, del pensamiento único, no tolera la menor crítica y disenso. De su guadaña no se escapó ni el comunista Pablo Neruda, cuyas obras fueron prohibidas en la isla, a pesar de que el Nobel chileno le dedicó el libro Canción de gesta, en 1960. Seis años después, la obra de Neruda fue borrada del mapa cubano. 

Las generaciones de cubanos crecidas bajo el castrismo nunca pudieron leer a Jorge Luis Borges y a Octavio Paz, entre otros muchos escritores. Hay centenares de autores destacados en el mundo de los que los cubanos ni siquiera saben que existen. 

García Márquez elogiaba a Fidel Castro cada vez que podía y fue una especie de ministro itinerante de cultura, siempre activo entre los escritores. Su servilismo ante el tirano no es nuevo en la Historia. Máximo Gorki y Maiakovski lamieron el trasero de Stalin, Gabriele D’Annunzio y Ezra Pound apoyaron a Benito Mussolini, Salvador Dalí admiraba a Hitler y a Franco. 

El 20 de marzo de 1971 fueron arrestados el laureado poeta Heberto Padilla y su esposa, la poetisa y escritora Belkis Cuza Malé. Ambos fueron acusados por la policía política de los hermanos Castro de realizar actividades subversivas contra el régimen imperante en Cuba. Dos meses después se dio a conocer la carta del 20 de mayo de 1971, dirigida a Fidel Castro, firmada por sesenta y dos intelectuales europeos y latinoamericanos, en la que le expresaron su alarma por el arresto de Heberto Padilla, autor de Fuera del juego, uno de los más célebres poemarios escritos en el siglo XX. 

“Creemos un deber comunicarle nuestra vergüenza y nuestra cólera. El lastimoso texto de la confesión que ha firmado Heberto Padilla sólo puede haberse obtenido por medio de métodos que son la negación de la legalidad y la justicia revolucionarias. (…) lo exhortamos a evitar a Cuba el oscurantismo dogmático, la xenofobia cultural y el sistema represivo que impuso el estalinismo en los países socialistas, y del que fueron manifestaciones flagrantes sucesos similares a los que están sucediendo en Cuba”, se expresa en la carta. Entre los firmantes estaban renombrados socialistas como Susan Sontag, Margarite Duras, Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre. 

García Márquez se negó a firmar esa carta, después que lo había hecho inicialmente. 

García Márquez siempre guardó silencio cómplice durante la represión a los intelectuales cubanos. Especialmente lamentable fue su actuación en la Primavera Negra de 2003, cuando setenta y cinco opositores pacíficos –entre ellos veintisiete periodistas independientes-, fueron detenidos y condenados a penas de hasta 28 años de prisión, por el ‘delito’ de informar fuera del control del Estado, lo que provocó sonadas protestas en todo Occidente. 

La Primavera Negra de 2003 también motivó la protesta de varios intelectuales que siempre habían sido aliados incondicionales de la tiranía de los hermanos Castro, como el portugués José Saramago y el uruguayo Eduardo Galeano, quienes publicaron artículos al respecto. Saramago dijo: “Hasta aquí llegué”. Galeano escribió Cuba duele, que comenzaba: “Son visibles, en Cuba, los signos de decadencia de un modelo de poder centralizado, que convierte en mérito revolucionario la obediencia a las órdenes que bajan, bajo la orientación, desde las cumbres”. 

