lunes, 28 de mayo de 2012

Periodista Digital entrevista a Borja Vilaseca, autor de "El sinsentido ...

Borja Vilaseca: El Principito cambia la corbata


EL PRINCIPITO 3.indd
La filosofía materialista que abandera el capitalismo salvaje está en decadencia. A estas alturas, ya nadie pone en duda que la crisis financiera del sistema es en realidad una crisis de valores y de consciencia de la sociedad. Puede que en Occidente seamos más ricos que nunca, pero también mucho más pobres. Prueba de ello es la actitud con la que la mayoría de empleados españoles afrontan los lunes. A primera hora suena el despertador y se levantan a regañadientes de la cama para ir a trabajar, entrando en una rueda de la que no saldrán hasta el viernes por la tarde. Y dado que las empresas siguen creyendo que la “gestión tóxica” de sus colaboradores es la más eficiente para multiplicar sus tasas anuales de crecimiento y lucro, para muchos la palabra “trabajo” sigue siendo sinónimo de “obligación”, “monotonía”, “aburrimiento” y “estrés”.
De hecho, la gran mayoría de la población activa trabaja porque no le queda más remedio. Es una simple cuestión de supervivencia económica. Por medio del control del capital, que se traduce en el pago de salarios a finales de cada mes, las empresas se han convertido en las instituciones predominantes de nuestra era. No sólo condicionan y limitan nuestro estilo de vida, sino que son dueñas de nuestro tiempo y de nuestra energía. Incluso hay quien dice que la esclavitud y la explotación no se han abolido. Tan sólo se han puesto en nómina.
Como consecuencia de este contexto socioeconómico, cada vez más trabajadores detestan a su empresa, no soportan a su jefe y odian su profesión. Lo cierto es muchos están dejando de creer en la felicidad. Basta con ver la cara de la gente por las mañanas en los vagones del metro o en los atascos de tráfico. Algunos sociólogos afirman que padecemos una epidemia de “falta de sentido”, lo que a su vez está ocasionando una enfermedad psicológica, más conocida como “vacío existencial”. Debido a esta saturación de insatisfacción colectiva ya hay quien nos define como “la sociedad del malestar”.
El Principito se pone la corbata (Temas de Hoy) es una fábula aparentemente inocente, cuya intencionalidad es cuestionar la falta de valores imperante e nuestra sociedad, proponiendo el autoconocimiento y el desarrollo personal como caminos para superar la crisis existencial individual y colectiva. Inspirada en El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry, este relato pone de manifiesto el profundo cambio que pueden experimentar los seres humanos y, por ende, las organizaciones de las que forman parte, cuando toman consciencia de su verdadero potencial, poniéndolo al servicio de una función necesaria, creativa, sostenible y con sentido.
Índice del libro
Nota aclaratoria
Prólogo. Los cínicos no sirven para este oficio
I. Dime cómo lideras y te diré quién eres
II. Algunos jefes son muy malos para la salud
III. El hombre de hoy sigue siendo un esclavo
IV. La improductividad del sufrimiento
V. El verdadero escéptico es el que explora lo que desconoce
Honestidad, humildad y coraje
¿Qué es y para qué sirve el autoconocimiento?
¿Es el autoconocimiento un acto egoísta?
La esclavitud de la reactividad
Entrenar conscientemente la proactividad
Realidad e interpretación de la realidad
La tiranía del egocentrismo
El poder de la aceptación
La función de las crisis existenciales
¿Qué es lo que cambia cuando una persona cambia?

VI. La patología del éxito
VII. El aprendizaje es el camino y la meta
La asunción de la responsabilidad personal
Miedo, ira y tristeza
¿Qué es, cómo funciona y para qué sirve el ego?
Diferencia entre inocencia, ignorancia y sabiduría
La felicidad y la paz interior vienen de serie
Cuestionar el sistema de creencias
El reto de autoabastecerse emocionalmente
La importancia de cultivar la energía vital
El arte de la compasión