Gabo, a pesar de su grandeza como escritor, olvidó que el primer deber de todo intelectual es servir a la sociedad con la verdad y ser portador de ideas y doctrinas que estimulen la libertad y fortalezcan los valores y los derechos humanos básicos. Guardar silencio ante la represión, la tiranía y el crimen siempre es un lastre vergonzoso. El apoyo de García Márquez a los crímenes de la tiranía castrista fue su gran drama como hombre y su mayor déficit como intelectual.

bierta por Oriol Regàs en febrero de 1967, cerró sus puertas en 1985 y fue lo más parecido al neoyorquino Studio 54 que jamás hubo en el país. Estaba en la calle Muntaner, 505

Uno de los centros neurálgicos de la gauche divine frecuentados por García Márquez fue la mítica discoteca Bocaccio. “Había mesas para seis en las que se sentaban veinte”, dijo el escritor. Aunque manida, no hay frase más adecuada para describir aquel club. Salvador Dalí, Luis de Vilallonga, Juan Marsé o Vázquez Montalbán lo frecuentaban. Todo escritor, artista o diletante que pisara Barcelona, terminaba en Bocaccio. Abierta por Oriol Regàs en febrero de 1967, cerró sus puertas en 1985 y fue lo más parecido al neoyorquino Studio 54 que jamás hubo en el país. Estaba en la calle Muntaner, 505 -su espacio lo ocupa hoy un hotel- y en su pista bailaba ‘Belle Bel’, la modelo Teresa Gimpera ejercía de sugerente imagen y quienes las conocieron, aún añoran sus noches de champán, música disco y tertulia envuelta de humo bajo lámparas Tiffany. Un ambiente que recoge el filme ‘El cónsul de Sodoma’, sobre la figura de Gil de Biedma. Allí se presentó la revista ‘Interviú’.
“Las tres grandes características de la gauche divine eran que nos gustaba nuestro trabajo, que queríamos tener contacto con quienes desempeñaban el mismo en otros países y que éramos profundamente antifranquistas. Puede añadir que queríamos pasarlo bien. Y nos lo pasábamos muy bien, lo que no quiere decir que aunque nos acostásemos a las 3 de la mañana no estuviésemos a las 9 trabajando”, matiza Rosa Regás. Pero donde realmente se podía charlar sin ruido era mientras se comía en el Flash-Flash y en Casa Mariona, o se degustaba un licor en cafés literarios como el Cristal-City, en la calle Balmes, hoy tan desaparecido como el Stork Club y aquello otro de llamar Tuset Street a la calle donde hoy vive el president Artur Mas.
Rodrigo y Gonzalo, hijos del escritor, fueron matriculados en el colegio británico Kensington, tal como recoge su biografía ‘Gabriel García Márquez: una vida’ (Gerald Martin, Debate) y él se puso a escribir ‘El otoño del patriarca’. No fue casual. Gabo se instaló en España para trenzar la historia de un dictador imaginario que se eternizaba en el poder. “Recuerdo que cuando iba a visitarlos, él salía de su despacho, donde estaba escribiendo, vestido con un mono blanco. Siempre se lo ponía para trabajar”, cuenta Rosa Regás. “Lo mejor es su acerado sentido del humor. Un sarcasmo a través del que era capaz de filtrar cualquier aspecto de la actualidad”. Asegura la autora de ‘Música de cámara' que fue el estilo de vida de aquella Barcelona lo que enamoró a García Márquez. Cenaban en casa de unos y de otros. Y charlaban hasta las tantas. En casa de los García Barcha, de los Villavechia, los Feduchi o en la de la misma Regás. Un grupo de amigos al que se sumaba José María Castellet, Serena Vergano y Eugenio Trias.
García Márquez y su familia dejaron Barcelona en 1973 no sin antes adquirir un inmueble en el centro, en la calle Valencia con Paseo de Gràcia y del que era vecino Alfonso Milà. “En los años que viví en Barcelona pasé de no tener para comer –antes, en París, había llegado a pedir limosna en el metro– a poder comprarme casas", ha dicho el autor de ‘Crónica de una muerte anunciada’. En ese piso Regás y él celebraron con champán las buenas ventas de 1994: él, primer puesto en lengua española por ‘Del amor y otros demonios’ y ella, el segundo por ‘Azul’, que fue premio Nadal.
Desde que dejaron Barcelona, Regás y los García Barcha se han seguido frecuentando. Ella ha dormido en su casa de México y ellos en su pueblecito del Ampurdán, adonde se trasladó hace más de 25 años. “En aquella época la gente famosa no era tan buscada como ahora. Yo vivía en Cadaqués, debajo de Marcel Duchamp, uno de los pintores más importantes de todos los tiempos y nadie lo perseguía por la calle. Los dos únicos valores que han sustituido hoy a todos los demás, ser rico y famoso, no existían de esa manera. O no nos dejábamos impresionar tanto, supongo”, fabula muy sensatamente.
ahora, cuando la vida del genio se consume, Regás hace una reflexión sobre la gauche divine que recibió al colombiano: “Nada ocurre para siempre, las cosas se suceden. Yo vivo fuera de Barcelona hace muchísimos años, en el 82 u 83 me fui y no he vuelto. Por las historias que sé de mis abuelos y bisabuelos, Barcelona ha tenido siempre unos brotes de vida internacional muy importantes. Es lo que ocurrió en aquellos años. Creo que está en la esencia misma de la ciudad y puede volver a surgir en cualquier momento”. Si ocurre, será sin un García Márquez.

“La noche en que llegó fuimos a cenar al Glaciar, en la Plaza Real. Me llamó su editora, Carmen Balcells, y me dijo que reuniera a un grupo de personas para presentárselo. Estaban Javier y Marta Villavechia, Carlos Barral, Federico Correa, Oriol Regás, Javier Miserachs y otros. ¿De qué hablamos? De todos los temas, como siempre que nos reuníamos: literatura, pintura, de lo poco que sabíamos de política, quien había ido de viaje lo contaba, hacíamos bromas y los arquitectos siempre discutían entre sí”. Rosa Regás, escritora y exdirectora de la Biblioteca Nacional, recuerda la primera vez que vio al genio. Era noviembre de 1967 y Gabriel García Márquez y su esposa, Mercedes Barcha, aterrizaban en Barcelona.

“La noche en que llegó fuimos a cenar al Glaciar, en la Plaza Real. Me llamó su editora, Carmen Balcells, y me dijo que reuniera a un grupo de personas para presentárselo. Estaban Javier y Marta Villavechia, Carlos Barral, Federico Correa, Oriol Regás, Javier Miserachs y otros. ¿De qué hablamos? De todos los temas, como siempre que nos reuníamos: literatura, pintura, de lo poco que sabíamos de política, quien había ido de viaje lo contaba, hacíamos bromas y los arquitectos siempre discutían entre sí”. Rosa Regás, escritora y exdirectora de la Biblioteca Nacional, recuerda la primera vez que vio al genio. Era noviembre de 1967 y Gabriel García Márquez y su esposa, Mercedes Barcha, aterrizaban en Barcelona.
La ciudad que encontraron hervía bajo el pesado manto de un franquismo próximo a su fin. Intelectuales y artistas, procedentes en su mayoría de la burguesía barcelonesa y con acceso a la alta cultura, estaban creando un movimiento muy vivo. La tertulia del Café Gijón pero más a la izquierda y mirando a Europa. Nacía la gauche divine. “Ese es un nombre muy gracioso que creó Joan de Sagarra para referirse a un movimiento, no a un grupo. Éramos gente que salía de sus casas hartos de la mojigatería del tardofranquismo y de la Iglesia católica para saber qué hacían los demás en sus profesiones. Qué estaba ocurriendo en el extranjero. Los arquitectos de Barcelona trababan contacto con los de Milán y de Nueva York y Carlos Barral creó los Premios Internacionales de literatura, ahí estaban los Galimar en Francia e Einaudi de Italia… Nos unían las ganas de salir de la cárcel franquista. Ganas de quitarse el miedo y descubrir qué era la vida”, explica Regás.
Entre los miembros más relevantes de la gauche divine, en la que García Márquez encajó como el zapato de cristal en el pie de Cenicienta, estaban los fotógrafos Miserachs, Maspons y Colita; arquitectos y diseñadores como Bofill, Bohigas, Correa y Óscar Tusquets; gigantes de las letras como Goytisolo, Senillosa, Terenci y Anna María Moix, Félix de Azúa, Rosa Regás o Gil de Biedma; cineastas como Gonzalo Suárez, Carlos Durán, Ricardo Franco y Vicente Aranda y toda la Escuela de Barcelona o editores de la talla de Carlos Barral, Esther Tusquets, Beatriz de Moura y la que nos lo trajo a España, Carmen Balcells.
Al llegar a Bacerlona, Gabriel García Márquez se instala con su mujer y sus dos hijos en el número 6 de la calle Dels Caponata, en el acomodado barrio de Sarrià. El sobrenombre ‘Gabo’ se debe probablemente al matrimonio Luis y Leticia Feduchi, quienes llegaron a ser sus mejores amigos en Barcelona y cuya amistad aún perdura más sólida que nunca, si bien la propia Rosa Regás no está segura.El colombiano había publicado ya una de sus obras maestras, ‘Cien años de soledad’ (Georgina Regás le regaló una genealogía de sus personajes que fue incluida en ediciones posteriores) y, aunque aún no era una leyenda, esta comenzaba a fraguarse alrededor de él. Curiosamente, en aquella Barcelona que se asomaba a Europa, vivían también Vargas Llosa y José Donoso, al calor de las briosas y atrevidas editoriales catalanas. Ellas fueron quienes llevaron el denominado ‘boom latinoamericano’ –García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Donoso, Roa Bastos y otros– al Viejo Continente. 
"Imagen del artículo
Bloque de viviendas en la calle Caponata 6 donde vivió García Márquez en Barcelona.A.G.