VIII. En busca de uno mismo
IX. ¡Ojo! El poder aísla y corrompe
X. Madurar consiste en dejar de creerse víctima de las circunstancias
Epílogo. Si de verdad quieres cambiar el mundo, empieza por ti mismo
Agradecimientos
Bibliografía recomendada
Si quieres comenzar a leerlo, descárgate gratuitamente los dos primeros capítulos pulsando aquí.
Para ver una entrevista en el programa “Cara a Cara”, de CNN+, pulsa aquí
Para escuchar una entrevista radiofónica en El Periodista Digital pulsa aquí y luego clica en “Descargar”

domingo, 27 de mayo de 2012

Marta Elisa de León: Mi historia de Puta en LAS OCULTAS


Yo pertenecía al grupo de putas de nivel medio. No era ni de las de lujo ni de las baratas. Porque no es como muchas personas creen, que solo existe la prostitución de alto nivel y luego la esclavitud, sino que hay mucho más. Una de las cosas que he comprobado a lo largo de los años es el increíble desconocimiento que la sociedad en general tiene de cuántas mujeres se dedican a la prostitución de manera oculta, aunque lo hagan esporádicamente. El puterío es como la sombra psíquica. Todos creen que “de eso” no tienen, pero rascas un poco y en todas las familias asoma. Además, el puterío no existiría sin la sombra, y crece en la sombra.
Yo lo hice durante mucho tiempo solo por las tardes y ni siquiera durante muchos meses seguidos. No aguantaba tanto, lo dejaba y regresaba cuando se me acababa el dinero ahorrado. Otras lo hacían solo a ratos; eran las “chicas de contactos”, una categoría diferente. Otras eran putas de fin de semana; otras, de a diario durante ocho horas, como en cualquier curro de oficina. Muchas estaban casadas, o tenían familia con la cual convivían, y les contaban un cuento. Decían que cuidaban abuelos, niños, o que limpiaban, o que estaban en una agencia inmobiliaria, o... auténticas películas... y colaban. Lo dicho: esto es como la sombra. Cuesta ver esa realidad en “tu” familia (...).
En mi caso, y por lo menos en la superficie, lo que me catapultó al puterío fue el desengaño hacia los hombres, unido a una dificultad económica, en un momento en que mi proyecto de vida hizo agua. Tenía 21 años y era una chica culta, universitaria y normalita en todo lo demás. Vivía en casa de mis padres (...). Pero hoy sé que los problemas con los hombres y con mi manutención, en mi caso, eran temas directamente relacionados. Y esto nos lleva a otras razones más profundas para que yo terminara siendo puta, razones no evidentes y escondidas hasta para mí misma (...).
Tenía 30 años cuando regresé a casa de mis padres y aún tuve suerte porque me aceptaron sin poner pegas. Pudo haber sido peor; hay mujeres que no tienen adónde regresar, dónde caerse muertas un tiempo mientras intentan empezar otra vez de cero. Afronté una nueva etapa de búsqueda de trabajo e inicié nuevos estudios. Por estudiar que no quedara. Sin embargo, aún tuve que seguir trabajando de puta, aunque durante menos horas, para pagar mis gastos y mantener un mínimo de independencia. Era aceptable comer y dormir en casa de mis padres, pero con 30 años pedirles dinero para comprarme un libro, salir el fin de semana o pagarme unos nuevos estudios, pues no.
“Ya no obtenía ninguna satisfacción de mi ‘oficio’. Hasta el dinero que ganaba me daba asco. Pero no ganarlo era peor”
Aquella fue la etapa más dura, porque ya no soportaba prostituirme más y me enfermaba cada dos por tres. No veía la manera de terminar con mi situación, porque además parecía que no había modo de encontrar otro trabajo. Enviaba currículos, pero nadie me llamaba ni para decirme que no. Muchas veces llegaba hasta el lugar de mi trabajo como puta y sentía que no podía llamar al timbre. Entrar en el edificio, subir en el ascensor y encerrarme en aquellas cuatro paredes para ser follada otra vez se me antojaba insoportable, superior a mis fuerzas. Entonces daba media vuelta, me iba al parque cercano, me sentaba en un banco y tomaba aire. A veces lloraba de impotencia. Luego me enfadaba por llorar y me repetía a mí misma: “Piensa, piensa, piensa. ¿No eres tan lista? Algo se te tiene que ocurrir”.