Uno de los centros neurálgicos de la gauche divine frecuentados por García Márquez fue la mítica discoteca Bocaccio. “Había mesas para seis en las que se sentaban veinte”, dijo el escritor. Aunque manida, no hay frase más adecuada para describir aquel club. Salvador Dalí, Luis de Vilallonga, Juan Marsé o Vázquez Montalbán lo frecuentaban. Todo escritor, artista o diletante que pisara Barcelona, terminaba en Bocaccio. Abierta por Oriol Regàs en febrero de 1967, cerró sus puertas en 1985 y fue lo más parecido al neoyorquino Studio 54 que jamás hubo en el país. Estaba en la calle Muntaner, 505 -su espacio lo ocupa hoy un hotel- y en su pista bailaba ‘Belle Bel’, la modelo Teresa Gimpera ejercía de sugerente imagen y quienes las conocieron, aún añoran sus noches de champán, música disco y tertulia envuelta de humo bajo lámparas Tiffany. Un ambiente que recoge el filme ‘El cónsul de Sodoma’, sobre la figura de Gil de Biedma. Allí se presentó la revista ‘Interviú’.
“Las tres grandes características de la gauche divine eran que nos gustaba nuestro trabajo, que queríamos tener contacto con quienes desempeñaban el mismo en otros países y que éramos profundamente antifranquistas. Puede añadir que queríamos pasarlo bien. Y nos lo pasábamos muy bien, lo que no quiere decir que aunque nos acostásemos a las 3 de la mañana no estuviésemos a las 9 trabajando”, matiza Rosa Regás. Pero donde realmente se podía charlar sin ruido era mientras se comía en el Flash-Flash y en Casa Mariona, o se degustaba un licor en cafés literarios como el Cristal-City, en la calle Balmes, hoy tan desaparecido como el Stork Club y aquello otro de llamar Tuset Street a la calle donde hoy vive el president Artur Mas.
Rodrigo y Gonzalo, hijos del escritor, fueron matriculados en el colegio británico Kensington, tal como recoge su biografía ‘Gabriel García Márquez: una vida’ (Gerald Martin, Debate) y él se puso a escribir ‘El otoño del patriarca’. No fue casual. Gabo se instaló en España para trenzar la historia de un dictador imaginario que se eternizaba en el poder. “Recuerdo que cuando iba a visitarlos, él salía de su despacho, donde estaba escribiendo, vestido con un mono blanco. Siempre se lo ponía para trabajar”, cuenta Rosa Regás. “Lo mejor es su acerado sentido del humor. Un sarcasmo a través del que era capaz de filtrar cualquier aspecto de la actualidad”. Asegura la autora de ‘Música de cámara' que fue el estilo de vida de aquella Barcelona lo que enamoró a García Márquez. Cenaban en casa de unos y de otros. Y charlaban hasta las tantas. En casa de los García Barcha, de los Villavechia, los Feduchi o en la de la misma Regás. Un grupo de amigos al que se sumaba José María Castellet, Serena Vergano y Eugenio Trias.
García Márquez y su familia dejaron Barcelona en 1973 no sin antes adquirir un inmueble en el centro, en la calle Valencia con Paseo de Gràcia y del que era vecino Alfonso Milà. “En los años que viví en Barcelona pasé de no tener para comer –antes, en París, había llegado a pedir limosna en el metro– a poder comprarme casas", ha dicho el autor de ‘Crónica de una muerte anunciada’. En ese piso Regás y él celebraron con champán las buenas ventas de 1994: él, primer puesto en lengua española por ‘Del amor y otros demonios’ y ella, el segundo por ‘Azul’, que fue premio Nadal.
Desde que dejaron Barcelona, Regás y los García Barcha se han seguido frecuentando. Ella ha dormido en su casa de México y ellos en su pueblecito del Ampurdán, adonde se trasladó hace más de 25 años. “En aquella época la gente famosa no era tan buscada como ahora. Yo vivía en Cadaqués, debajo de Marcel Duchamp, uno de los pintores más importantes de todos los tiempos y nadie lo perseguía por la calle. Los dos únicos valores que han sustituido hoy a todos los demás, ser rico y famoso, no existían de esa manera. O no nos dejábamos impresionar tanto, supongo”, fabula muy sensatamente.
ahora, cuando la vida del genio se consume, Regás hace una reflexión sobre la gauche divine que recibió al colombiano: “Nada ocurre para siempre, las cosas se suceden. Yo vivo fuera de Barcelona hace muchísimos años, en el 82 u 83 me fui y no he vuelto. Por las historias que sé de mis abuelos y bisabuelos, Barcelona ha tenido siempre unos brotes de vida internacional muy importantes. Es lo que ocurrió en aquellos años. Creo que está en la esencia misma de la ciudad y puede volver a surgir en cualquier momento”. Si ocurre, será sin un García Márquez.

Bajos de la Calle Caponata numero 6

Llego José García Marquez en 1967
Aquí conoció a Carmen Balcells
Vivió en el barrio de Sarria
En la calle Caponata 6 bajo

En el mismo bloque vivían
Los 2 premios nobeles.
Gabo y Mario Vargas Llosa
El boom de la literatura en español es en Barcelona
Para el gran novelista el paso por Barcelona es esencial.
Y la persona de su agente literaria también lo es.

El escritor llegó a la Ciudad Condal en 1967, en un Seat alquilado y chirriante. Allí empezaba a fraguarse la generación más brillante de la literatura hispanoamericana

En 2012 se cumplió medio siglo de «La ciudad y los perros» de Mario Vargas Llosapremio Biblioteca Breve y primera espoleta del «boom»que hizo de Barcelona la capital de la edición hispanoamericana. En lugar de celebrar a bombo y platillo uno de los momentos culturales que ratificaron y confirmaron una pujanza editorial que ya destacóCervantes, los funcionarios del nacionalismo prefirieron obviar la efemérides.
Aquel año de 1962 cambió la historia literaria en lengua española. Además de premiar la novela del escritor peruano, Seix Barral dio a la imprenta un título que marca un punto de inflexión en la literatura española: «Tiempo de silencio», de Luis Martín SantosComo explicó el propio Carlos Barral, el Biblioteca Breve pasó de ser un encuentro de tertulia de café a convertirse «en el eje de una política literaria posible, una política de verdadero descubrimiento de la literatura americana».
Y no solo porque otorgaba valor a esa literatura más allá de sus fronteras, «sino porque sirvió también de instrumento de recuperación, de convicción, para escritores importantes pero mal conocidos que no estaban ya para premiecillos editoriales, como Alejo Carpentier o Julio Cortázar». No es extraño que en los seis años que siguieron a «La ciudad y los perros», el Biblioteca Breve premiara a cuatro autores latinoamericanos: «Los albañiles» (Vicente Leñero, 1963), «Tres tristes tigres» (Guillermo Cabrera Infante, 1964), «Cambio de piel» (Carlos Fuentes, 1967) y «País portátil» (Adriano González León, 1968).

Barcelona, 1966

A sus treinta y seis años, Carmen Balcells deja de ejercer de secretaria para un fabricante del sector textil de Tarrasa y entra en contacto con Víctor Seix y Jaime Salinas. Le comenta al segundo que tiene la oportunidad de hacerse con la agencia literaria del escritor rumanoVintila Horia. Su incursión en este segmento editorial cambiará radicalmente la relación de autores y editores.
El mérito de Balcells, subrayará Vargas Llosa, fue descubrir «que la verdadera función de una agente literaria no era representar a un editor frente a otros editores, sino a los autores ante quienes les publicaban...». El modus operandi de esta agente literaria nacida en Cervera revolucionará el mundo editorial barcelonés. Balcells se presenta en Londres, donde Vargas Llosa imparte literatura en el universitario King’s College. Le dice que deje las clases y se centre por completo en la escritura. El autor peruano aduce que debe mantener a su familia. La agente le pregunta cuánto gana. Quinientos dólares. Iguala la cifra y le conmina a que se instale en Barcelona, que es más barata que Londres.