Pero no sabía qué más pensar. Era como si mi cerebro no supiera funcionar correctamente en lo relativo a encontrar un empleo. Al final razonaba que de momento tenía que ir a trabajar de puta un día más. La jefa y los clientes me estaban esperando unas calles más allá, se trataba de no pensar tanto, era mejor ir a trabajar y dejar las reflexiones para otro momento. Al final iba. No me daba cuenta de que en realidad no “tenía” que ir más, y que lo que pasaba es que no sabía dejarlo. Toda mi estructura mental relativa a la supervivencia material estaba dañada o distorsionada desde su raíz, desde mi infancia. Por eso, aunque veía que mi vida iba mal por ese camino, no sabía cambiar. Para remate, ya no obtenía ninguna satisfacción de mi oficio. A esas alturas de mi historia, hasta el dinero que ganaba me daba asco. Pero no ganarlo era aún peor. Estaba hecha un lío.
Finalmente, conocí a una mujer terapeuta, pero desde que la conocí hasta que empezó a tratarme aún pasaría un año. Durante ese tiempo trabajaba cada vez menos y peor, porque ya no podía más. Tenía síntomas raros, médicamente no explicables, porque en las analíticas no veían nada. Cistitis crónica no infecciosa, inflamación en los ovarios, vaginitis inespecífica, vértigos, contracturas aquí y allá sin razón aparente. O sensaciones extrañas, como notar un frío gélido que me envolvía la cintura, el vientre, las lumbares. Y no se aliviaba con nada: ni con baños calientes, ni envolviéndome telas de lana alrededor del cuerpo, ni metiéndome en la cama. Me dolía todo el cuerpo, casi no podía follar, porque cada penetración me dolía como si me golpearan el cuello del útero con una barra de hierro. Sentía que perdía energía, que mi cuerpo era como un vaso rajado desde el que se escapaba el agua. A veces me sentía vieja y agotada, y andaba como zombi. Me medicaba constantemente para los espasmos musculares, las contracturas, las migrañas, las anginas crónicas, los resfriados, los hongos, qué sé yo. Estaba harta de recurrir al Gine-Canestén o a los óvulos de blastoestimulina en el coño para poder trabajar. Ya no sabía cómo era mi cuerpo en estado natural.
El colmo fue cuando empecé a tener pequeños sangrados rectales, unidos a dolores internos extraños. Sentía como si tuviera púas metálicas atravesándome el colon y me acojoné. ¿Qué cuernos me estaba pasando? Tuve miedo, no de morirme, que hubiera sido un alivio, sino de mal morirme. Porque los médicos no veían nada superficial. Debía de ser algo escondido, profundo. Tenían que hacerme pruebas a fondo en el hospital y el pavor me invadió. Me vi entrando en una espiral de médicos, pensé en tumores, cáncer, qué sé yo. No fui capaz de decirlo en casa. He aquí una muestra de la gran confianza que ha existido entre mis padres y yo. Todo lo escondí. Aparentemente yo era feliz, todo estaba bajo control, pero mi vida hacía agua.
En ese estado de pánico y agobio, al fin me entregué a las sesiones de terapia. Pensé que tal vez fuera a morir, pero al menos quería hacerlo del mejor modo posible. No quería meterme en un hospital sin más y dejar que me llevaran de aquí para allá, que todos empezaran a decidir por mí, sin haber tenido ni tiempo de detenerme, de descansar de mi vida, de revisar mi interior, de reflexionar. Entonces, gracias a la terapia descubrí... Ah, ¡no puedo resumirlo! Tengo que utilizar una metáfora. Tengo que decir que fue como en la película de Matrix. Vi. Y lo que vi, aunque me dejó KO, me hizo despertar, cambiar.
Pero ahora digamos, para acabar, que dejé la prostitución gracias a dos cosas: una, a haber cuidado mis relaciones humanas y amistosas ajenas al ambiente de trabajo, gracias a las cuales ciertas personas finalmente me ayudaron (terapeuta incluida). Dos, a haberme atrevido a ver, a elegir siempre consciencia frente a inconsciencia. Por duro que sea lo que descubras acerca de tu vida o de la vida en general, por mucho que al destapar la caja de Pandora te parezca que la realidad es horrorosa o un espanto, es mejor saber. Eso te permite afrontar el verdadero origen de tus males y dejar de odiarte; además, te capacita para entender mejor la realidad en que vivimos. De otro modo, no puedes buscar caminos de vida diferentes. Estás atrapado, como en la matrix, en inercias, programas mentales, etcétera.
Tal vez lo más difícil sea lo segundo: asumir ser conscientes, elegir siempre saber frente a no saber. No es un camino que todos deseen andar. Mi mejor amiga de la prostitución murió, en parte, porque no quiso andarlo. Le daba más miedo afrontar su realidad y pedir ayuda como puta confesa que sufrir una larga y penosa enfermedad, como finalmente sucedió.