Vargas Llosa conserva un buen recuerdo de la Ciudad Condal que se remonta a 1958. Recién llegado en barco, camino a la Complutense de Madrid, Vargas Llosa recordará las cuarenta y ocho horas que pasó en una pensión del Barrio Gótico: «Me enamoraron de la ciudad». Aquel mismo año presentó un cuento, «Los jefes» al premio Leopoldo Alas que convoca una editorial médica y entre cuyos impulsores se halla el editor y poeta Enrique Badosa. Su relato se alza ganador y comienza así su relación editorial con la ciudad que poco tiempo después, le consagrará como escritor.

Año 1967

Rechazada por Seix Barral, la novela «Cien años de soledad» deGabriel García Márquez van a convertir el mundo en una sucursal de Macondo. Carlos Barral se defiende de quienes le reprochaban haber dejado pasar la magna obra del colombiano. Lo atribuye a unmalentendido. Gabo le envió un telegrama hablándole de su novela y él tardó demasiado en contestar... Luegó pasó el tiempo y Paco Porrúa editó la novela en la Sudamericana.
Aquel año de 1967, Gabo se mudó a Barcelona, al igual que Vargas Llosa y José Donoso. Todos, autores de Carmen Balcells. Además del poderío de la que será proclamada unánimemente la Mamá Grande, una de las razones por la que el colombiano recala en la Ciudad Condal es su admiración por Ramón Vinyes, el célebre «sabio catalán» que orientó sus primeras lecturas. «Nos hablaba de Barcelona, nos decía que siempre fue un gran centro cultural de Europa, una ciudad con una burguesía tan rica y sofisticada que apoyaba a Gaudí y con una clase obrera pujante dirigida por anarquistas».
Gabo arribó a la capital del «boom« en unSeat alquilado y chirriante. La Barcelona del desarrollismo franquista se permitía ciertas libertades. Oriol Regàs inauguraba Bocaccio y la «gauche divine» se volcaba en la publicidad, la fotografía, el cine de cuño europeo, el diseño, la arquitectura... En sus siete años barceloneses, hasta 1974, Barcelona fue para García Márquez «una ciudad donde se respiraba, porque todos éramos un poco conspiradores...».
Vargas Llosa y García Márquez compartieron un trienio de amistad hasta que un puñetazo enlutó aquella relación. Los dos se instalaron en Sarrià, la parte alta de la ciudad y Donoso todavía más arriba, en Vallvidrera. Gabo residía en un puiso moderno y funcional en la calle Caponata, 6 y Vargas Llosa en la esquina de esta con la calle Osio. Ambos escritores acuden a la pastelería Foix, en la plaza de Sarrià, que regenta el poeta J. V. Foix.
En Barcelona, Gabo escribió los relatos de «La increíble y triste historia de la cándida Edelmira y su abuela desalmada» (Barral, 1972) y la novela «El otoño del patriarca» (Plaza & Janés, 1975). En Barcelona, y concretamente en el barrio de Gracia, transcurre «María dos Prazeres», uno de sus «Doce cuentos peregrinos».

El abrumador éxito

Como explica Sergio Vila-Sanjuán en su imprescindible estudio «Pasando página» (Destino), «El otoño del patriarca» fue una de las novelas de más difícil gestación de un autor que había puesto el listón muy alto con los dos millones de ejemplares de «Cien años de soledad». En realidad, explica, García Márquez ya había abordado al patriarca antes de la historia de la familia Buendía. Como no le satisfizo, lo acometió de nuevo en Barcelona: «Escribió trescientas holandesas enfundado en su mono azul de trabajador proletario, las rompió y se fue a hacer un largo viaje y tuvo que empezar de nuevo, siempre rodeado de la documentación como el buen periodista que había sido...». En otra famosa imagen de la época, de la fotógrafa Colita, García Márquez aparece con mirada compungida y sus «Cien años de soledad» a modo de sombrero. El abrumador éxito.
La Barcelona del «boom», recuerda siempre que tiene ocasión Vargas Llosa, «fue durante años la capital de la literatura hispanoamericana, no sólo porque muchos escritores de América latina vinieron a vivir aquí, o pasaban temporadas en Barcelona, sino porque fue en esta ciudad, a través de editoriales de Barcelona, a través de algunas personas que promovieron la literatura hispanoamericana en España con un enorme entusiasmo, como Carlos Barral, que estaliteratura alcanzó un derecho de ciudad en España, en la propia América Latina, donde en cierta forma era una literatura hasta entonces bastante marginal, y de aquí salió a conquistar otras lenguas, otros países».
En otra imagen de 1972 vemos a José Maria Castellet con García Márquez, Carlos Barral, Mario Vargas Llosa, Félix de Azúa, Salvador Clotas, Julio Cortázar y Juan García Hortelano. Tanto Carlos Fuentes como Julio Cortázar, puntualiza José Donoso, pasaban constantemente por Barcelona.
La agente Carmen Balcells fue un elemento tan culturalmente dinamizador como eficaz en la logística de acogida de los autores que representaba. En su papel de Mamá Grande, apunta Vargas Llosa, «ella pagaba las cuentas, alquilaba los pisos y resolvía los problemas de electricidad, de transporte, de teléfono, de clandestinidad, y aprobaba o fulminaba los amoríos pecaminosos, asistía a los partos, consolaba a los cónyuges e indemnizaba a las amantes».
Barcelona fue la capital de la generación más brillante de la literatura hispanoamericana. Para Carlos Barral, el secreto del éxito de los latinoamericanos que editó fue haber afrontado temáticas universales «y eso les hizo mucho más difundibles: ¡Eso fue el boom!». Así lo vio José Donoso: «El boom pudo ser una moda, pero la moda es un ingrediente cultural muy importante. No éramos iguales pero teníamos componentes comunes».