La Voz de una Oculta: Enfrentarte a la vida con Todo


José Antonio Montano: La voz de una oculta

Posted by José Antonio Montano
Acaba de aparecer un libro espléndido, que no puede pasar inadvertido: Las ocultas, firmado por Marta Elisa de León y publicado por TurnerAfirma Cyril Connolly que la palabra de un escritor es “papel moneda cuyo valor depende de las reservas de mente y corazón que lo respaldan”. En tal sentido Las ocultas es un libro rebosante de valor.
Lo sostiene una voz perfectamente armada que cuenta su experiencia; y la cuenta narrándola y desentrañándola, con soltura, capacidad de observación y lucidez. Se trata, como anuncia el subtítulo, de una experiencia de la prostitución. Es un asunto por lo general muy sobrecargado retóricamente y que mueve mucho al prejuicio y la visceralidad, puesto que en él se entrelazan dos potencias universales: la del sexo y la del dinero. La autora lo afronta sin adornos: como una prueba vital que ha tratado de entender y de la que ha sacado sus enseñanzas. Ha sido un esfuerzo, propiamente, de desocultación. El velo que resta, el del seudónimo, no delata una debilidad de la autora, sino de la sociedad: esta, en efecto, no podría resistirse a la tentación de destruir a una mujer que se expone como lo hace la de Las ocultas.
El libro es agua fresca en numerosos sentidos: es fluido, articulado, directo, libre, anticonvencional. Desconcierta. Refuta tópicos. Y habla de primera mano de un tema del que muchos hablan sin saber, enturbiados (¡y enturbiadas!) por el moralismo o la ideología. La prostitución ha sido usada como munición en el enfrentamiento entre los sexos. De una parte, por feministas con una percepción sesgada de la realidad y por marxistas que ven explotación en todo menos en los regímenes que apoyan; de otra, por machistas comoChamfort, que escribió la máxima: “En la guerra de las mujeres con los hombres estos llevan ventaja, puesto que tienen a las putas de su lado”. La autora escapa de esta trampa, porque, sin ignorar las diferencias y tensiones entre hombres y mujeres, no culpabiliza a los unos ni victimiza (e infantiliza) a las otras. Tiende a la comprensión y a la reconciliación.
No por ello su mirada es complaciente. Al contrario: el mundo que describe es duro, áspero, desagradecido. Ella se inició (voluntariamente, siendo universitaria) a los veintiún años y anduvo enredada, con entradas y salidas, a lo largo de diez. El libro da cuenta con precisión del desgaste físico y psíquico, espiritual también, de la prostitución. Es uno de los rompientes de la fuerza erótica, con frecuencia en su versión oscura, y la puta se lleva la peor parte. El dinero que ingresa tiene, entre sus contraprestaciones, el de una tremenda pérdida de energía, que reduce (y aniquila, casi siempre) las posibilidades de escapar.
Pero la autora de Las ocultas escapa, y su libro es también la crónica de esa liberación. En el camino le ayudan la amistad, el amor, la maternidad y, sobre todo, su poderosa razón: una razón que incorpora sin delirio elementos oníricos e incluso mágicos, un poco al modo del psicoanálisis de estirpe junguiana. El lector asiste a un proceso de autoanálisis radical, que desenmascara a su vez a la sociedad de la cual la prostitución es sombra

Las Ocultas : Una experiencia de prostituta de Marta Elisa de León



  • portada de 'Las ocultas'
  • Ficha técnica

    Autor: Marta Elisa de León | Título: las ocultas | Páginas: 328 | Medidas: 14 x 22 cm
    Encuadernación: Rústica con solapas | ISBN: 978-84-7506-565-6 |PVP: 19.90 euros
    En la estantería: Biografias, Ciencias sociales
  • Biografía

'Las ocultas'
Marta Elisa De León

Marta Elisa de León fue al infierno y volvió. El infierno era la mentira, la ambigüedad, el consumismo, la poca autoestima, la obsesión por la imagen, el trastorno emocional... en suma: la vida como prostituta. Iniciada como por juego, lúdica al principio, luego angustiosa, convertida en cautividad.
Siete años después, la autora revive aquella vida oculta en un libro sin equivalencia con los de su género: no busca el morbo ni el escándalo, no se refugia en el sarcasmo, no trata como enemigos a los hombres, no se envuelve con la fantasía del glamour, no se ampara en la coartada de la denuncia.
Se limita a relatar, con una prosa transparente y vivaz, con extraordinaria precisión y originalidad sorprendente, su experiencia de ida y vuelta.
El viaje de una chica normal que quiso dar un paseo por el lado salvaje y se quedó allí diez años. El testimonio de una mujer imaginativa, lúcida, que ha decidido al fin desocultarse.

OCULTAS: María Elisa de León


SIMPATÍA POR EL DÉBIL
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Las ocultas

Magazine | 29/03/2012 - 23:59h
Venía de una familia bien. Sus padres insistían en que ella debía estudiar, estudiar, estudiar, y no distraerse en otras cosas. Se veía siempre sin dinero para sus gastos. Y un día, hojeandoLa Vanguardia, se le detuvieron los ojos en un anuncio. “Buscamos chica para establecimiento de relax”. Meses de lucha íntima, de enconado debate. Un desengaño sentimental. “Estaba muy mal y me dije, pues… de perdidas, al río”. Marcó el teléfono. Y se dijo a sí misma: “Sólo serán dos meses, sólo quiero ganar un poco de dinero”. Estuvo quince años en el ambiente de la prostitución.
“La primera sensación que tienes cuando entras es de euforia, como en cualquier droga, porque adquieres poder. Poder sobre tu vida, poder económico, poder sobre los hombres. Y luego es como una droga porque cuando más tienes, más quieres. Después pasas por una fase de síndrome de Estocolmo. No eres capaz de conectar con tu propio dolor, te blindas ante él. Sólo con el tiempo te das cuenta de lo que has hecho. Como en una droga, los efectos devastadores se aprecian a largo plazo. Cuando dejas de ser carne fresca, la actitud de los clientes hacia ti cambia, y tú misma has cambiado. Entrar en el infierno nunca es de balde: si consigues salir, sales quemada”.
La que me contaba esta historia es Marta Elisa de León, autora del libro Las ocultas, publicado por Turner.
Yo he leído dos libros muy recomendables escritos por prostitutos masculinos. Stayin’ Alive, de Richard Berkowitz, y Pollo, de David Henry Sterry. El primero trabajaba sólo para hombres. El segundo, para ambos sexos. Sus historias se parecen a la de Marta Elisa. Al principio, euforia, sensación de poder, de control, de dinero fácil. Al cabo de un tiempo, la enfermedad, la depresión, el vacío, el agotamiento físico y moral. No parece que haya tanta diferencia entre la prostitución masculina y la femenina.
Sí, en España podrías darte de alta en la Seguridad Social como masajista, pero, como bien explica Marta Elisa, muy pocas o ninguna lo hacen. Primero, porque cuando empiezas crees que va a ser por unos meses. Segundo, porque has mentido respecto a lo que haces. Tercero, porque el truco del eufemismo masajista es demasiado obvio como para arriesgarse a que tu familia, novio, amigos, descubran la verdad. Pero no es cuestión de entrar en un debate sobre el prohibicionismo. Los tres libros que he citado no hablan de eso.
Hablan más bien de lo que significa ser clandestino y réprobo, de la humillación de vivir reptando, apiñados en lo oscuro. Del dolor de no saber tirar del hilo para salir del laberinto. De las huellas del asco que se quedan impresas cuando te han manoseado dedos que ni te gustaban ni te respetaban. De no tener agarradero para salir, ni fuera, en una sociedad que te desprecia, ni dentro de ti mismo. Hablan de un largo camino por los sótanos más oscuros de uno mismo, de cómo por fin, desposeídos, han perseguido tenaces una luz tenue y han emergido hacia otra vida. Hablan de una historia que muchos hemos vivido, en realidad, en circunstancias muy distintas, aunque nunca hayamos tenido que vender nuestro cuerpo. Y al final, Marta Elisa y yo tenemos muchas en común, y puede que usted con nosotras.